Previamente narraba del concepto griego del verdadero patriotismo impertérrito y la devoción al deber. Roma se había convertido en república tras correr al rey Tarquino “El Soberbio” en 510 a.C.; medio siglo después, los “tribunos” representaban a la tribu o plebe (plebeyos) frente a los “patricios” (o nobleza) en su senado.
Lucio Quincio Cincinato era un patricio dolido de que su hijo hubiera sido exiliado -por hablarle duramente a los tribunos- y se había retirado del senado a su granja, en las afueras de Roma, negándose a participar en política. A pesar de eso, el senado lo llamó en el año 460 a.C. para ser -nada menos- el mediador en una contienda legal y política entre tribunos y plebeyos por una ley contenciosa, lo cual cumplió lealmente. Después se regresó a su finca.
Un par de años después, Roma enfrentó otra crisis por la guerra contra los reinos vecinos de los ecuos y volscos, que tenían prácticamente cercadas a las fuerzas romanas y amenazaban con saquear o destruir a la propia Roma. Entonces, dado que mandaban entre dos para no designar dictadores, pero que el cónsul (comandante general) Publio Valerio Publícola había muerto, y el otro cónsul resultara inepto, el senado romano otra vez le pidió acudir. Cuando los enviados llegaron, estaba -digna e irónicamente- arando, por sus propias manos, en su granja. Y haciendo lado su enfado, se presentó al día siguiente, con su toga de púrpura real, a cumplir su deber como leal ciudadano.
Nombrado dictador (nombramiento que daban por solo seis meses en casos de emergencia extrema), convocó a sus conciudadanos a las legiones para marchar, impertérritos, al frente. Llegando y trabajando de noche, sin descanso, levantaron una empalizada (trinchera elevada de maderas) con la cual envolvió a los opositores que, tomados entre dos frentes, tuvieron que negociar el retiro y dejar muchas armas. Ya de regreso a Roma, en vez de permanecer adueñado del poder, a la semana se despojó de su toga púrpura. Y regreso a su arado.
Una década posterior, fue candidato a decenviro durante las controversias de legislar, para decidir si los plebeyos podían participar en el senado. De nuevo, y a pesar de ser patricio, promovió medidas de apaciguamiento.
Finalmente, a los 80 años de edad volvió a responder a otra llamada a dictador, para evitar que el rico influyente (plutócrata) Espurio Manlio, diera un golpe de estado contra la república; una vez que lo evitó, de nuevo dejó la toga púrpura del poder del dictador -o imperator– para regresarse dignamente a su granja.
Para los romanos, sus escritores e historiadores, es una figura y modelo de las virtudes que encarnan las cualidades de patriotismo; o sea, el deber, el valor, el trabajo, la modestia, la frugalidad y el rechazo a la ambición corruptora. En cambio, en nuestro México, los políticos que hemos tenido, al revés; solo han sido tan vanos, derrochadores, ambiciosos y traidores. Si se enteran o saben de esto, ¿qué les puede causar? sino burla y -peor- desprecio y rencor.
Aunque se dice que las comparaciones son odiosas, qué diferencia con los políticos mexicanos que no soportan dejar de vivir sin “ordeñar” o “huachicolear” el presupuesto. ¿Va a escucharnos el señor López Obrador sobre eliminar los senadores plurinominales? ¿Y los subsidios a los partidos, empezando por el suyo? Cuántos tontos no siguen soñando con políticos gurús, que les prometen la luna y las estrellas en gastos de despensa, mantener ninis y crear más programas dispendiosos para mantenerse populares. ¿Pero a costa de qué?
En cartas anteriores mencioné al trágico arrogante e imbécil del chileno comunista Salvador Allende que, con solo un 37% del voto, en vez de reconocer que no tenía mayoría -y en vez de, como Lucio Quincio Cincinato, ser solo un fiel servidor- quiso imponerse y comunizar a su país a la fuerza. Y cayó. Debemos advertir que los de Morena no acaben igual de fanáticos, e insistir que estos no caigan como los del Pan -y antes el Pri- en corruptos e impunes.
El patriotismo, de fondo, no es de borregos con griterías patrioteras, que crean en políticos demagogos ni partidos monolíticos, sino de ciudadanos pensantes, que no dejemos de ser vigilantes.
Amablemente,
José Luis Haupt Gómez
Tijuana, B.C.