El caso de Juana Barraza, conocida en México como “La Mataviejitas”, es un caso verdaderamente emblemático debido fundamentalmente a la gran cantidad de víctimas de la tercera edad (y esencialmente mujeres). Se dice -y con mucha razón- que la investigación de los diversos homicidios se llevó a cabo bajo una forma prejuiciosa a falsas pistas por parte de los investigadores; su captura en realidad se debió a un hecho fortuito y de ninguna manera a una labor de inteligencia de la policía de la Ciudad de México.
Varios fueron los factores que propiciaron la cantidad significativa de víctimas en el caso de la Mataviejitas, incluso algunas contradicciones notables, como una coexistencia entre las muertes de mujeres ancianas y el desarrollo de programas de protección hacia la senectud que se desarrolló en la Ciudad de México. Otros factores importantes lo fueron que los agentes investigadores siempre buscaron a un homicida varón y se encontraron con la sorpresa de que la responsable resultó ser una mujer poniendo de manifiesto la inoperancia de la efectividad de la policía de investigación y, como ya se expresó, que su captura se debió más a una suerte venturosa que una labor de investigación.
En el año 2006, específicamente en el mes de enero, la Mataviejitas fue detenida, acabando de ocurrir uno más de sus crímenes, y, como sucedió en los casos anteriores, la víctima resultó ser una mujer. Esto causó un gran estupor en la opinión pública ya que, como mencioné, se creía que el homicida responsable de la muerte de las mujeres de la tercera edad era un hombre; incluso la prensa especializada en la nota roja lo había denominado “El Mataviejitas”. El modus operandi resultó ser poco variable: se trataba de un homicida serial que actuaba de manera solitaria, que no tenía relación alguna con su víctima, lo que sirvió dentro de otros factores para que las investigaciones sobre estos homicidios se alejaran de la realidad.
No existían factores o motivos económicos para matar a las víctimas; los sitios en donde ocurrieron los homicidios fueron siempre diferentes, pero en cambio tenía un perfil organizado:
Juana Barraza había tenido una infancia sumamente difícil y seleccionaba a sus víctimas de manera similar, siempre mujeres y que éstas pertenecieran a la tercera edad; eran ancianas de la clase media y alta, a quienes ella abordaba en su casa cuando se encontraban solas. El motivo era sumamente accesible para la homicida: les vendía la idea de incorporarlas al programa de ayuda de adultos mayores que entonces comenzaba en la Ciudad de México, con otra ventaja adicional, ya que el programa era totalmente gratuito, así es que las víctimas sabían que no se les pedía dinero.
Una vez que había logrado de ellas su confianza y cuando Juana Barraza se encontraba en el interior de sus casas, las asesinaba por estrangulación con un estetoscopio. Antes de emprender la huida les robaba algo de dinero y pertenencias, las cuales usaría como trofeo, mas no los vendía para obtener un beneficio económico. La periodicidad de sus homicidios variaba entre uno a cinco meses, lo cual permitía, por otra parte, y sin proponérselo, desconcertar la investigación de los agentes de homicidio de la Ciudad de México al no existir una periodicidad exacta en los homicidios.
Resulta interesante comentarles que Juana Barraza trabajaba los fines de semana vendiendo palomitas afuera de la Arena México que se ubica en la Calle de Perú número 57 del Centro Histórico; también resaltar que trabajó por muchos años como luchadora profesional con el mote de “La Dama del Silencio”, hasta que diversas lesiones le impidieron seguir luchando, alejándola del cuadrilátero.
Durante el desarrollo de las investigaciones se le tomó declaración a múltiples “testigos”; se realizaron diversos retratos hablados, algunos de los cuales tuvieron aproximaciones a los rasgos físicos que, sin embargo, llevaron a conclusiones incorrectas a los agentes investigadores. Tan es así que se aprehendió de manera equivocada y arbitraria a una mujer de nombre Araceli Vázquez García, a quien comprobaron el apoderamiento de diversos objetos y la vincularon con la muerte de una de las víctimas.
Con esto se evidencia que las autoridades nunca desecharon la idea de que la responsable de los homicidios pudiera ser una mujer, aunque siempre se siguió la tesis de que el autor de los homicidios era un varón; incluso hubo un detenido con el nombre de Mario Tablas que finalmente pudo acreditar que no era el homicida. La desesperación de las autoridades llevó a detenciones injustas en su afán de resolver este asunto de la Mataviejitas.
Continuará…
Benigno Licea González es doctor en Derecho Penal y Derecho Constitucional; fue presidente del Colegio de Abogados “Emilio Rabasa” y actualmente preside el Colegio de Medicina Legal y Ciencias Forenses de B.C.
Correo: liceagb@yahoo.com.mx