Al escuchar y ver en días recientes al Presidente Andrés Manuel López Obrador repartir culpas, resultó imposible no pensar en Desconexión Moral y remitirnos a la teoría del psicólogo Albert Bandura (1925-2021).
En palabras llanas, este mecanismo para evitar la autocensura se produce cuando el ser humano tiene responsabilidades morales y éticas que cumplir, pero como no lo hace, busca la manera de justificarse, reinterpreta los actos o situaciones, minimiza la importancia o gravedad de los hechos, y echa la culpa a otros.
Los mecanismos de defensa mencionados por el especialista son: justificación moral para alcanzar un propósito digno y superior; desplazamiento o atribución de la responsabilidad propia a otras personas; y hacer comparaciones ventajosas. ¿Les resulta conocido?
Por ejemplo, a pesar de los millones de pesos invertidos en programas sociales, asistenciales, inherentes al aspecto clientelar y político -con Morena y todos los partidos antes que ellos-, resulta que el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) informó este año que entre 2018 y 2020, el número de personas en situación de pobreza aumentó en 3.8 millones, llegando a 55.7 millones de pobres.
Pero en lugar de presentar propuestas novedosas en México y para México, crear condiciones para que los mexicanos sean autosuficientes, para que los empresarios generen más trabajos en lugar de empezar por casa, el Presidente López Obrador decide ser candil de la calle, apostar a la dependencia y seguir pidiendo por fuera.
Primero, el 9 de noviembre, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, habló del Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar para las personas que sobreviven con menos de 2 dólares diarios, y propone que las mil personas más ricas, las mil corporaciones más importantes, y los 20 países más desarrollados, hagan un “fondo de un billón de dólares anuales” con aportaciones voluntarias.
Después, como si su obligación no fuera trabajar para que la gente no tenga que dejar el país por necesidades no atendidas, desfachatado, va y pide a Estados Unidos regularizar a los migrantes mexicanos, como si la responsabilidad fuera del vecino país.
A don Andrés Manuel no le parece suficiente, por ejemplo, que EU lleve varias semanas vacunando contra la COVID-19 a adolescentes y niños fronterizos menores, mientras el Gobierno de México ponía trabas. O que gracias al crecimiento de la Unión Americana, la economía de México se recupere un poco y el Fondo Monetario Internacional (FMI) estime que el Producto Interno Bruto crecerá 6.2% en 2021 y 4% en 2022, a pesar de las malas decisiones económicas internas.
Él cree que tiene autoridad moral, así que fue con Joe Biden a reclamar que no maltraten a los mexicanos que cruzan ilegales, cuando México está denunciado con las mismas acusaciones.
Al final, el Presidente de Estados Unidos terminó por anunciar que “creará trabajos para la gente en el Sur de México y en Centroamérica”. ¿De quién esa obligación, pues?
La historia continuó el 10 de noviembre, cuando al hombre más poderoso del gobierno mexicano se le ocurrió repartir culpas por los deficientes resultados de las malas ideas que tuvo o que aprobó:
“Ya tenemos que terminar de resolver el problema del abasto de los medicamentos, esto es para Juan Ferrer, esto es para el doctor Alcocer: yo no quiero escuchar que faltan medicamentos y no quiero excusas de ningún tipo, no podemos dormir tranquilos si no hay medicamentos para atender enfermos”, reclamó en una reunión en Colima. Como si no fuera públicamente conocido que desde el inicio de su gestión -diciembre 2018- decidió tratar el tema de los medicamentos, cuyo desabasto pone vidas en riesgo y provoca muertes, igual que el huachicoleo.
Tal cual, cerró los ductos de Pemex de tajo, cortó el flujo de las medicinas al cancelar los contratos y en su “lucha contra la corrupción” no midió consecuencias; peor aún, algunas de las empresas acusadas de abusonas fueron recontratadas, y el flujo de medicamento continúa bloqueado por falta de planeación en medio de la ausencia de transparencia, mientras AMLO presume que ya no se permite que “diez distribuidoras acaparen las compras”.
Al día siguiente de la regañada pública, López reculó y reconoció que se dejó llevar por la pasión y la política. Habló de buen trabajo, y de repente el desabasto ya no fue culpa de nadie.
Entonces, bien por AMLO si quiere salvar a los pobres del mundo, podría empezar con los pobres, los enfermos, los menores sin vacunar, los migrantes, los desempleados de México, porque esos son su responsabilidad primaria. Y de nadie más.