Saúl Auslander es un judío de nacionalidad húngara que es forzado a trabajar como miembro del Sonderkommando en Auschwitz, durante la II Guerra Mundial. Sus tareas básicas consisten en recibir a los judíos que van a dar a las “regaderas” donde encontrarán la muerte, guiarlos a su destino final, esperar a que fallezcan, después sacar los cuerpos llamados “paquetes” por los nazis, limpiar el área con agua, jabón y cepillo, llevar los cadáveres a cremar y por último tirar las cenizas al río.
Los judíos del Sonderkommando solo vivían unos meses, antes de ser ejecutados y reemplazados por otros prisioneros del genocidio.
El problema empieza cuando un niño sobrevive los gases mortíferos, es rescatado por Saúl y luego asesinado por un médico alemán. Saúl se aferra a darle sepultura al muchacho, busca entonces desesperadamente un rabino y dice que no puede abandonar a su hijo que los judíos que lo conocen, dicen que nunca tuvo.
Nosotros, como espectadores, seguimos a Saúl por el laberinto de estos hornos, en la sala de autopsias, por todo el lúgubre campamento, escenario del histórico genocidio. La cámara de Mátyás Erdély, guiado por el magistral director Laszlo Nemes, lo sigue, y uno, como espectador, ve el horror que este trágico personaje atestigua cotidianamente.
El efecto es tan devastador que a los 10 minutos uno desea abandonar la sala pero es demasiado tarde para entonces, el compromiso con esa historia no contada así, con este realismo, en la pantalla grande, ha sido sellado en la conciencia del público. Que nadie se mueva hasta que la película termine.
Como subtrama está el complot de los otros judíos del Sonderkommando que quieren sublevarse antes de que ocurra su exterminio, pero esto a Saúl no le importa, porque él cree que ahora “todos ya estamos muertos”.
Y en medio de la neurosis propiciada por los insultos, los golpes, los fusilamientos repentinos, los muertos apilados que vemos aunque no del todo, ante esta infamia Saúl busca devolverle a un adolescente su dignidad, con una desesperada convicción que solo un actor del tamaño de un demacrado Géza Röhrig pudo haber logrado.
Nada ni nadie puede arrebatarle a esta poderosísima cinta el Óscar en el rubro de Mejor Película en Lengua Extranjera simplemente porque consigue lo que pocos pueden presumir: pese a tantas excelentes recreaciones cinematográficas del Holocausto, ninguna se parece a esta obra del séptimo arte que lo obliga a uno a ver el mundo con distintos ojos, para siempre. ****
Punto final.- Será el año de Di Caprio, pero esta vez, Eddie Redmayne y Michael Fassbender lo han superado.