Aunque originalmente basado en el cuento “The Forbidden”, de Clive Barker, que ubicaba los macabros hechos en Liverpool, cuando Bernard Rose trasladó esta historia a Chicago dejó cabos sueltos, que tuvo a bien Nia DaCosta para retomar en esta secuela que tal vez no sea tan terrorífica como la original, pero agrega más elementos a la narrativa, que definitivamente no salen sobrando.
A grandes rasgos, esto parte de la figura mítica de un asesino serial que además es fantasmagórico, y se le invoca al pronunciar su nombre cinco veces frente a un espejo.
Los acontecimientos siguen teniendo lugar en Cabrini Green, un sitio que 30 años atrás albergó a familias de escasos recursos y ahora adquirió una vocación renovada que justo atrae a Anthony (Yahya Abdul-Mateen) y a su novia Brianna (Teyonah Parris).
Anthony es un artista y se le ocurre revivir la leyenda de “Candyman”, que regresa con toda su furia a aniquilar a sus víctimas sin razón. La diferencia ahora es un mensaje más claro: los protagonistas son afroamericanos, por lo que la protesta desde el guion de DaCosta es más que obvia.
A ratos no está descabellado pensar que el verdugo no es un fantasma que acribilla con un garfio, sino una sociedad siempre enfurecida por la discriminación racial, más queriéndose apegar, tal vez, al verdadero sentido de “The Forbidden”.
En resumidas cuentas, esta película puede verse de dos maneras: como un clásico del horror bien armado y como una reflexión profunda de los conflictos sociales vistos con un ojo muy analítico, llevados hasta sus últimas consecuencias a través de símbolos, más que nada, como en el arte que el protagonista pretende desarrollar. Finalmente, esa es la vocación del arte: alterar la conciencia del espectador de tal forma que la realidad no la vuelva a percibir de la misma manera. Bien por este filme. *** y media.
Punto final.- Entre Disney, Star, Paramount y HBO Max ya no se sabe ni qué escoger…