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martes, abril 23, 2024
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Víctor Soto Ferrel, distinguido por la FIL UABC

La Feria Internacional del Libro de la Universidad Autónoma de Baja California (FIL UABC) rendirá un homenaje al poeta Víctor Soto Ferrel, el jueves 31 de marzo, a las 11:00 AM, en el Foro de Publicaciones, ubicado en la Explanada de Vicerrectoría de la UABC Campus Mexicali

Poeta, cofundador de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales del alma mater bajacaliforniana en Tijuana, profesor jubilado tras casi cuatro décadas de servicio y promotor cultural, Víctor Soto Ferrel será homenajeado por la Feria Internacional del Libro de la Universidad Autónoma de Baja California (FIL UABC), a desarrollarse en la explanada de Vicerrectoría de la UABC Campus Mexicali, del jueves 31 de marzo al martes 5 de abril.


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“Por muchas razones, resulta muy emotivo para mí este homenaje de la FIL UABC, porque tiene que ver con Mexicali. Creo que el trabajo con la Universidad empieza con esta manera en que yo mismo recorrí el estado con las películas del Cine Club; estuve yendo a Mexicali por casi 15 años, desde los 80 hasta todos los 90”, expresó a ZETA Soto Ferrel.

DE DURANGO A TIJUANA

Hijo de Tranquilino Soto y Francisca Ferrel, Víctor Soto Ferrel nació el 14 de julio de 1948 en San Miguel del Cantil, Durango. Entre anécdotas y otros recuerdos, contó en entrevista para ZETA que, a la edad de 15 años, en 1963, llegó a Tijuana:


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“Mi familia es de mineros, y los minerales se agotan, se inundan, se abandonan y pasa lo que sucede con el campo; entonces, poco a poco la gente se empezó a ir. De hecho, si preguntas cuántos habitantes tiene ahora San Miguel del Cantil, Durango, serán tres o cuatro familias; son minerales que desaparecen, ahora está activado por las mineras canadienses, pero en los 60 prácticamente se abandonaron, eso es parte de la migración; así como hay migración de campesinos, hay migración de las minas. Y mi familia, mis tíos, se fueron, mi hermano también se vino”, rememoró.

“Mi hermano Miguel fue el que jaló para acá primero, y luego ya nos vinimos nosotros, pero porque ya no había nada. Entonces, soy emigrante, de salir porque no te queda de otra. Aparte, habíamos terminado la primaria y, bueno, ¿qué sigue? Mi hermano Miguel empezó a trabajar aquí en Correos, y por él fue que nos vinimos. Él llegó en 1960, nosotros llegamos en 1963”, complementó.

 

LOS VERSOS RIMADOS

De 1964 a 1966, Víctor Soto Ferrel estudió la secundaria en la Escuela Nocturna para Trabajadores “Jaime Torres Bodet”, que se ubicaba en el Pasaje Villa Colonial, entre calles Primera y Segunda de la Zona Centro de Tijuana; ahí tuvo su primer encuentro con la poesía.

“En la secundaria, el director de la escuela daba clases de soneto, de métrica; era gramática, pero él en particular tenía intención de versificar, entonces, daba una especie de taller de métrica, y de esa manera fue que empecé a tomar interés por cómo medir los versos”.

Básicamente ahí escuchó algunos autores que escribían con la métrica, españoles, mexicanos, del Siglo XIX, clásicos españoles…, planteó ZETA al poeta.

“Pues mira, uno de los autores indudablemente era Rubén Darío, alguien mencionó a José Asunción Silva, por las variables métricas del ‘Nocturno’; y por supuesto, Ramón López Velarde, que ya no versificaba; entonces, eran esos hitos los que eran referentes, pero no lo frecuente, lo normal era la gramática, y no te diría que me fascinaba pero era algo que me interesaba con la gramática y la ortografía, la redacción; no había clases de composición, era para trabajadores, entonces se necesitaba la redacción y la ortografía”.

LOS PRIMEROS TEXTOS

Víctor Soto Ferrel estudió en la Preparatoria de la UABC entre el 66 y el 68, época en que, tras la lectura, emergió la escritura:

“Yo empecé a escribir a raíz de 66-68, sería más o menos después de las clases de Literatura Universal, concretamente; pero fue sobre todo por las clases en las que se te pedía que leyeras literatura; y una de las cosas que nos pidieron leer fue ‘Romeo y Julieta’. En la Librería Excélsior, en Calle Segunda, se vendía la colección Editora Nacional, estaba todo Shakespeare, entonces me compré todo Shakespeare en unos libritos de los más accesibles, de esa manera empecé a leer literatura formalmente.

“Una obra que me pidieron leer fue ‘Werther’ de Goethe, eso me impresionó muchísimo, era una cosa que en ese momento se volvió necesario escribir, y las posibilidades que yo tenía de escribir eran las del soneto, rimadas; y empecé a escribir de manera rimada vivencias que eran consecuencia de lo intenso de las lecturas y de la vida que ya para entonces podía ver, mi vida nocturna, mi vida de la ciudad. Empiezo a escribir y empiezo a leer por mi cuenta a Gustavo Adolfo Bécquer, y memorizarlo; pero son descubrimientos míos. Vas encontrando esas lecturas y empiezas a imitarlas, de esa forma empecé a escribir, eso es lo que tengo como conciencia de que estoy escribiendo, pero no se lo mostré nunca a nadie”, apostilló Soto Ferrel.

 

PELLICER EN TIJUANA

Uno de los pasajes que Víctor Soto Ferrel recordó en la entrevista, fue la visita del poeta Carlos Pellicer a Tijuana, donde compartió una lectura  en 1967, mientras cursaba la Preparatoria en la UABC:

“La corresponsalía de Tijuana del Seminario de Cultura Mexicana debe mucho a Pellicer, se interesó por que hubiera filiales del Seminario de Cultura Mexicana en todo el país, de esa manera él vino expresamente a Tijuana y dio una plática, una lectura pública. Ahí fue donde lo conocí, donde conocí a un poeta, en 1967.

“De esa manera conocí a Carlos Pellicer, digamos que es el poeta que yo veo, que yo conozco físicamente y lo oigo declamar sus poemas; entonces, Carlos Pellicer es la figura que además tiene una obra sensacional, no solamente como lector, sino la presencia y leyendo sus poemas, diciendo sus poemas, la manera de decirlos y la forma en que, espontáneamente, vamos a pedir que nos autografíe los cuadernos de clase. Es un poeta reconocido, esa es la experiencia; eso sucede en el Salón de la Secundaria Alba Roja”, evocó.

CUANDO OCTAVIO PAZ VISITA TIJUANA

Entre anécdotas y otros recuerdos, Víctor Soto Ferrel relata la visita a Tijuana, el 8 de mayo de 1973, de Octavio Paz. Cuenta Soto Ferrel que él estuvo en la conferencia de Octavio Paz en Tijuana, que para ese año su poesía se encontraba en los libros Libertad bajo palabra (1958), Salamandra (1962) y Ladera Este (1969); ya había publicado también ensayos como El laberinto de la soledad (1950), El arco y la lira (1956), Las peras del olmo (1957), Puertas al campo (1966), Corriente alterna (1967), Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo (1967), Marcel Duchamp o el castillo de la pureza (1968), Conjunciones y disyunciones (969) y Posdata (1970).

— ¿Podría contarnos la anécdota de cómo fue la visita de Octavio Paz en Tijuana en 1973? ¿Y por qué fue importante su conferencia para usted en su vocación de poeta?

“Octavio Paz vino a Tijuana en el 73 (8 de mayo). Yo estaba en el Seguro Social y la jefa de enfermaras de gineco-obstetricia, la señora Horcasitas, nos avisó. Ella era una persona ávida lectora, era fanática de Octavio Paz, lo seguía en las lecturas y tenía todos sus libros. Entonces, cuando vino Octavio Paz se enteró porque lo trajo la Sociedad Médica de Tijuana; nos avisó y fuimos. Yo había leído de Octavio Paz nada más el Posdata de El laberinto de la soledad; lo había leído como parte de una materia complementaria en la Facultad de Arquitectura en la UNAM.

“Cuando vino Paz a Tijuana, pues era la única lectura que tenía de Paz. Cuando llegué a Tijuana y supe que estaba Octavio Paz, pues fui y ahí me encontré a Raúl Rincón, Ruth Vargas Leyva y Rubén Vizcaíno, fue hasta entonces que los reencontré. Me dieron el primer número de la revista Amerindia (el primer número aparece en noviembre de 1972), llevaron ejemplares, se tomaron la foto con Octavio Paz; y yo alcancé a saludar a Raúl, al profesor Vizcaíno y a Ruth, porque no la había tratado, la conocía de lejos porque cuando yo estaba en la preparatoria, ella estaba en Economía y Economía estaba en el segundo piso del edificio de la Juárez. Conocía por referencia a Ruth Vargas y la veía, pero nunca había cruzado palabras con ella. En ese momento fue que conocí a Ruth Vargas y vi el momento en que se tomaron la foto (Ruth Vargas Leyva, Raúl Rincón, Octavio Paz y Rubén Vizcaíno).

“En ese momento empecé ávidamente a leer la revista Amerindia, pero en la misma noche Raúl me invitó para que fuéramos al día siguiente a ver una obra de teatro en el Seguro Social sobre Frida Kahlo que dirigía Manuel Rojas. Entonces fuimos al teatro y después del teatro nos fuimos al Chips a tomar una cerveza, eso fue el fin de semana; y el domingo me dijo: ‘¿Por qué no vas al Café? Si no tienes guardia y quieres ir, el domingo nos vemos en el Nelson y platicamos con el profesor Vizcaíno’; porque yo me quedé con muchas preguntas sobre la revista que estaban haciendo y, aparte, pues ya estaba interesado, después de leer la revista, de conocerlos y de ir y de platicar y de ir al Nelson; ya para entonces vivíamos aquí (Fraccionamiento Orizaba).

“Entonces, ir otra vez al centro, ir al Nelson, era reencontrarme con la ciudad, con el centro de la ciudad, y de esa manera llego al Nelson y empezamos a platicar con Vizcaíno, que no te costaba ningún trabajo, porque el que platicaba era él; entonces tú lo veías, y bueno ahí fue extenderse sobre Amerindia y hablar maravillas de la experiencia de retratarse con Octavio Paz. Y me entero que el doctor Michel Cobián era contemporáneo de Octavio Paz, habían estudiado en la preparatoria de San Ildefonso, y Vizcaíno había estudiado en San Ildefonso. Y empieza Vizcaíno a cuestionarte: ‘¿Qué estás haciendo?’, y deliberadamente a decirte: ‘¿Y usted, por qué no escribe?, debería escribir, porque lo están haciendo otros médicos: el doctor Diego Muñoz, el doctor Vélez Trejo. Todas estas gentes son las que asisten a las reuniones del Seminario de Cultura Mexicana y son personas muy cultas y no desdeñan la literatura’. Y bueno, metiéndote ideas, me comprometió a que escribiera algo, y dije: ‘Bueno, ¿por qué no?’.

“Y lo que hice, cuando regresé al Seguro Social, fue conversar con la señora Horcasitas que era la jefa de enfermeras y me dice: ‘Pues ¿qué le parece si le presto algunas cosas para que lea? Le voy a prestar los Manifiestos del surrealismo, porque Paz había hablado del surrealismo en su conferencia, eso me botó la canica, porque yo empecé a leer los Manifiestos del surrealismo de André Breton en las salas de descanso de los cirujanos mientras estábamos esperando turno para entrar a una operación o salíamos; empecé a leer ahí los Manifiestos del surrealismo y no me pude desprender de ellos. Luego me prestó la poesía de León Felipe, y luego me dijo: ‘Pues si quiere, tengo todo Octavio Paz’, y me prestó El arco y la lira. Entonces, estando en Medicina, escapándome, yendo y viniendo, entre una y otra cosa, entre una actividad y otra, empecé a leer y me atreví a escribir sobre León Felipe y se lo llevé a Vizcaíno; le puso peros y toda la cosa, y dice: ‘Le salió bien, pero lo próximo le va a salir mejor’. Mi primera colaboración con Vizcaíno fue eso.

“Después, ya con los Manifiestos del surrealismo me atreví a escribir. Llegué con Raúl Rincón, me le planté y le gustaron las cosas que yo había escrito, eran experiencias del hospital desde la óptica del surrealismo, pero a él le pareció demasiado técnico, demasiado lleno de términos médicos, y dije: ‘Bueno, tiene razón, no estoy haciendo literatura, estoy mezclando’. No me sentía seguro y lo que él me dijo era que eran demasiados términos científicos, pero yo no me podía desprender de ese lenguaje y no tenía el otro, no tenía la experiencia del trabajo de imágenes, eso me lo dio El arco y la lira: qué es prosa, qué es poesía, qué es imagen, qué es metáfora, son capítulos del libro. Digamos que ahí empieza una historia, ahí empiezo a intentar escribir bajo estos parámetros, bajo estos conceptos, algo que sí sea poesía”.

CAMBIÓ MEDICINA POR LITERATURA

Tras concluir la Preparatoria de la UABC en Tijuana en 1968, Víctor Soto Ferrel ingresó a la carrera de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), misma que cursó entre 1969 y 1974; no obstante, tras una breve estancia en Tijuana en 1973 para hacer su servicio social en el Valle de Guadalupe, y luego de participar en reuniones en el Café Nelson con Rubén Vizcaíno, finalmente regresó a la UNAM, pero para ingresar a la carrera de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras.

“Yo me regreso en 74 a la Ciudad de México y me inscribí en Letras Hispánicas, porque ya para entonces había ingresado al taller de poesía, entre comillas, porque en realidad el taller de poesía éramos Raúl Rincón, Rubén Vizcaíno y yo en el café del Nelson, platicando; eso podría decirse que es mi actividad de taller, porque eso me animó a mostrarle a Raúl lo que yo escribía y le gustó a Raúl. El que le dio el visto bueno a lo que yo hacía fue Raúl; a Vizcaíno le parecía un poco raro, pero era tan raro como lo que escribía Raúl. Entonces, de esa manera Raúl es mi primer maestro”, recordó.

“Luego llega Alfonso René Gutiérrez para hacer la antología ‘Siete poetas jóvenes de Tijuana’ (IBO-CALI, 1974) y le gusta también lo que hago; eso fue para mí ‘Síguele’, ‘Hay posibilidades de que hagas algo aquí’; pero yo estoy terminando el servicio social en el Valle de Guadalupe y esto es en primavera del 74, y 75 entro a la UNAM”, agregó.

 

EN LA REVISTA EL ZAGUÁN

Mientras estudiaba Letras Hispánicas en la UNAM, Soto Ferrel empezó a relacionarse con diversos autores jóvenes, quienes serían fundamentales en la creación de la revista El Zaguán, donde publicó.

“Ingreso, por invitación de Alfonso René Gutiérrez, al grupo de El Zaguán y conozco a Alberto Blanco, Pablo Arrangois, Javier Sagarra, a las gentes que iban a hacer la revista El Zaguán. Lo que sucede ahí es algo milagroso, porque lo que sucede en el momento en que nos conocemos, es que empiezan las pláticas de Octavio Paz sobre el poema largo en Siglo XX en El Colegio Nacional, y nos vamos a las pláticas de Octavio Paz, ya siendo parte de reuniones del grupo de El Zaguán, con Manuel Ulacia. Nos reunimos en El Colegio Nacional, ahí conozco a Cortázar y ahí nos acercamos a Octavio Paz, ahí surge la idea de hacer una revista. Octavio Paz nos da un poema, él nos invita a su departamento cerca del Ángel de la Independencia, nos invita y nos da un poema, ‘Primero de enero’, y aparece El Zaguán en otoño del 75, es el primer número; de esa forma estoy ya en Letras Hispánicas y publicando en una revista de ese nivel; es muy rápido”.

Víctor Soto Ferrel también describió las reuniones de 1975, donde la dinámica consistía en leer cada quien sus textos:

“La primera reunión fue en la casa de Alberto Blanco; luego las reuniones fueron en la casa de Manuel Ulacia Altolaguirre, él era nieto de Manuel Altolaguirre, amigo de García Lorca, de Vicente Aleixandre, de la Generación del 27, y ahí conocí a la esposa de Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, poeta también del 27; ahí, en esa casa, había vivido Luis Cernuda. Entonces, era estar instalado en una relación con la Generación del 27, ahí fueron las siguientes reuniones muchas veces. Eran reuniones de lectura de nuestros propios trabajos, eso sucedió desde 75 hasta 77, que estuvo saliendo El Zaguán”.

¿Quiénes más asistían a las reuniones de El Zaguán?

“Tomás Calvillo, Luis Cortés Bargalló, que luego se integró, Gabriela Peyrón, su esposa; Alberto Blanco y Patricia Revah, su esposa; Javier Sagarra, que era el formador y diseñador de la revista; Pablo Arrangois, Luis Javier Herrera de la Fuente, que era también poeta y químico; y Luis Roberto Vega, éramos principalmente el grupo de El Zaguán”.

TIJUANA EN “LA CASA DEL CENTRO”

Víctor Soto Ferrel ganó el primer lugar en Poesía de los Juegos Florales de Tijuana en 1974, y en 1982 publicó su primer poemario “Sal del espejo” (Editorial Penélope), con Luis Cortés Bargalló a cargo del cuidado editorial.

Posteriormente publicó “La casa del centro” (CONACULTA, ICBC, 2001), un poemario fundamental de la literatura tijuanense donde pululan bares, la noche, la mañana, meseros, taxistas y hasta prostitutas.

¿Podría hablarnos de su forma de abordar Tijuana y la Zona Norte en su obra poética en “La casa del centro”?, no juzgándola, sin un discurso moralizador como solía hacerse en la década de los 50 y 60 con Rubén Vizcaíno al frente, sino más bien describiéndola…

“No intento nunca moralizar, sino ver, y este ver es también el ver de Juan Martínez. Juan convivía con esas gentes, las tenía tan cerca, porque a él lo sostenían, ellas le daban de comer, y él comía en la Zona Norte, comía donde podía, probablemente sin necesidad, pero eran actitudes que él hacía de la manera más espontánea y con él fuimos a comer en grupo a la calle Primera; con él fuimos a comer en grupo a la Zona Norte, a los lugarcitos donde él iba a comer.

“Yo viví en la Zona Norte, recorrí la Zona Norte, conocí a esas gentes, pero no las había visto, era un recorrido, no me había detenido a verlas; entonces, no te explicas muchas vidas si no las ves, si no las atiendes, si no conversas con ellas. Lo que a mí me ha interesado es conversar y observar; observar sobre todo a las personas, ver qué hacen, pero no por qué lo hacen, sino la circunstancia en la que están siendo generosos con lo que hacen. Eso me ha servido mucho, porque yo no me muevo más que en transportes públicos, conozco a las gentes, me gusta conversar y la gente tiene muchas cosas que decirte”.

Soto Ferrel advirtió: “Lo que está escrito aquí en poesía, está cuando mucho la mirada, son las manos, son las sonrisas, y al mismo tiempo está la violencia, el dolor, la pena y la sencillez, en lo más posible lo sencillo, lo natural. Son como hojeadas de la cámara, son como secuencias y voces al paso de lo que estás oyendo, como ir registrando con los ojos, sin juzgar, sino presentar”.

LA VIOLENCIA “NOS SIGUE REBASANDO A TODOS”

Con “Arena oscura”, Soto Ferrel obtuvo el Premio Estatal de Literatura 2014 en la categoría de Poesía. En el título editado por el Instituto de Cultura de Baja California en 2015, se lee la interminable violencia no sólo de Tijuana, sino del país: “Le sacaron los ojos / Tenía amputadas las manos y un pie / Por los pasillos del hospital / arrecia el dolor de las palabras”; “Madre de los desplazados / recibe al abandonado en el jardín / alójalo en el centro…”; “Atascos / laderas / cerradas callejones / Trozos de piernas / cercenados / brazos / cabezas en bolsas negras / Violentas escaleras / fatigosas / insufribles al borde del infarto”.

¿Por qué como poeta no ha sido indiferente a la violencia, incluso evidentemente permea su obra poética?

“Es imposible sustraerte, no lo puedes evitar. Lo peor es cuando eso penetra en los sueños y se vuelve peor que en la realidad; lo demás pueden ser notas rojas, pero la peor nota roja será la que sueñas, la que no te puedes quitar de la cabeza, porque eso se vuelve obsesivo y se vuelve amplificado, y adquiere un color que no tenía en la realidad. Digamos que el fluido de la sangre se congela, son realidades que te rebasan, y cuando te rebasan y ocupan tu vida, tu pensamiento, entonces se vuelven imágenes”.

Por último, el poeta sentenció:

“No es la poetización de la violencia, podría ser una poetización de la violencia, pero es de alguna manera lo que ha sucedido con una violencia que te ha rebasado y que nos sigue rebasando a todos, y que quisiéramos encontrar una solución; decirlo, escribirlo, pues es una forma también de compartirlo, de ver que no eres ajeno”.

Autor(a)

Enrique Mendoza
Enrique Mendoza
Estudió Comunicación en UABC Campus Tijuana. Premio Estatal de Literatura 2022-2023 en Baja California en la categoría de Periodismo Cultural. Autor del libro “Poetas de frontera. Anécdotas y otros diálogos con poetas tijuanenses nacidos en las décadas de 1940 y 1950”. Periodista cultural en Semanario ZETA de 2004 a la fecha.
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