En otros tiempos, era costumbre que los empresarios fueran diariamente a los bancos que operaban en el centro de Tijuana, de ahí que era usual trasladarse al café Victor’s, del que era dueño Víctor M. Rubio, un promotor de negocios muy de avanzada que tenía también empresa de manejo de dinero. El café era bueno, el desayuno también; la charla larga, la broma constante; la apuesta de los juegos deportivos (no había books de apuestas como los de Caliente)… Se discutía la política, el chisme del día, el tema de ocasión y la broma y la chacota eran permanentes.
Entre otros, llegó un mueblero famoso nacido en Rusia, guapo, de voz profunda, ojos azules y que pertenecía al grupo de los charros de Tijuana (le apodaban el charro-ruso o el coco de los muebleros); su mueblería era La Metralla, que vendía en abonos. Nathan tendría 70 años de edad y en una ocasión festinaba el hecho de que se iba a casar con una muchacha guapa de 26 años.
El bullicio rodeaba el comentario del matrimonio y había quien se atrevía a decirle a Nathan en forma chusca: “Pero Nathan, te va a poner los cuernos; seguramente buscará a otro”, lo que, en lugar de incomodar a Nathan, traía una respuesta aguda: “Más vale una buena pa’ muchos que una mala pa’ mí solo”.
Fue notable la presencia de otro viejo, Don León, quien se quejaba de que tenía muchos años sin hacer el amor, pues su esposa había estado enferma los últimos 10 años, “y no crean -decía- extraño el amor de una mujer” y se le salió una lagrima, que a todos los presentes conmovió.
Al café, acudía también con frecuencia una muchacha linda que se llamaba Bety y que trabajaba de meretriz en la Revu. Hicimos una colecta, alguien se aproximó a ella y le propuso que se llevara a Don León y le hiciera el amor, lo cual ocurrió (ante el regocijo de los asistentes).
Al Victor’s acudía Tito, un hombre inteligente, buen jugador de ajedrez, pero pervertido por Birjam, el dios del juego, que lo arrastraba en sus garras hasta la ignominia. Tito retó a Pedro Dorian, rico dueño de tiendas departamentales, a apostar en el campeonato mundial de futbol que vendría y Pedro le respondió con gusto, escogiendo ambos a los equipos contendientes que competirían; Pedro le dijo que apostaría a 5 dólares el juego, Tito le dijo: “Noooo amigo, tiene que ser a 100 dólares”. Apuesta que Pedro rehusó, preguntándole: “Pero Tito, tú no tienes dinero, no tienes para jugar 100 dólares, ¿por qué quieres apostar tanto?”, y Tito le respondió: “Es que yo no puedo perder”. “¿Por qué?, le pregunta Pedro. “Porque yo no tengo dinero, por lo que no te iba a pagar sí perdía”.
Praxedis Padilla, admirado licenciado constituyente de Baja California, también acudía al café y la charla se prolongaba con sus inteligentes comentarios; sólo que Don Víctor Rubio -el dueño- eventualmente se cansó de las largas conversaciones cafeteras que no consumían mucho y le pidió amablemente al grupo frecuente que ocuparan las mesas durante una hora máximo, lo que ofendió al Lic. Praxedis, quien dijo: “Jamás me había ocurrido que nos corrieran de un café… jajaja”.
Un buen conjunto de comensales planeó en el café viajes a Cuba, donde la situación económica era difícil y permitía con unos cuantos dólares poder asistir al “Copacabana” y tomar ventaja de todas las amenidades que La Habana ofrecía baratas, en ocasiones a cambio de unos pantalones jeans, unas medias o un perfume; por supuesto que era parte de los corrillos en el café. Con frecuencia el gobernador Roberto de la Madrid se echaba su cafecito junto con Jimmy Adler, que era dueño de la mueblería el Surtidor del Hogar, y Max Paul, dueño de Zaras.
Dentro del encuentro de empresarios y charlatanes, el Victor’s significó un hito de la ciudad.
Así eran las mañanas de charla y amistad en el café Victor’s, de añoranza de la calle 4ta., y así son actualmente algunas de las mañanas en el restaurante Rivoli del Hotel Lucerna o en el café del Campestre… Añoranza.
José Galicot es empresario radicado en Tijuana.