Amigo lector, aunque no lo creas, tiempo atrás no había celulares ni computadoras, ni siquiera televisión, y con dificultad radio, por lo tanto, en las tardes después de cumplida las labores, la familia se encontraba en casa, charlando o improvisando juegos divertidos como: el acitrón de un fandango, dígalo con mímica, adivina mi chamba y duros encuentros de damas chinas (checkers), acomodando estructuras de palitos (jenga), algún juego de bajaras, etc.
En las frías veladas de invierno en mi casa se hacían alrededor de un calentón de gas, al que se añadía en la parte de arriba un recipiente con agua para que no se secara mucho la atmósfera y para convertirlo en útil, se rellenaba de castañas que con gusto comíamos.
En ese entrenamiento me convertí en el campeón de las damas, lo que hizo que cuando me fui a estudiar a México, compitiera en el campeonato del D.F. de este juego y durante semanas me embutí en el mundo del combate del tablero de fichas, en el que fui avanzando con velocidad eliminando a muchos competidores.
12 días inserto en estas batallas, sólo pensaba en damas (checkers) hasta que quedé en el encuentro final con un duro contendiente; por supuesto, yo jugaba mejor debido a mi largo entrenamiento casero. Inevitablemente me quedaba con tres fichas y él con una, que siendo hábil y sabiendo todos los trucos, se escabullía y no lo lograba derrotar por segunda vez, pues le había ganado en un primer juego en el que se descuidó.
El campeonato obligaba ganar 2 de 3 y al final del día me dijeron los jueces: “si no ganas durante la mañana tu segundo partido, van a quedar empatados” lo que me picó la cresta; me fui a la casa, apenas cené, me recosté y me puse a pensar en el juego un par de horas, hasta que quedé profundamente dormido y a medianoche me desperté pensando con una jugada que diseñé en mi subconsciente, misma que nunca había visto y que era portentosa, siempre y cuando el contendiente no la conociera. Llegué al salón de encuentros, saludé a los jueces, me senté en mi lugar, saludé a mi adversario y le sentencié: “¡Ya te gané!”.
Iniciamos el juego, nos quedamos con tres piezas yo y él con una. Desarrollé la jugada que había soñado, que antes de mi sueño ni él ni yo la conocíamos y finalmente gané.
Amigo lector, el subconsciente… el subconsciente, la intensidad, la dedicación en un tema permiten descubrir espacios e ideas que no entendíamos despiertos. Cuántas veces en tu vida te ha sucedido algo similar que de pronto se aparece una idea que resolvería problemas y que no sospechabas, y terminamos felizmente. Extraordinarios los misterios del cerebro, esa computadora mágica que Dios nos dio y que a veces no la programamos bien.
José Galicot es empresario radicado en Tijuana.