Es evidente que el director David Pablos tenía mucho en qué pensar y qué trabajar simultáneamente al recrear la historia de Ignacio, el marido de Amada Díaz, hija del entonces Presidente de México, Porfirio Díaz.
Por un lado, estaba la complejidad de la historia, anclada en la homosexualidad de Ignacio que debía ocultar en aras de sus ambiciones políticas. Después está la frustración de Amada, el peligro latente en el seno del llamado grupo de los 41 y sus orgías clandestinas, un diseño artístico admirable, al igual que el vestuario, la cinematografía y después esas brutales actuales de Alfonso Herrera y, sobre todo, un magistral Emiliano Zurita.
Zurita interpreta a Evaristo Rivas o “Eva”, el silencioso amante de Ignacio que todo lo dice con esa intensa mirada, capaz de trastocar el matrimonio de la hija del dictador.
El rechazo absoluto a la comunidad LGTB en el México prerrevolucionario está más que claro, por eso el secreto debe prevalecer, aunque sus consecuencias son devastadoras para Amada, víctima de la misoginia de su esposo, a su vez agobiado por la opresión social de la época, aunque hay algo aquí que parece muy contemporáneo y esto debe ser también a propósito.
Queda claro que Pablos no hubiera podido lograr este filme sin sus dos actores protagónicos, en particular, Zurita, joven histrión que trae la actuación en los genes, aunque supera con creces los logros de sus padres. No hay que perderlo de vista.
En resumen, este filme cuenta una historia importante y lo hace bien, sin profundizar tal vez en una sociedad cerrada y apostándole todo a que el caso de los 41 bastara para resolverlo todo. No hay cabos sueltos, pero si los personajes principales no hubieran sido encarnados por semejantes actores, el resultado habría sido otro. ***
Punto final. – Quiébrense la cabeza con una serie en Netflix: “El inocente”. Vale la pena…