Recibí un cargamento de tenis cafés que habían sido destinados para el ejército de Uganda y que finalmente fueron adquiridos por mí. Envié a Gabo a vender tenis y uniformamos a todos los que se dejaron con los largos tenis cafés, lo que se volvió una broma constante y una leyenda entre nosotros.
Mi casa era pequeñita y estaba en la encrucijada de la calle Segunda y Avenida F, punto céntrico de la ciudad a donde acudían los más pobres correligionarios, que prácticamente no tenían para comer y acudían a recibir gratuitamente los experimentos de la comida de mi madre.
Durante esas cuatro décadas han pasado los siguientes directores, extraordinarios todos, quienes han logrado generosas oportunidades y apoyos de la Secretaría de Cultura a nivel federal: Rodolfo Pataki, Alfredo Álvarez, Pedro Ochoa (dos periodos), Teresa Vicencio, Guillermo Arreola, Virgilio Muñoz, y hoy día Vianka Santana.
Nuevo año, esperanzas y deseos por cumplir. Sueños que vienen y van. De alguna manera, la venida del año nuevo nos produce un efecto de alegría y positivismo. Uno piensa que pasarán cosas buenas y, por qué no, también soslaya los posibles problemas del futuro.
Recibí una lección de generosidad y dulce cariño de aquellos que menos tenían. Fue una lección de por vida que dejó una huella imborrable, que hace que lágrimas acudan a mis ojos en ese recuerdo.
Mueren al servicio de la gloria de Napoleón tres millones de franceses que, en ocasiones, caprichosamente son enfrentados a enemigos imposibles (como la batalla de Waterloo).
¿Quién osa con audacia ir a contar historias de presos a los jóvenes presos, donde se habla de irrumpir las paredes y transportarse a un mundo de creatividad e imaginación? ¿Quién se atreve a decirle a los encarcelados que hay un mundo de esperanza después?
Pueblo de Tijuana, la ciudad crece a ojos vista, hoy somos dos millones, nos acosan los males de crecimiento, de transportación, de falta de agua, de crimen organizado y desorganizado, de salud, etcétera.
Fui muchas veces a Acapulco. En cuanto llegaba se sentía el calor y la humedad deliciosa de un aire perfumado que auspiciaba las vacaciones deseadas. Ir a comer al Kookaburra o Madeira, viendo desde lo alto la hermosísima bahía, hacía sentir que estaba uno en el “Top of the World”.