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jueves, febrero 15, 2024
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Las intermitencias de la muerte (Tercera parte)

“La muerte es un misterio y el entierro, un secreto”.

-Stephen King 


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…Sin embargo, la existencia de esta muerte, denominada “altas instancias”, es solo una mera creencia de la muerte particular, ya que en realidad desconoce por completo la naturaleza y el origen de esa muerte: “Le habían puesto en este mundo hace tanto tiempo que ya no consigue recordar de quién recibió las instrucciones indispensables para regular el desempeño de la operación que le incumbía”.

Esta pequeña muerte está dentro de un sistema de muertes sectoriales, en el que cada cosa que muere está parcelado; tiene su propia muerte, independiente de las demás, con conciencia propia y capacidad para decidir si dejar de operar. Su poder es muy limitado: no solo no puede matar a otros animales que no sean seres humanos, sino que incluso no puede actuar fuera de las fronteras del país en que habita.


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Una vez declarada la falibilidad de esta pequeña muerte, no es descabellado pensar, como así ocurre, que pueda cometer un error cuyo resultado es que una persona no pueda morir nunca (por mucho que ella se lo proponga). Este error, que va en contra de la existencia de un destino fatídico e irrevocable, hace que la muerte quede empequeñecida: “por algún extraño fenómeno real o virtual, la muerte parece ahora más pequeña, como si la osamenta le hubiese encogido”.

Este proceso de empequeñecimiento de la muerte va acompañado de su humanización. Por una parte, decide manipular sus archivos, haciendo trampas para poder actuar, y por otra se cuestiona seriamente su concepto de justicia aplicado a la vida. El propio narrador afirma que esta muerte tiene todavía mucho que aprender. Este proceso de humanización culmina con la transformación de la muerte en un cuerpo humano y con su viaje al mundo de los vivos para encontrarse con ese hombre que no puede morir.

Ya con ese nuevo cuerpo la muerte parece haber olvidado su verdadera naturaleza, parece haberse entregado por completo a la imperfección humana. A tal punto llega que aprende a sentir emociones hasta entonces vedadas a su naturaleza anterior y se ve en la tesitura de tener que elegir entre una inmortalidad todopoderosa o la fragilidad e inconstancia del género humano.

La frase demoledora “Y al día siguiente nadie murió” es impactante. El gozo de la sociedad es imprescriptible; nadie morirá, pero empiezan a surgir los problemas. “Cuándo morirá el abuelo, para ya hacernos propietarios de sus posesiones”; aparecen los primeros contrabandistas de indocumentados que, cruzando la frontera del país contiguo, hará que muera el conducido ¿Es un delito? Moralmente es o no aceptable; sin duda, un libro que les fascinará por la vertiginosa e inteligentemente mano de José Saramago.

 

Benigno Licea González es Doctor en Derecho Constitucional y Derecho Penal. Fue presidente del Colegio de Abogados “Emilio Rabasa”, A. C. 

Correo: liceagb@yahoo.com.mx

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