El silencio de Alberto Anaya como dirigente, en este asunto despierta sospechas. Ni respalda a la legisladora ni critica la suntuosidad exhibida en redes sociales; su caso trastoca uno de los principios más elementales de la cuatroté, como es el presumir que la clase política actual dejó atrás los tiempos de las castas. Nada más alejado y demagógico.