La magia no sólo es sacar un conejo de un sombrero o partir a una persona en una caja. Aunque don Andrés Manuel López Obrador sí haya dividido a la sociedad mexicana, polarizando, además de ideas, emociones; pero esa es harina de otro costal.
Como diría el exconsejero presidente del Instituto Federal Electoral (hoy INE), José Woldenberg, se trata de una “jugarreta indigna”. Así, muchos confundimos el amor con el apego o la dependencia. Uno que otro aplicaría el “pégame, pero no me dejes”. Una relación que antes llamarían “amor apache”, hoy es una “relación tóxica”.
De un tiempo para acá, lo atípico ha adquirido gran presencia en nuestra cotidianidad. Se han roto muchos moldes en la política, en la democracia y en la sociedad en general. Eso habla de la pluralidad que ha alcanzado un gran país llamado México.
Las monarquías ejercidas por el PRI-PAN-INE hicieron sufrir a México, al electorado, con abusos, traiciones, raterías. Esta vivencia del pueblo nos hizo adquirir experiencia y nos dio la oportunidad de saber por quién votar (así, con “v” de “vaca”) y a quien botar (así, con “b” de “burro”).
El poder es una tentación. No para todos, pero sí para muchos, los suficientes. En el pasado, el poder casi absoluto concentrado en el característico presidencialismo mexicano fue sujeto de la más inquisitiva crítica, particularmente por aquellos que se identificaban -o por lo menos presumían- de izquierdistas.
Una gobernadora que en cada crisis, hace lo que bien sabe hacer, sustituir la gravedad de su encargo con filtros de fantasía que terminan ya cansando a aquellos que necesitan seriedad sensible, no simpatía simulada.