Los mexicanos no amamos a los mexicanos.
Hay pueblos que aman profundamente a sus paisanos. Los rusos sufren cuando un ruso muere, son un pueblo emocional que está dispuesto a contratar coreanos del norte para que peleen sus guerras y su gente no muera. Cuando muere un judío en cualquier lugar en el mundo, la noticia produce dolor en todos aquellos que vivan donde quiera que estén.
En México estamos padeciendo todos los días guerras de civiles, narcos o no narcos y, sin embargo, la población no se conmueve. Vemos cómo decapitan a un presidente municipal en Guerrero. Vemos cómo matan a un montón de jóvenes en una fiesta. Vemos cómo en Chiapas la gente tiene que huir “vive Dios” a refugiarse a Guatemala para que los narcos no se lleven a sus hijos o violenten a sus hijas “de guatepeor a Guatemala”. Vemos cómo todos los días se matan entre sí los cárteles de Sinaloa. Tamaulipas arde. Acapulco, privado de su negocio turístico por la madre naturaleza, siente los embates de cárteles, de falta de trabajo y de hambre. En la mismísima Ciudad de México empiezan balaceras en la Merced.
Los noticieros están llenos de actos vandálicos y criminales que no son controlados por la justicia. La solicitud de “pago de piso” acontece en todos lados con su secuela de castigo al que no paga.
Los grupos delincuenciales abundan y crecen. Los líderes son vistos como pequeños héroes. Se raptan a jóvenes menores para sumarlos a las huestes de bandidos. Todo esto ante la indiferencia del resto de los mexicanos, que discriminamos a los emigrantes que moran en Estados Unidos y explotamos a los emigrantes que usan nuestro suelo patrio en busca del sueño americano.
Simplemente no nos importa a quien maten, subimos los hombros, volteamos a otro lado, dedicamos nuestro tiempo a ver partidos de futbol o a lo que sea que nos garantice el no mortificarnos por los mexicanos que mueren torturados o decapitados. Ante las madres buscadoras somos indiferentes y sus escasos y duros descubrimientos, sólo se ven como anécdotas.
Gente buena muere en fuegos cruzados y estados otrora pacíficos viven una secuela criminal. El poder y la potencia de los cárteles es cada vez más elocuente de una decantación de la sociedad. Se llevan al “Mayo”, quien empieza a “desembuchar”, pero de alguna manera su información -como la de García Barragán- se vuelve anecdótica y no levantan las cejas, si no levantan los hombros, como diciendo “a mí qué, me vale”.
Raptan a una muchacha en la universidad y sus compañeros se levantan, pero no descubren a los criminales y encuentran su cuerpo yaciendo al borde de la carretera.
Doscientos mil muertos en el gobierno anterior sin que encuentren a los criminales. Al ritmo que vamos en este primer mes del nuevo gobierno batiremos el récord y probablemente nos van a incluir en los Guinness. ¡Caramba! Festejamos el Día de los Muertos y añoramos a los seres queridos que se fueron, pero nos vale madre los asesinatos del día y la tragedia en cientos de hogares, como en el terrible caso de Ayotzinapa. Estamos cercanos a la navidad, tiempo de paz y de amor al prójimo; paz a los hombres de buena voluntad, abrazos y no balazos (qué ironía), el recuento del día. Dios ilumine a Harfuch.
Los mexicanos no amamos a los mexicanos.
José Galicot es empresario radicado en Tijuana.