“El cuento se decanta por una historia fundamental donde lo más significativo no está dicho, lo más significativo no es la historia, sino la interpretación de esa historia”, expresó a ZETA el autor, a propósito de su antología de cuentos “Examen extraordinario”, publicada por Editorial Almadía en 2020, en coedición con el Fondo de Cultura Económica (FCE)
Esencialmente narrador, Juan Villoro entregó en 2020 una antología de relatos titulada “Examen extraordinario”, publicada en 2020 por el sello mexicano Almadía, en coedición con el Fondo de Cultura Económica (FCE). Se trata de 14 cuentos escritos básicamente en las últimas tres décadas, tal como refirió el autor en entrevista para ZETA:
“Me concentré en cuentos de los últimos 30 años para que hubiera una mayor unidad entre ellos, y también excluí cuentos que de alguna manera no entran tanto en el estilo de éstos. Pienso por, ejemplo, en un volumen de fábulas políticas que hice con Rogelio Naranjo, que se llama ‘Funerales preventivos’; o pienso en ciertos relatos autobiográficos que están en mi libro sobre la Ciudad de México, ‘El vértigo horizontal’. Me concentré, pues, en mis libros de cuentos de 30 años, en cuentos inéditos, dos ellos, para traer al presente el trabajo en este género”.
En enlace telemático con este Semanario, Villoro reveló algunos pormenores de sus cuentos, algunas consideraciones sobre el género en cuestión y, por supuesto, rememoró cómo empezó a contar.
PRIMERO FUE EL CUENTO
Juan Villoro (Ciudad de México, 24 de septiembre de 1956) recordó que allá por 1971 leyó una obra que influyó en su vocación de cuentista:
“Yo empecé a escribir cuentos a los 15 años cuando leí el libro ‘De perfil’ (1966) de José Agustín en las vacaciones, entre la secundaria y la preparatoria, que curiosamente esa novela transcurre justamente en las vacaciones entre la secundaria y la preparatoria. Me identifiqué plenamente con el personaje que vivía en un barrio muy parecido al mío y había pasado por experiencias similares, y entendí que mi propia vida, que hasta entonces me parecía sin destino cierto, totalmente confuso, carente de cualquier relieve, podía ser interesante si se narraba de forma tan divertida como lo hacía José Agustín”.
Luego del lector, emergió el escritor:
“De inmediato escribí un cuento a partir de algunas experiencias personales, imitando un poco lo que había leído en ‘De perfil’ o lo que había visto en otros libros que había leído muchas veces fragmentariamente, porque yo no era hasta ese momento un lector. Con enorme irresponsabilidad, habiendo leído un libro en forma apasionada, pues ya quería escribir otro”.
EN LOS TALLERES
Villoro reconoció a sus primeros mentores literarios, entre ellos Miguel Donoso Pareja primero, y después Augusto Monterrroso.
“Había un anuncio en el periódico Excélsior sobre un taller literario gratuito en Ciudad Universitaria y me presenté con el único cuento que había escrito, el maestro era Miguel Donoso Pareja, un escritor ecuatoriano que vivió muchos años en México exiliado, y sorprendentemente me tomó en serio, me aceptó en el taller y allí estuve cuatro años. Al taller de Donoso entré a los 15 años y estuve hasta los 19.
“Luego concursé para una beca que daba el INBA y que te permitía estar durante un año estudiando en un taller de cuento con Augusto Monterroso en la Casa de Alfonso Reyes, estaba su magnífica biblioteca, la Capilla Alfonsina; y ahí estuve otro año, entré a los 19 años, justamente. Pero primero concursé y no me aceptaron, al siguiente año sí me aceptaron y estuve otro año con Monterroso. En fin, ahí empecé haciendo mis pininos y publicando en las revistas para jóvenes, en las revistas marginales que entonces había”, expuso.
Fue en la revista Punto de Partida, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde concursó y publicó su primer cuento.
“Concursé dos veces en Punto de Partida, revista muy importante de la UNAM que hasta ahora existe y, como su nombre indica, es un foro para los nuevos autores y obtuve en dos ocasiones segundo lugar en cuento; todo esto acompañado de los talleres. En fin, esas fueron mis primeras armas en el género del cuento, que es el primero que yo ejercí en la literatura. El primer cuento que publiqué fue ‘Los hijos de Aída’, es un cuento que obtuvo el segundo lugar en el concurso Punto de Partida, parte del premio era la publicación en la revista; entonces tenía 16 años”, evocó el autor.
SU PRIMERA PLAQUETTE
Con Federico Campbell en la editorial La Máquina de Escribir, Juan Villoro publicó en 1978 su primera plaquette que reunía tres cuentos bajo el título “El mariscal de campo”:
“Federico era un editor generosísimo, él trabajaba en la revista Mundo Médico, tenía un buen sueldo y dedicaba parte de su salario a publicar escritores; fundó La Máquina de Escribir, que era una colección de cuadernillos, de plaquettes, donde publicaban autores de primera fila, gente como David Huerta, Jorge Aguilar Mora, Carmen Boullosa, Evodio Escalante. En fin, una pléyade de autores publicó en La Máquina de Escribir.
“Federico Campbell me buscó cuando yo ya había publicado varios relatos en suplementos y revistas y me propuso publicar con él, en el 78; y bueno, fue para mí algo muy importante, no se trataba de un libro en forma, sino de un cuaderno que agrupaba tres cuentos, y se llamó ‘El mariscal de campo’. Federico se convirtió en primer editor, es algo que le debo a él y que nunca dejaré de agradecer. Cuando he tenido momentos importantes y me he sentido con fragilidad, me he metido en el bolsillo esa plaquette de La Máquina de Escribir para que me dé ánimos”, compartió.
Lo demás es historia para fortuna de la literatura mexicana, pues Juan Villoro es uno de los cuentistas más importantes del mundo hispanoparlante y ahora entrega “Examen extraordinario”.
LA ANTOLOGÍA
En “Examen extraordinario” (Almadía, 2020), Juan Villoro reúne 14 escritos en las últimas tres décadas, como “Mariachi”, “Acapulco, ¿verdad?”, “Forward » Kioto”, “Confianza”, “El día en que fui normal”, “El crepúsculo maya”, “Los culpables”, “Coyote”, “La casa pierde”, “La jaula del mundo”, “El planeta prohibido”, “Amigos mexicanos”, “Corrección” y “Marea alta”.
– ¿Cuál fue el criterio de selección de estos 14 cuentos para “Examen extraordinario”?
“Es muy difícil que un autor sea objetivo respecto a sí mismo, y creo que es una situación falaz que se presente como crítico de su propio trabajo; yo he escrito ensayos literarios sobre otros autores y pretendo analizarlos con la distancia que tiene quien no tomó esas decisiones estéticas.
“En el caso de mi propio trabajo, pues más bien tengo que acudir a los afectos y sobre todo a la fuerza de la memoria, cuáles cuentos me vienen con más fuerza, cuáles siento que están más cerca de mí, y seguramente en esta rememoración influye también la experiencia que he tenido con ellos leyéndolos en alguna feria del libro o dialogando con algún lector. En fin, hay también como una convivencia social con tu propio trabajo, y bueno, lo que hice fue pensar en cuáles eran los que tenía más cerca en mi memoria y hacer una especie de recuento sentimental; por supuesto, tratando de que hubiera variedad de temas, de que no abundaran en excesos los escritos en primera persona respecto a los de tercera persona, y tomé algunas decisiones que no sé si fueron acertadas, pero me ayudaron a ordenar la antología. Y es que excluí mis primeros tres libros, porque de alguna manera ya me quedaban más lejos estilísticamente”.
– A propósito de la extensión del cuento “Amigos mexicanos”, incluido en esta antología, ¿haces alguna diferencia entre cuento largo y novela breve?
“Es muy buena pregunta, porque muchos de mis cuentos parecen como novelas condensadas. Casi todos los cuentos condensan a un personaje a partir de un núcleo argumental, pero tratan de resumir ahí lo que ha sido su vida profesional, sentimental, secreta, etcétera. Entonces, muchas veces los cuentos parecen o tienen estructuras de novelas condensadas, y ‘Amigos mexicanos’ podría ser una novela episódica, una novela breve; la verdad es que la línea es bastante difusa.
“Borges dice que en una novela lo que determina es la fuerza de los personajes, mientras que en un cuento lo que determina todo es la trama, la historia. Por ejemplo, en ‘Amigos mexicanos’ se combina un poco la fuerza de los personajes con la de la trama. Hay otro texto mío que se publicó como novela breve, que se llama ‘Llamadas de Ámsterdam’ (2008; reedición Almadía, 2019), y la verdad yo había pensado que ese texto formara parte de un libro de relatos largos, pero el escritor y editor argentino Damián Tabarovsky lo leyó y me dijo ‘lo quiero publicar suelto, creo que es una pequeña novela’, así me dijo. Entonces, ha corrido la suerte de una novela breve, pero podría estar un libro de relatos largos. La narrativa siempre tiene algo anfibio, y las distinciones genéricas pues a veces no acaban de calificar certeramente al texto”.
– ¿Por qué prefieres personajes comunes para tus cuentos? (Un limpiavidrios de rascacielos, el estadista en un avión, un futbolista o un guionista drogadicto, por citar algunos de “Examen extraordinario”)
“Yo creo que uno de los grandes misterios de la experiencia es que lo que cotidiano, lo que damos por sentado y normal, puede ser absolutamente sorprendente. No hay nada más raro que la vida diaria, pero requiere de cierta voluntad de sorpresa ver así las cosas comunes. Las crónicas, los artículos o los cuentos que escribo, en su mayoría tienen que ver con gente que aparentemente es común, en circunstancias que aparentemente son comunes y donde, sin embargo, ocurre algo asombroso, revelador; ése es un sello de mi trabajo”.
“EL CUENTO ES COMO TIRAR UN PENALTI”
Hacia el final de la entrevista con ZETA, Juan Villoro compartió algunas consideraciones sobre el cuento. Para empezar, se le recordó que Hemingway decía que “el cuento es la punta del iceberg”, es decir, es lo que se ve, y que todo lo demás está oculto; y Cortázar apuntaba que “en la novela se gana por puntos, y en el cuento por knockout”.
– En alguna otra entrevista con este Semanario decías que “la crónica es el ornitorrinco de la prosa”. ¿Qué es el cuento para Juan Villoro?
“El cuento es como decía Cortázar: una oportunidad única, o sea, no tiene ramificación. El cuento es como tirar un penalti, o anotas o fallas, no hay términos medios. La novela tiene muchas horas de trámite, puede incluir ensayos, otras novelas en su interior, y ‘El Quijote’ es un ejemplo de eso’.
“El cuento se decanta por una historia fundamental donde lo más significativo no está dicho, lo más significativo no es la historia, sino la interpretación de esa historia; por eso la imagen de Hemingway es tan afortunada, porque tú ves la superficie que es la trama, pero no ese significado profundo que como lector vas desentrañando.
“Por ejemplo, en el cuento ‘Forward » Kioto’, un personaje empieza a recibir por internet fotografías de Graciela Iturbide y resulta que provienen de la cuenta de correo de un amigo que ya murió, o sea, cómo es posible que eso suceda; son fotografías desde el más allá, ésa es la trama. Ahora, lo que está bajo del agua, la base del iceberg, es el significado de esas fotografías, qué dicen, cuál es el tejido que se está fraguando ahí, como si alguien le mandara cartas o leyera cartas del tarot. Entonces, lo fascinante del cuento es que, con su economía de recursos, dice mucho sin expresarlo del todo”.
Entonces concluyó: “Creo que cualquier escritor lo que desea es cautivar al que está del otro lado de la página, raptarlo por un momento a una realidad imaginada y hacerlo sentir que el destino al que se dirige, es un destino por un lado familiar, pero también desconocido, y que eso que él había sabido o que había visto en otras circunstancias, puede ser revelador. Yo creo que todo cuento logrado es una revelación”.