En los años 50, 60, 70, las familias éramos numerosas, con los hijos que Dios mandara (no había televisión). Las parejas de esa época, por supuesto heterosexuales, tenían muchos hijos: 8, 10, 12, 14, 16… Eran familiares (tipo familia Burrón) o “de 10”, con Ortiz de Pineda (actor). Las familias numerosas y del mismo papá o mamá, eran muchas; no había tantas infidelidades como hoy.
Por ello éramos muchos hijos; nacimos del mismo vientre materno y el mismo aparato reproductor masculino era el autor y responsable de ver a esa madre tener vastos hijos.
El destino de la vida es nacer, crecer, vivir, reproducirse y morir. Pero creo yo, si son una familia numerosa de 6, 8, 10,12… si muere un familiar entre esos hermanos (la ley de vida), va muriendo el núcleo de hermanos poco a poco. Muere la vida, digamos. Es morir uno en pausas, en capítulos dolorosos, en diferente época un mismo ser. Pues si son 12 hermanos, por ejemplo, y vienen del mismo vientre, es morir uno mismo en capítulos. Es como un cuerpo: ahorita me falla el corazón, luego la columna, el tobillo, la vista, la memoria… eso es morir en partes.
Así es morir uno si tenemos mucha familia (va uno perdiendo partes de la hermandad que hicieron época, juntos, y al morir alguien de la misma familia, de los mismos progenitores, es ir feneciendo y claudicando en partes). Poseemos sentimientos, alma, espíritu, pensamiento, recuerdo; y si mueren varios hermanos de esa gran familia, uno va muriendo pausadamente (somos de carne y hueso, y se siente cuando se muere un hermano, hermana; como cuando aprendí fracciones en primaria: como un pastel vivo). Se va uno en partes, en octavos, y así se va acabando una vida múltiple.
La ley de la vida: muere uno. Si muere un hermano o hermana, se van rompiendo los hilos del alma, uno a uno (como cuerdas de guitarra), y al morir el familiar, va quedando parcial aquel pastel que vivió en este mundo en el que vamos de pasadita.
Así me imagino la vida en grandes familias. Yo lo he vivido así, así lo palpo y por eso lo escribo. Morir en época, y un mismo ser, es ir perdiendo un miembro movible, reduciendo ese pastel de consanguineidad que algún día hubo. Los recuerdos son más extensos y tristes cuando se es un familión como en los 50, 60, 70… Por ello, el morir en pausas y épocas es cruel, difícil, crudo; pero es natural de las familias numerosas.
Morir en diferente y -creo yo- un mismo ser, cuando son hermanos de 6, 8, 10, 12 hijos. Viva la vida, y así está escrito.
Atentamente,
Leopoldo Durán Ramírez.
Tijuana, B.C.