De Trez en Trez
En esta ocasión, cedo este espacio a David Bueno, amigo y compañero de viaje, oriundo de Buñol, Municipio de la Comunidad Valenciana
Desde bien pequeños, cuando naces y creces en Valencia, te explican y oyes historias de que esta es una zona de riadas importantes que el agua. De hecho, la última en 1957 dejó unos 60 muertos y provocó que se construyera un nuevo cauce para el rio Turia, que cruzaba toda la ciudad. Pero nunca ninguna fue como esta.
Y lo sé porque cuando era pequeño, mis abuelos me informaron de en qué charcos del río que rodea mi pueblo, Buñol, debía bañarme en verano y en cuáles no. Ese río cambió para siempre el pasado 29 de octubre.
Ese día amanecíamos con la noticia de que no habría clases, ya que una alerta roja por una posible Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) iba a dar algún que otro problema. Aun así, los trabajadores sí que debían ir a sus puestos, pero algo no iba bien…
Para las 10 de la mañana ya éramos conscientes de que éste no iba a ser un día de lluvia normal. La entrada a Buñol estaba cortada puesto que la autovía empezaba a formar un charco demasiado grande que tenía riesgo de detener los coches. Dejó de llover y Carlos Mazón (President de la Generalitat Valenciana) tranquilizaba -o más bien desinformaba- a la población diciendo que no había ya riesgo, que la tormenta se iba hacia la serranía de Cuenca. Nada más lejos de la realidad.
A las dos de la tarde la lluvia ya era muy intensa, las carreteras intransitables; a las tres, las carreteras estaban completamente colapsadas y convertidas en auténticas ratoneras, mi esposa Andrea se quedó en la autovía parada sin poder salir; sobre las cinco se fue la luz en los domicilios.
A partir de ahí, la noche más caótica que recuerdo:
Vecinos pidiendo auxilio dentro de sus casas convertidas en piscinas mortales, los muebles taponaban las puertas y la fuerza del agua no permitía abrirlas, baterías que se agotaban en los móviles de la gente del pueblo, y de los atrapados en la autovía. Y auténticos ríos que eran capaces de llevar coches, y todo lo imaginable, recorriendo las calles del pueblo. Los truenos y relámpagos apenas se oían en comparación de cómo sonaba el agua golpeando y arrastrando; los muros cayeron, los puentes desaparecieron y el río quedaba más parecido a un cráter que a ese lugar plácido que tantas alegrías nos había dado. Cuando el agua ya llegaba al cuello de la gente, una alerta sonó en el móvil, una alerta que más que avisar, indignaba, puesto que ya nada se podía hacer salvo rezar por tener suerte.
Cuando amaneció, nadie sabía qué hacer; muchos buscábamos la manera de ponernos en contacto con quien dejamos en la autovía. Andrea, mi mujer, llegó a casa 15 horas después de perder la comunicación con ella, y nunca olvidaré su cara cuando me abrazaba y me decía: “Hay muchos muertos, David”.
A partir de ahí, el abandono más absoluto, inmersos en la peor de las películas de terror. En los pueblos de arriba llovió mucho. En Buñol 539 litros por metros cuadrado en 24 horas, algo inimaginable; no había comunicación telefónica ni se podía salir de ningún pueblo. Gente que ya no tenía nada, y cifras de muertos que no dejaban de crecer. Y así fueron pasando los días…
Sin agua, sin luz, sin comida, sin que los camiones de reparto de farmacias y supermercados pudiesen entrar a abastecer, y sin que nadie -absolutamente nadie- vestido de militar o de algún tipo de autoridad en la materia apareciera por allí a ayudar a achicar agua y barro, a vaciar los garajes inundados convertidos en tumbas, a quitar los miles de coches que bloqueaban casas, carreteras, y calles.
¿Qué fue lo que falló? Todo, absolutamente todo.
Lo primero, la prevención; gente sin educar en estos tipos de catástrofes pese a la historia de València. Más de 600 mil personas tienen su casa en estas zonas que ahora nos dicen que son un peligro.
El fallo mayor está en las autoridades, culpables de todos los puntos anteriores y que además han demostrado, tanto el “President de la Generalitat” como el presidente del gobierno de España, su incompetencia. Pasaron cinco días sin nada de ayuda oficial, hemos sido miles de voluntarios los que nos hemos ocupado de ellos, los hemos ayudado a limpiar y les hemos dado agua y comida. Las autoridades sólo pasaron por allí a hacerse la foto, pero esta vez no les salió bien. Cuando hay 217 muertos y 89 desaparecidos, hay hambre, hay sed, hay abandono, no hay policías que cuiden de que los inhumanos aprovechen las casas sin puertas para robar en las casas lo poco que se ha salvado, la indignación es tan grande que hasta los reyes fueron apedreados por los furiosos vecinos que no estaban para fotos.
De todo esto hemos aprendido el significado de una frase hecha muy popular aquí en España que dice: “Sólo el pueblo salva al pueblo”. Los políticos ahora podrán devolvernos lo material, o no, pero nadie nos va a devolver a esos 300 valencianos que nos faltan. El agua ha dejado nada más que barro que ahora hay que quitar con sangre y sudor, pero nos ha unido mucho más y nos ha dado la esperanza de que, aunque no podemos confiar en ningún político, podemos confiar en la solidaridad del pueblo, que con uñas y dientes luchan por no dejarnos caer, aunque esa responsabilidad no sea suya”
(David Bueno; Buñol, noviembre 5 de 2024)
Óscar Hernández Espinoza es egresado de la Facultad de Derecho por la UABC y es profesor de Cultura de la Legalidad y de Formación Cívica y Ética en Tijuana.
Correo: profeohe@hotmail.com