En las calles de Tijuana tocaba un músico, Elías Breeskin, acompañado de su pequeña hija; ellos venían de Hungría, por lo tanto, su música era europea y clásica y la gente les pagaba porque tocaran en las calles de la ciudad.
Un día Don Elías, a quien le gustaba jugar póker, se reunió con sus amigos y perdió una fortuna que no tenía y que pagó con un cheque, mismo que obviamente botó. En aquel tiempo los cheques botados eran delito federal y Don Elías terminó por unos años en las Islas Marías.
Olga permaneció durante un tiempo en Tijuana, protegida por unas generosas familias, y eventualmente se fue a México. Años después me encuentro a ambos tocando en el restaurant Czardas de México, deleitándonos con su música gitana que por supuesto hacían sentir la belleza de las danzas húngaras.
Con el tiempo Don Elías fallece y Olga tiene una carrera meteórica en la dirección mexicana como música de violín mostrando su bello cuerpo, lo que se traduce en actividades de la farándula mexicana con todos sus momentos de gloria y de pachanga y que inevitablemente hacen que Olga se vaya concientizando de la incomodidad de la vida de farra.
Buscando respuesta a sus emociones cambiantes, Olga se retira a Las Vegas, donde se vuelve una profunda religiosa (curioso que en Las Vegas, la ciudad del pecado, encuentre paz espiritual) que intenta contar sus altibajos y sus mensajes positivos por medio de programas de radio para que las siguientes generaciones no tengan las mismas caídas.
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El violín todavía toca czardas o la danza húngara; aún demuestra perfección y emoción. Olga intenta descanso espiritual y lo encuentra en una comunicación positiva y masiva en templos, estaciones de radio y televisión. La pequeña niña tijuanense que triunfó en los escenarios de la gran capital hoy ya es una mujer religiosa que intenta moralizar.
¿Cómo te gustaría verla, amigo lector: como la pequeña concertista o tocando en los bares de México, o actuando en la televisión, o finalmente de predicadora en Las Vegas?
Sin duda Olga fue una estrella en el firmamento artístico de México.
José Galicot es empresario radicado en Tijuana.
