“Todos somos, en mayor o en menor grado, esclavos de la opinión pública”
William Hazlitt.
El encierro demuestra en todos lados que no cambia a la gente. En esa prisión la idea es jugar a la realidad, dice Parodi. “Eso sí, si alguno se funde, se funde. Tal como es en el mundo real”.
El dinero para montar los comercios o talleres proviene de las familias de los reclusos, o incluso, del fondo que ellos mismos administran con autoridades selectas por una votación libre y democrática. De las ganancias de cada negocio y/o comercio, un 10% se destina a ese fondo, el otro 10% se paga al Ministerio del Interior por el uso del terreno y de la electricidad y un 10% a una asociación de víctimas del delito como un modo de reparar el daño causado por la comisión de delito.
“Es un fondo para que los internos o emprendedores o comerciantes arranquen, que tengas la ilusión de un cambio positivo. Muchos hemos aprovechado la oportunidad y estamos dando pasos muy importantes para adelante, para lograr nuestra rehabilitación”, dice Bustamante, condenado a 21 años de prisión por asalto con violencia de los que ya cumplió 19.
Sin embargo es pertinente señalar que Punta de Rieles le cambió la vida. Tras pasar años en prisiones comunes cuando llegó allí vio todo con gran desconfianza. “Vi almacenes y comercios y pensé ¿en dónde estoy?”, relata. “En ciertas cárceles comunes continúas en un mundo de violencia, pensando en quién te va a atacar y cómo vas a lograr sobrevivir”, agrega mientras muestra el galpón donde comenzó a fabricar los bloques en un molde viejo y con una pala de segunda mano.
Una panificadora creada por dos presos y que sigue allí, a pesar de que sus dueños ya recuperaron la libertad, emplea entre 50 y 70 personas, dependiendo del ritmo de producción. Sus dueños llegan todos los días a trabajar al penal y a veces, si el trabajo lo requiere, se quedan a dormir. Ha habido quejas de que en la cárcel conviven presos por delitos menores con otros sentenciados por delitos graves, pero esa es la idea de Parodi: que la mezcla ayude a los considerados como “irrecuperables”.
Tampoco es fácil que los policías acepten que los presos son hombres de negocios. A veces la guardia impide que entren los camiones que traen los insumos para la fábrica de bloques de Bustamante. Él discute desde una posición ambigua: es empresario, pero también es interno. “Al final llamas a Parodi, solo él te soluciona los problemas”. La libertad de la que gozan los presos es amplia. Se puede decir lo que se quiere tener pero, formar grupos, poseer teléfono y usar hasta internet. Tales facilidades han servido para que algunos las aprovechen para delinquir, pero afortunadamente son los menos.
Cerca de la fábrica de bloques de Bustamante está el taller de Willson Resio, de 45 años, interno desde hace 11 por coautoría de un homicidio. Cuando cayó preso sabía trabajar la fibra de vidrio. “Todos los botes de la Federación Uruguaya de Remo se hacen en la prisión. Somos los primeros fabricantes en Uruguay y los primeros en el mundo de hacer este tipo de embarcaciones dentro de una cárcel. . . esto también es un taller escuela porque le enseñamos a trabajar, a ocuparse y ser útiles a otros internos”. Dentro del taller se escucha la música, las paredes están tapizadas de paneles de herramientas, hay maquinarias e insumos industriales. Nadie diría que es una cárcel. “Punta de Rieles es un oasis en el sistema”, dice Denisse Legrand, periodista y activista y directora de “nada de creer a la sombra” una organización no gubernamental con foco en el sistema carcelario. “Además de todo el valor socioeducativo y socio laboral, es una de las cárceles con mayores niveles de seguridad porque el trato humano y la convivencia suplantan a la violencia característica de los contextos de encierro”.
Benigno Licea González es Doctor en Derecho Constitucional y Derecho Penal. Fue Presidente del Colegio de Abogados “Emilio Rabasa”, A. C. Correo: liceagb@yahoo.com.mx