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viernes, noviembre 21, 2025
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Javier Bátiz: el brujo del rock que electrificó nuestras almas

En diciembre de 2024 se nos fue Javier Bátiz, mi amigo, mi carnal, el brujo de la música que convirtió la guitarra en un conjuro de libertad. Su partida me dolió como pocas, porque no solo se fue un músico: se fue una parte de la historia viva de Tijuana, de México, de nuestras luchas y alegrías. Este texto no es un obituario. Es un abrazo, una consigna, un pedazo de memoria que quiero dejar para mis hijos, para los que vienen, para que no se olviden de quién fue Bátiz.

Javier nació en Tijuana en 1944, y desde morro ya traía el blues en la sangre. A los 13 años fundó Los TJ’s, su primera banda, y desde entonces no paró de mezclar el alma negra del R&B con el desmadre fronterizo del rock. Aprendió de los grandes: T-Bone Walker, B.B. King, Muddy Waters. Pero lo que hizo con esa influencia fue puro Bátiz: un estilo que no pedía permiso, que no se dejaba encasillar, que gritaba desde la guitarra lo que muchos callaban.

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Tijuana fue su cuna y su trinchera. En los clubes de la ciudad, entre gringos curiosos y mexicanos hambrientos de sonido, Bátiz empezó a construir su leyenda. Cuando se fue a la Ciudad de México, lo quisieron meter en moldes comerciales, pero no encajaba. No podía. Su música era demasiado honesta, demasiado libre. Tocó en La Fusa, en el Harlem, en donde se le abriera espacio. Y donde tocaba, dejaba huella.

Muchos no saben (o no quieren recordar) que Carlos Santana aprendió de él. Que Álex Lora, Abraham Laboriel, Fito de la Parra, todos pasaron por su escuela, por su influencia. Bátiz no fue solo un pionero: fue un maestro. Y lo fue sin pretensiones, sin buscar reflectores. Su guitarra hablaba por él.

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Yo lo conocí en carne y hueso. Compartimos comidas, risas, anécdotas. En una foto que guardo con cariño, estamos en una comida china en Tijuana. Él con su chamarra plateada, sus lentes enormes, su sonrisa de brujo. Yo le digo: “¡Pero te peinas, cuñao!”, y él se ríe. Así era: un tipo que podía hacerte reír y llorar con una sola nota.

En lo personal, Javier fue un hombre de convicciones. En sus últimos años enfrentó la enfermedad con dignidad. Nunca dejó de tocar, nunca dejó de luchar. Su muerte, aunque esperada por quienes sabíamos de su salud, nos dejó un hueco que no se llena con homenajes ni con discos. Se llena con memoria, con música, con resistencia.

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Porque eso fue Bátiz: resistencia sonora. Nunca se vendió, nunca se dejó domesticar. Peleó por los derechos de autor, por la dignidad del músico mexicano. Y aunque no tuvo el reconocimiento internacional que merecía, aquí, en esta tierra, en esta frontera, lo sabemos: Javier Bátiz fue, es y será el brujo que nos enseñó que el blues también habla español.

Hoy lo despido como se despide a los grandes: con gratitud, con rabia, con amor. Bátiz siempre valedor. Que su guitarra siga sonando en cada esquina donde alguien se atreva a tocar sin miedo.

 

El autor es presidente del Centro de Estudios y Proyectos para la Frontera Norte “Ing. Heberto Castillo Martínez” A.C.

Correo electrónico: [email protected]

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Autor(a)

Jaime Martínez Veloz
Jaime Martínez Veloz
Colaborador ZETA Tijuana.
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