En Estados Unidos, el paciente sabe antes que su familia cuando tiene cáncer. Al descubrirlo, el doctor se lo dice con tanta seriedad como un jurado cuando dicta sentencia a muerte. Con la diferencia que si en el tribunal fijan fecha exacta para cortar la existencia, en la clínica nada más calculan cuándo será el fallecimiento. Eso sí, el médico advierte al enfermo arreglar sus pendientes: Herencia, deudas, sociedades o problemas en casa. Naturalmente, los parientes se entristecen cuando escuchan la noticia por boca del canceroso. Pero de allí en adelante actúan con mucha naturalidad y nada de lloriqueo. Es una cultura norteamericana.
En cambio, la salud de los políticos estadounidenses no es referencia solo para su familia. Precisamente porque son hombres o mujeres públicos, si alguien resulta víctima del cáncer u otro mal grave, es obligadamente noticia principal en periódicos y telediarios. Sin pedirle parecer al enfermo, los médicos o voceros del hospital informan con bastante claridad en boletines o conferencias de prensa. Normalmente se apoyan en ilustraciones entendibles alejadas de términos científicos.
Recuerdo cuando le amputaron un seno a Betty, la esposa del presidente norteamericano Gerald Ford. Los periodistas recibieron y buscaron cuanto detalle fue posible y mediante dibujos informaron sobre la extirpación. Igual pasó cuando le descubrieron pólipos cancerosos al presidente Ronald Reagan. Los diminutos tumorcillos en su nariz fueron la gran noticia. Años pasaron y fue más estruendoso el Alzheimer. Y muy notable, el inesperado aborto de Jacqueline, la esposa de John F. Kennedy. Fue una publicación abundante de fotos e historias de la querida familia presidencial.
Tradicionalmente en México es al revés. Muchos murieron sin saberse cancerosos, o fueron los últimos en descubrirlo. Normalmente cuando los casos se presentan, el doctor habla con los parientes casi en secreto, como un pecador en el confesionario. Y la familia guarda la noticia precisamente como un secreto de confesión.
Lo malo para los enfermos es cuando menosprecian a los médicos mexicanos y se van a consultar los de Estados Unidos. Especialmente políticos o funcionarios “gallones”. Inventan una gira de trabajo, cuando en realidad van derechito a la clínica. Su infortunio es recibir la noticia de sopetón, sumada a una terrible angustia por encontrarse lejos de la familia. Imagínense, Usted y Tú Lectores, el regreso a casa; seguramente es un tormento.
No hace mucho el director de una famosa revista y el reportero de otra me hablaron telefónicamente desde el Distrito Federal a Tijuana. Alguien les informó sobre un personaje de nuestra política. Viajó y se internó en la Clínica Scripps, en La Jolla, muy cerca del San Diego californiano. Uno de mis camaradas me dijo con voz de empleado funerario: “Fue a checarse, pero está delicado”. Sentí que se atragantó, y como si tapara la bocina del teléfono con la mano para que no escucharan, dos palabras dramáticas: “Tiene cáncer”.
Cuando solicité información al hospital, ni la negaron ni confirmaron. Simplemente dijeron: “Ningún comentario”. El famoso no comments gringo que nos hunde a los reporteros en el silencio y nos aleja de la noticia ochocolumnera. Por casualidad un médico tijuanense supo que el político sí estuvo en la clínica, pero por ética no me dijo el motivo.
Todo eso le comuniqué nada más a un amigo defeño, advirtiéndole que no podía escribir acreditándole cáncer al personaje, pues no me constaba.
Me comuniqué a la Ciudad de México con personas cercanas a la supuesta víctima del cáncer. Unos negaron que viajó a Estados Unidos. Otros lo reconocieron, “pero fue a un examen normal y todo salió bien”. Luego me dieron una ubicación distinta del político cuando quise localizarlo: “Está en su rancho con la familia y no recibe llamadas”, “se fue a Europa con su esposa” o “no quiere aparecer ni hablar hasta que pase la elección interna para candidato presidencial del PRI”.
Ahora ya no tanto, pero los rusos también eran muy cerrados para informar sobre sus políticos enfermos. Cuando no aparecían públicamente durante días, semanas o meses, se soltaban torrentes de especulación en la prensa, particularmente norteamericana. Mientras los soviéticos callaban, fermentaban la imaginación y aparecían nombres de posibles sucesores.
No olvido una nota de prensa que escribió Gabriel García Márquez. Con esa magia para manejar las palabras, recordó cuando el líder ruso Leonid Breznev fue a París. Hospedado en una estancia especial, olvidó desaguar el excusado después de usarlo. Sus asistentes ni cuenta se dieron.
Cuando la comitiva rusa salió a cumplir con los compromisos del día, llegó rápidamente personal del servicio de inteligencia francesa. Recogieron la que el escritor colombiano llamó “insigne materia fecal”. Fue analizada con harto cuidado y supieron el verdadero estado de salud del señor Breznev.
García Márquez escribió la contraparte: “El presidente francés Miterrand informó públicamente y por escrito cada seis meses sobre su estado de salud. Ninguna ley lo anotaba, pero sentía obligado con sus gobernados”.
En Baja California se nos escondió el fallecimiento del gobernador del Estado, Ingeniero Eligio Esquivel Méndez (1959-64) y luego las causas. Todavía las niegan. El informe oficial fue ataque al corazón. Era un hombre robusto, obligado a un esfuerzo extra por invalidez de una pierna. Utilizaba bastón. En 1960 el Presidente Adolfo López Mateos visitó Baja California. Me dio tristeza ver a Esquivel rezagado por el rápido paso de la comitiva.
El candidato a gobernador del Estado bajacaliforniano, General Hermenegildo Cuenca Díaz (1977), murió cansado y reposando una tarde de campaña política en su casa. No llegó a las elecciones. La noticia se supo nueve horas después de su fallecimiento. “Fue un ataque al corazón”, dijeron, pero no se le practicó autopsia. Su hija acaba de presentar una denuncia penal. Tiene informes que fue asesinado. Es un caso en investigación 22 años después de sucedido.
A otro gobernante en Baja California, Héctor Terán Terán (1998), también lo mató un ataque al corazón a mitad del sexenio. Desde candidato, era un secreto a voces su falla cardíaca. Dijeron que le dilataron las arterias, pero nunca se informó. Los periodistas publicaron que tenía un marcapaso y un día le pedí mostrarme el pecho. Se le tomó una foto y apareció en primera plana. Ahora un doctor me dice que si hubiera aceptado recibir ese marcapaso todavía viviría.
En Tijuana, mis compañeros editores y yo entrevistamos a todos los precandidatos y candidatos presidenciales. Estuve a un metro de por medio y durante una hora mínimo con cada aspirante.
A Porfirio le sobra cuerda. Me parece, en sentido ilustrativo y no despectivo, el conejito de las baterías Energizer. No para. Cuauhtémoc, pausado, sereno, serio y sin alterar su voz, no se le nota asomo de enfermedad. Bartlett se ve muy bien. Siempre con el pecho inflado hasta parece atleta. Sus puños son como su fama: Duros. Madrazo solamente tiene el pero de su vocecilla ronca. Es el más espigado de todos. De allí en fuera me pareció saludable. Fox se ve imponente, pero cuando perdió la voz en Acapulco desató las especulaciones. A Roque se le ve un hombre ordenado en su vivir, aunque me sorprendió la advertencia de sus custodios. Debíamos colocarlo cerca de un baño porque “últimamente está orinando mucho”, pero no lo hizo durante casi la hora de entrevista. Desgraciadamente así es como nacen los malos rumores. Y Labastida se declaró cafetero, pero me llamó la atención su continua carraspera que a veces llegó a la tos. Ignoro si fue el cambio de clima.
Naturalmente no soy médico. Simplemente transmito como los vi.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas,
publicado por primera vez en octubre de 1999.