“En el momento en el que la retórica de una dictadura lo usa, el lenguaje cotidiano ya no puede usarlo”, refirió a ZETA el ganador del Premio Alfaguara 2024 con “Los alemanes”
La novela del ganador del Premio Alfaguara es una de las obras más esperadas por el mundo hispanoparlante desde 1998. Es sabido que el triunfador protagoniza un tour por los países hispanoparlantes promoviendo su obra ganadora, como fue el caso de Sergio del Molino con “Los alemanes”, que obtuvo los primeros honores en 2024.
“Es una gira agotadora por muchos países que mide tus fuerzas, acaba en buena medida con ellas, pero es muy bonito tener la ocasión de encontrarte con públicos que de otra forma no habrías llegado. Cuando termine el cansancio se me van a quedar unos recuerdos estupendos de un año brutal, extraordinario, un año que creo que pocas veces se vive en la vida de un escritor”, declaró a ZETA Sergio del Molino, a propósito de su aventura por los países de habla hispana con su laureada novela bajo el brazo.
Con “Los alemanes”, Del Molino se une al selecto elenco de ganadores del Premio Alfaguara de Novela, con autores como Sergio Ramírez, Juan Gabriel Vázquez, Laura Restrepo, Elena Poniatowska, por citar sólo algunos, lo cual se le planteó al narrador español y no dudó al reconocer:
“Siento que todavía me tengo que ganar el puesto, que todavía tengo que hacerme merecedor de estar en ese club, y espero que en los próximos libros pues no hagan que se arrepienta el jurado de haberme dado el premio y que no me quiten la membresía del club nunca. Espero poder ganármelo”, valoró seriamente y, de hecho, asumió como una responsabilidad ser ganador del prestigioso certamen literario:
“El Premio Alfaguara es una responsabilidad, lo siento así, como no lo había sentido antes en mi carrera, hay ciertos sentimientos de estar abrumado, de decir: ‘Bueno, ahora va en serio, ahora se esperan unas cosas de mí que a lo mejor antes no eran tan intensas’. Y bueno, pues yo creo que tengo la responsabilidad de escribir libros que estén a la altura de este club y que no provoquen vergüenza ni sonrojo dentro de este club y que me acepten. Sí es una responsabilidad, ante todo, sí”.
“EN LAS COSAS QUE NO SE PUEDEN RESOLVER ES DONDE ENTRA LA LITERATURA”
En “Los alemanes”, algunos descendientes teutones se enteran que sus familiares participaron de alguna u otra forma en la II Guerra Mundial del lado del nazismo. Pero escribir sobre una generación que se equivocó o que estuvo del lado incorrecto de la historia no es tan fácil, sobre todo si se trata de sobrevivir al día a día. Por eso había que lanzarle a Del Molino:
– ¿Cuál fue el principal desafío al abordar a una generación pasada que participó del nazismo por sobrevivencia? ¿Fue un tema moral, políticamente correcto, literario o estético? Sobre todo, sabiendo de antemano qué pasó con el nazismo…
“El principal desafío no es moral, el principal desafío tiene que ver con el trabajo de escritura. Cuando tú construyes personajes y trazas personajes literarios, tienes que ser capaz de ponerte en su piel, o sea, la construcción de personajes básicamente es un ejercicio de interpretación exactamente igual que lo hace un actor: un actor tiene que comprender a su personaje, meterse, encarnarlo; y un escritor también: un escritor tiene que ser capaz de sentir y de comprender los sentimientos, las emociones y las acciones de un personaje, y cuanto mayor es la distancia entre el personaje y el escritor, más difícil es, evidentemente.
“Me resulta muy difícil ponerme en la piel de alguien afín al nazismo o de un nazi evidentemente, pero ese ejercicio lo tienes que hacer. Pero esa distancia no es moral, la distancia es conceptual, es decir, tú tienes que intentar liberarte de todo lo que tú sientes; tú sabes tu perspectiva democrática, todo para intentar entender por qué alguien se hace nazi, por qué un alemán que sale de Camerún en el año 16 se siente desamparado; ese desamparo lo tienes que sentir tú, lo tienes que comprender de la misma forma que un actor lo tendría que comprender si lo interpretara”.
En cualquier caso, el autor destacó el desafío estrictamente escritural: “Ése es el ejercicio más difícil, ése es el trabajo literario que es más reto y donde sueles fracasar, porque al final siempre queda algo de ti, o sea, hay un punto en el que resulta incomprensible el personaje porque es tan distinto de ti que no eres capaz de sentir su pena, ni de sentir su rabia, ni de sentir su alegría, pero tienes que hacer un esfuerzo por sentirla. Eso es lo más difícil cuando trabajo con material tan ajeno a mí, tan distinto, el poder transmitir al lector la desolación o la rabia nazi que puede sentir un Schuster, ningún lector ni yo mismo lo sentimos y vamos a vernos en ninguna situación parecida, ése es el gran reto. Eso es lo bonito y ahí es donde se pone la cosa difícil, donde tienes que echar el resto como escritor”.
– En “Los alemanes” también queda la imagen de una familia lavando los uniformes del ejército nazi, obviamente por sobrevivencia. ¿Te planteaste que no debías juzgar a estos personajes que estaban trabajando para el nazismo?
“Me interesaba mucho precisamente esa zona gris. Creo que la reflexión sobre el nazismo y el totalitarismo en el mundo contemporáneo se centra sobre todo en la zona gris, en quienes no son culpables; no son nazis militantes, no es gente que ha cometido crímenes, pero tampoco puedes decir que sean inocentes del todo porque sus acciones en su vida cotidiana ayudaron a la maquinaria nazi y ahí hay siempre una ambigüedad moral; es difícil juzgarlos, es difícil entenderlos. Es fácil ponerte en su piel, porque a lo mejor tú en sus mismas circunstancias pues habrías hecho exactamente lo mismo.
“A mí me interesa mucho ese mundo de los Klein, ese mundo de la gente que dice: ‘Bueno, ¿qué hago? ¿Renuncio al contrato?’. A posteriori se presentan ellos como antinazis o gente que se dejó llevar por las circunstancias, pero a lo mejor eso también es una coartada para eludir el hecho de que podían haber hecho algo en su momento, o sea, ese tipo de cuestiones me parece que la literatura está en ellas y por eso me interesaba tanto la figura de los Klein, de esta gente que colabora activamente en el esfuerzo de guerra, pero a la vez son víctimas de la guerra, o sea, es difícil juzgarlos: por un lado sufren la guerra también, el padre va forzado al frente y el abuelo sufre un trauma indecible; ellos no participan de nada, no se les puede reprochar nada, pero a la vez son colaboradores. En fin, es gente que lucra con el esfuerzo de guerra y con gente que está ametrallando y bombardeando pueblos en España. A mí esa ambigüedad me parece que es muy sugerente, porque es muy difícil de resolver”.
Fue así que, tras su argumentación, llegó la sentencia: “En las cosas que no se pueden resolver es donde entra la literatura. Donde no podemos juzgar tajantemente a nadie, ahí es donde la literatura tiene un papel interesante”.
“LA POLÍTICA TOTALITARIA SUELE HACER UN DAÑO TREMENDO AL LENGUAJE COTIDIANO”
Uno de los temas fascinantes por ensayísticos que Sergio del Molino aborda en “Los alemanes”, es el uso del vocabulario por un gobierno totalitario, por ejemplo, la apropiación de la palabra heimat por el nazismo:
“El nazismo también arrasó la lengua alemana”; “Heimat significa patria; pero no una patria oficial y administrativa, sino algo mucho más etéreo, un concepto que para algunos es muy estúpido, y para otros resume la complejidad poética, evocadora e incognoscible”, se lee en alguna parte de “Los alemanes”.
– ¿Podrías hablarnos de cómo el lenguaje es también arrasado por el nazismo o los gobiernos dictatoriales?
“En general, el totalitarismo arrasa con el lenguaje en todas partes; el nazismo es un caso extremo, pero la política totalitaria suele hacer un daño tremendo al lenguaje cotidiano porque hay palabras y expresiones que se vuelven malditas, prohibidas, que se vuelven significativamente odiosas”, lapidó en su introducción.
Luego ejemplificó con la palabra heimat: “El ejemplo de heimat que aparece en el libro es fundamental; es una palabra neutra en teoría, una palabra que significa patria que en el alemán de hoy apenas se puede usar; o sea, la puedes usar pero con un punto irónico, con alguna intencionalidad; siempre como si fueran cursiva, nunca la puedes poner, heimat, en un discurso convencional tranquilamente”.
Arguyó que el daño que hacen los gobiernos dictatoriales al lenguaje: “Es devastador porque es algo que perdura mucho tiempo después de que el totalitarismo haya sido vencido, es algo que se mantiene generación tras generación, y es revelador del daño traumático que hace a las sociedades el totalitarismo. Pero ocurre en todas partes: la propia palabra patria en España es una palabra que tiene un uso también difícil. A partir de la democracia (es decir, después del franquismo), cuando los españoles viajamos a América Latina, vemos que en muchos países de América Latina se usa la palabra patria de una forma muy normal, absolutamente normal, y se habla de las fiestas patrias y se usa en contextos totalmente normalizados, sin ningún tipo de carga ni peyorativa ni aumentativa, sencillamente porque es una palabra que está en el discurso y se habla de gente que es patriótica, no pasa nada y se considera una virtud.
“En España hasta hace poco esto era considerado una virtud de ultraderecha. Eran palabras que sólo usaba gente muy fanática. Entonces, siempre, cuando viajamos, el uso recurrente y familiar y continuado de la palabra patria siempre a los españoles nos ha sonaba un poco raro. Ahora casi menos, porque ya ha cambiado también España, pero nos sonaba un poco raro. Eso tiene que ver también con el desgaste que el franquismo hizo de la palabra patria, con uso apropiacionista que hizo de la palabra patria, que hizo que a todos los antifranquistas y a los demócratas, todo lo que tiene que ver con la semántica de patria, la rechazásemos. Por eso entiendo muy bien lo que pasa con heimat, lo que pasa con los alemanes, porque es algo parecido, con otra intensidad pero que ha pasado en España con muchas palabras que eran de uso normal en la retórica franquista y que en el momento en que la retórica de una dictadura lo usa, el lenguaje cotidiano ya no puede usarlo, es como si nos robaran las palabras”.
– De hecho, ocurre en la actualidad con la palabra humanismo o humanista, que utilizan constantemente los gobiernos de izquierda en América Latina…
“Democracia, que la usan los antidemócratas constantemente. O sea, casi todos los partidos de ultraderecha se llaman ‘democracia y libertad’, casi todos, o sea, es una barbaridad, nos están quitando las palabras fundamentales, ¡es terrible!”.
– ¿Cuál es el papel de la literatura en el uso del lenguaje del que se han apropiado los gobiernos dictatoriales?
“La literatura tiene el poder de resignificar, de volver a meter en el caudal de la lengua las palabras malditas; a través de la reflexión, de la meditación, puede tiene ese poder, no es un poder absoluto ni inmediato, no es una varita mágica, pero si la literatura se empeña en normalizar el lenguaje, si la literatura no se doblega a la retórica oficial y se empeña en burlar el eufemismo y en burlar los miedos que puede haber en la gente de usar determinadas palabras, esas palabras vuelven otra vez al caudal, se recuperan y eso es una misión enorme que tiene la literatura. Es muy difícil, no lo puedes hacer como forma militante, o sea, no se pueden reunir un grupo de escritores y decir: ‘Bueno y ahora vamos a escribir de esta forma para poder recuperar este tipo’. No, es un trabajo subterráneo, pequeñito, espontáneo en buena medida, pero que surte efecto”.
Para concluir, Sergio del Molino sentenció:
“Si la literatura no se amedrenta ante los usos del lenguaje de poder y tiene una expresión absolutamente libre, esas palabras vuelven otra vez al caudal de la lengua. Eso está pasando en Alemania con heimat, sí hay muchos escritores que no se han resignado a que esa palabra sea propiedad de los nazis, y entonces están usándola con normalidad”.