“No podemos aceptar que la migración sea una palabra maldita”, dijo don Porfirio Muñoz Ledo, diputado federal al que conocí cuando contendió por la Presidencia de la República Mexicana en 2000 como candidato del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, hoy inexistente, en aquellos tiempos en los que fui estudiante de derecho electoral en la UABC.
Desde que tomó el micrófono el diputado Porfirio y pronunció las primeras palabras recuperé un poco de esperanza de que ese evento convocado en Tijuana para la unidad nacional desde el gobierno federal y que me parecía más una simulación de “bienestar” impactara en la conciencia de la clase política y la sociedad de nuestro querido México ese sábado y para siempre.
El hoy diputado hizo referencia a la protección de derecho a migrar contemplado en todas nuestras constituciones y también en los tratados internacionales como la Convención sobre los Derechos de los Trabajadores Migratorios y sus Familias, que México promovió en la ONU; también en leyes locales y la Ley de Migración publicada el 25 de mayo de 2011. La población migrante, con independencia de su condición jurídica en el país, tiene reconocidos todos los derechos que al resto de las personas y por ende, deben serles respetados.
Entre los derechos que deben reconocerse y respetarse a las personas en contexto de migración se encuentran los relativos al asilo, al refugio, a la identidad, al libre tránsito, a la atención consultar; a la no discriminación, a la vida, al debido proceso migratorio, a la protección de la unidad familiar, a no ser criminalizado, a la seguridad jurídica, a la salud, a la educación, a una vida libre de violencia, a la igualdad, al trato digno y a la determinación del interés superior de la niñez.
Pero, como lo dijo el ex candidato a la presidencia “También existe el derecho a no migrar, que significa la creación de condiciones en los países de origen”, el desarrollo de condiciones de vida digna en los países que expulsan a sus connacionales, que no es otra cosa que la garantía de derechos humanos de todas las personas en sus países para que la migración no sea un fenómeno motivado por la necesidad de salvar la vida.
Porque como lo dice la poeta somalí Warsan Shire en su poema Hogar: “Nadie abandona su hogar a menos que el hogar sea la boca de un tiburón, sólo corres hacia la frontera cuando ves a toda la ciudad corriendo también […]nadie abandona su hogar a menos que el hogar te persiga […]nadie pasa días y noches en el estómago de un camión alimentándose de periódicos a menos que las millas recorridas signifiquen algo más que el trayecto […]salvajes arruinaron sus países y ahora quieren arruinar el nuestro cómo hacen las palabras las miradas sucias ruedan sobre tus espaldas quizás porque el golpe es más suave que un miembro cortado o las palabras son más tiernas que los catorce hombres entre tus piernas…”
Casi al final de su discurso, el político mexicano pronunció: “Lo que es, en mi criterio (y en el de la que escribe también) inaceptable e inmoral, es el doble lacero entre la frontera norte y la del sur, por un lado exigimos que nos abran las puertas y por el otro sellamos el paso de los centroamericanos para hacerle un favor a los Estados Unidos”.
Lamentablemente, en los días subsecuentes, se retomaron las declaraciones de rechazo a la migración desde la voz de diferentes sectores que siguen exigiendo respeto para los mexicanos y las mexicanas en el extranjero pero promueven la exclusión, el estigma y la criminalización de las personas en contexto de movilidad humana que llegan a este gran país desde otras latitudes y no traen consigo la cartera llena de dólares.
Migración no es maldición, la maldición es la falta de empatía, de respeto y de trato digno de quienes no entienden que vivimos en un mundo interdependiente que debe replantear sus relaciones. A México no le gustó sentirse débil, pobre y sumiso ante las amenazas de un país “poderoso”, a Centroamérica no le gusta sentirse humillada y acusada por el país al que ha considerado su “hermano mayor” latinoamericano.
Melba Adriana Olvera es Presidenta de la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Baja California. Correo: melbaadriana@hotmail.com