Cuando un menor de edad es llamado a una sala de un juzgado penal a fin de que rinda su declaración, es el momento preciso cuando el derecho penal, siempre duro, áspero y poco sensible, tiene que encontrar un equilibrio en el afán de la búsqueda de la verdad con una necesidad de proteger a quienes son frágiles por su edad y que pueden ser sensiblemente, vulnerables para recibir daños que sean sumamente difíciles de reparar en su propia vida.