Cheng Kejie tenía sesenta y seis años. Era un chinito con cara de buenagente. La última vez cuando se le vio con vida fue el catorce de septiembre. Apareció en una foto distribuida por la agencia noticiosa Reuters. Lucía camisa de seda rojo carmesí con cuello estilo Mao. Un saco muy occidental. Supongo cortado a su medida. Le quedaba dibujadito. O hacía ejercicio todos los días, o llevaba una acertada dieta. Esbelto, nada de medio jorobado a pesar de su edad. Ni asomo de tripa abultada. Si no trajera camisa, seguramente se le vería un cuerpo correoso, ausente de grasa. Su cara no mostraba arrugas y la piel no tenía rastros del estiramiento plástico. Eso sí, el pelo pintado negro tirándole a castaño. Visiblemente, cero canas. El pantalón, por supuesto de casimir. Seguramente inglés o made in China, pero para el caso igual. La raya remataba con elegancia sobre las valencianas. Era gris, combinando muy bien con el saco negro. Viéndolo así me dio la impresión de haber sido muy vanidoso. Comparándolo con los caballeros a sus lados, el señor Cheng debió alcanzar un poco más de metro y medio de estatura. Debió llevar una buena vida. Desahogada. Sin angustias.
No hay antecedente si alguien lo encaminó o si él fue por su cuenta, pero cuando no cumplía los veinte se afilió al Partido Comunista, el partido en el poder como acá lo fue el PRI. Empezó pegando carteles o de abre-puertas, poniéndole muchas ganas a todo. Por eso destacó. Tomó el sendero rumbo a un puesto importante. Así, fue subiendo de categoría hasta ejercer el poder. Entre 1992 y 1998 fue nombrado Jefe de Gobierno de la Provincia Xuangxi. Como en el partido, su trabajo fue excelente. Entonces se vio de pronto en el camino pavimentado hacia las ligas mayores de la política. El Congreso del Partido Comunista lo nombró su representante en la Asamblea Popular. Y allí también le puso muchas ganas. Llegó a la Vice-Presidencia. A un pasito de la cumbre política de China.
Mientras el señor Cheng Kejie despachaba en tan relevante posición, aparecieron muchos ciudadanos presentando denuncias en la Fiscalía Popular Suprema China, algo así como nuestra Procuraduría General de la República. Se quejaron del enriquecimiento casi milagroso de antiguos funcionarios humildes. No dudaron en sus querellas. Los denunciados estaban aprovechando la posición en el gobierno para embolsarse mucho dinero. Contrario a como pasa en México, la investigación inmediatamente se inició. Los detectives descubrieron una curiosa telaraña de ilegales pero muy productivos negocios. Como liebre en los matorrales, surgió repentinamente lo menos esperado: el desbarajuste y manoteo se extendió hasta el Poder Judicial. Importantes jueces dictaron sentencias dando la razón a quienes no la tenían, naturalmente, a petición de relevantes políticos. Y quedó claro: Muchas veces lo hicieron por cuenta propia para obtener dinero. Me imagino supusieron: “Total, nadie nos puede reclamar si todos vamos en el mismo barco”.
A las primeras denuncias, el Partido Comunista las calificó “arma política de sus enemigos”. Y como en el desbarajuste estaban metidos los de arriba sucedió igualito a México: la corrupción parió a la impunidad. Era una gruesa cadena hundida en el excremento. Y como copia del escenario azteca, la policía descubrió el inhumano tráfico de indocumentados. Enganchadores haciendo equipo con funcionarios realizaban grandes negocios. Estaban metidos hasta el cuello los del Grupo Yuanhua –algo así como el Atlacomulco– con sede en Xiamen. Su líder Lai Changxin lograba permisos para emigrar al mayoreo. De 500 para abajo. Y cada uno debía pagar miles de dólares para ser favorecidos. Por eso nos llegaban tantos asiáticos a Baja California de paso para cruzar ilegalmente a Estados Unidos. En el negocio estaban metidos gobernadores y hasta la esposa del Secretario del Partido Comunista, protegido del Presidente chino Jian Zemin.
El Partido Comunista registró reproches populares. Sus líderes vieron la inconformidad y el descontento. No podían detener aquello parecido a los huracanes “Gilberto” o “Paulina”. Por eso decidieron crear el Centro Para la Investigación de la Corrupción. Una controlaría como la nuestra, pero de a deveras. En las ciudades de Xiamen, Fuzhov, Quanzhov, Zangzhov y Putian fueron detectados burócratas, políticos y civiles anudados en el contrabando de autos –amparados por un membrete algo así como el Renave– pero incluyendo caucho y petróleo. En muchos negocios estaban directivos del Partido Comunista. Se embolsaron 80 mil millones de yuanes.
En todo este fango apareció Cheng Kejie, el chinito cara de buenagente. El trabajador, luchón y progresista. Haciendo negocios sucios logró utilidades hasta casi por cinco millones de dólares. Todo lo instrumentó con su amante Li Ping. Veintiún años más joven. También empleada del Gobierno. Capturada el nueve de agosto, nada de procesos larguísimos como en México. Inmediatamente confesó. La condenaron a cadena perpetua y por eso privada de sus derechos políticos y civiles para siempre. Pero a nuestro protagonista Cheng Kejie le fue peor. El catorce de septiembre la autoridad cumplió la terrible sentencia del juzgado: un disparo en la cabeza. Las autoridades dijeron: “Este es el principio del mayor juicio de corrupción en el país, donde están implicadas más de 200 personas”. Hace días El Diario de la Juventud anunció otras diez ejecuciones como las de Cheng Kejie. Mientras el gobierno decidió, por razones humanitarias, desaparecer paulatinamente la ejecución con un tiro en la cabeza. Cambiarán a la aplicación de inyección letal, como en las cárceles de Estados Unidos.
Supe de la propuesta de Andrés Manuel López Obrador a Vicente Fox: es mejor –le dijo– crear una comisión anti-corrupción. Dejará más dinero al gobierno en lugar de aumentar impuestos. Pero el panista no quiere. Aparentemente el perredista lo hará en el Distrito Federal donde ha confirmado lo sabido: el setenta por ciento de los trámites son hechos por el que llamó “poder informal” y sus integrantes se embolsan millones y millones de pesos. Ejemplificó: cheques girados por empresas para pagar tributaciones a nombre de la Tesorería defeña, nunca ingresan al gobierno. Funcionarios y empleados de bancos están de acuerdo para desaparecerlos.
Si eso lo testimonió López Obrador en “Zona Abierta” de Aguilar Camín, la lógica indica: los gobiernos de Cuauhtémoc y Rosario acusaron a notables y no a las infanterías donde está el gran negocio. Se fueron a la yugular de cercanos al Presidente Zedillo en franca venganza política, mientras el saqueo siguió en las oficinas. Vitriólica, Robles dijo haberla combatido, pero la realidad es que allí sigue, como virus sidoso. Los gobiernos del Partido Acción Nacional no se quedan atrás. En Baja California, sus diputados solapan errores del Gobierno, ocultan el dictamen sobre cuentas públicas sospechosas de ayuntamientos panistas. Pelean entre sí el poder con todo y tantas ganas que si hubiera tal modalidad en las Olimpiadas tendríamos hartas medallas de oro. Y entre otras cosas el tráfico con placas de taxis llegó a extremos como en China: alcanzó al partido y a su directivo en Tijuana. Le fue bien comparado con Cheng Kejie. Nada más lo expulsaron.
Texto tomado de la colección “Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en mayo de 2014.