“La ira es como el fuego, no se puede apagar sino al primer chispazo. Después es tarde”.
-Giovanni Papini
El crimen organizado y las pandillas sin lugar a dudas representan los dos mayores desafíos para la seguridad y estabilidad social. Estas organizaciones van desde los cárteles del narcotráfico hasta las pandillas urbanas; operan con una estructura compleja y con una sofisticación que les permite infiltrarse paulatinamente en los diversos niveles de la sociedad.
El crimen organizado se caracteriza por una jerarquía muy bien definida, pero también con una división de roles que es sumamente clara. Los cárteles del narcotráfico, como los de México y Colombia, presentan una estructura piramidal donde precisamente en la cima se encuentran los capos o líderes, quienes son los encargados de la toma de decisiones para sus operaciones estratégicas y de gran escala. La gestión de este tipo de organizaciones delincuenciales presenta muchas facetas y está altamente coordinada.
Empecemos analizando el narcotráfico, por ejemplo, que implica un proceso muy complejo y largo que comienza desde luego con el cultivo de las plantas, como la amapola o la coca; sigue con el procesamiento de dichas plantas en laboratorios (que siempre son clandestinos) para convertirlas en heroína; y después culmina con la distribución y la venta generalmente en los mercados internacionales.
Cada etapa del proceso requiere de una logística que debe ser precisa y una red de contactos que aseguren naturalmente el flujo continuo del producto, pero además el dinero.
En cambio, la trata de personas opera de una manera similar en términos generales de organización. Las redes de trata identifican y reclutan víctimas, la mayoría de las ocasiones a través de engaños o inclusive de coacción, y las trasladan a distintos países o regiones en donde serán explotadas laboral y sexualmente. Este tipo de delitos implica una red global de intermediarios, desde los reclutadores hasta los transportistas, y cada uno de los involucrados desempeña un rol específico en la cadena de la explotación.
Por su parte las pandillas urbanas, aunque generalmente son menos estructuradas que los cárteles de droga, también presentan una jerarquía que opera con niveles notables y sorprendentes. Las pandillas más conocidas, como las Maras en Centroamérica, o las bandas, como en Los Ángeles, tienen líderes que dirigen la actividad de todo el grupo y toman las decisiones sobre qué actividades y objetivos tendrán estos grupos delincuenciales. Generalmente, sus líderes suelen ser miembros veteranos con un largo historial en las actividades delictivas y quienes se han ganado el respeto de los demás miembros del grupo.
En su nivel operativo, las pandillas están involucradas en una variedad de actividades ilegales que pueden ir desde la venta de drogas, robos, extorsiones y actos de violencia. Para estos grupos delictivos el control del territorio es definitivo, ya que eso les permite establecer puntos fijos para la venta de drogas y otras actividades ilícitas, sin que intervengan los grupos rivales o muy ocasionalmente la policía. La forma de mantener el control es mediante la utilización de la violencia e intimidación no sólo contra otro tipo de pandillas, sino también contra la comunidad, a fin de imponer miedo, que es el arma principal para evitar que el ciudadano coopere con información con las autoridades.
Ahora bien, el impacto del crimen organizado y de los grupos de pandillas en una sociedad cualquiera trae resultados trágicos. Económicamente las actividades ilegales generan enormes cantidades de dinero, pero el cual no contribuye naturalmente al desarrollo económico y, por supuesto, legítimo; por ejemplo, de los grupos organizados de comercio, antes bien fomentan la corrupción y el lavado de dinero.
El crimen organizado se suele infiltrar en las instituciones de gobierno, la compra de policías o su inserción en sus nóminas; y desde luego, los pactos o arreglos que se hacen con los directores de policía, seguridad pública y cualquier tipo de servidores públicos propicia la ineficacia de los municipios o del Estado, así como la gran desconfianza y ruptura de la sociedad con las instituciones de gobierno.
Benigno Licea González es doctor en Derecho Penal y Derecho Constitucional; fue presidente del Colegio de Abogados “Emilio Rabasa” y actualmente preside el Colegio de Medicina Legal y Ciencias Forenses de B.C.
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