A Julieta, mi Madre, en su partida
Me duele su partida. Mi Madre vivió conmigo los últimos 20 años y el sentimiento de insuficiencia sobre ese “algo” que pudiera haber hecho, para que sus últimos años hubieran sido mejores, queda como cancioncilla que se repite en tu mente. Siempre pensé que era mejor honrar su vida en vida, que un profundo discurso a su muerte. Hoy entendí que ambas no son excluyentes. Después de todo, creo que hice e hicimos lo que era digno y más que razonable, a la manera de Ortega y Gasset: la persona y su circunstancia.
No hablaré de la madre excepcional, la intelectual autodidacta, la increíble cocinera y mejor repostera, la aguda “escribidora” (Luzana dixit) o la incansable opositora. Textos hermosos de familiares y amigos la siguen describiendo justamente como era: una mujer excepcional. Pero créanme, también fue madre de chancla en mano. En caso de duda, pregúntele a mi hermano Ulises.
En su último año, con ella y varias amigas de mi madre, conspiramos tres cosas. La primera, era producir otro libro que yo sugerí se llamaría “Aquí Pensando”. Ahí donde la ven, con todo y su sedentaria circunstancia merced de un infarto al cerebro que afectó su oído hace años, y una osteoporosis más que agresiva, mi madre se movía poco pero no dejó de escribir gracias a la magia del Facebook. Los que la seguían en “face”, saben que iniciaba invariablemente todos sus textos con la entrada “PIENSO QUE”, contestando así la convocatoria que hace la red social a escribir en tu muro mediante la pregunta: ¿Qué estás pensando?
Entonces Hadia Farfán, Carmen Campuzano, Alma Delia Ábrego y su servidor, acordamos con ella extraer del “Face” esos textos poéticos y de crítica política para hacerle otro libro. Nada menos, la semana pasada le rendí informe de que ya habíamos concluido, con el apoyo de mi asistente Santiago, la extracción y ordenamiento cronológico de los textos para enviar esas más de 150 páginas a mi hermano Carlos Martín, para un ejercicio de primer armado y corrección… en eso nos quedamos.
La otra conspiración fue con varios de sus amigos a quienes convoqué a apenas hace 4 semanas, para organizar visitas más eficientes a mi madre de modo que pudiera mantener el vigor necesario para enfrentar precisamente su circunstancia. En la reunión estuvieron Hadia, Luzana, Rosario Ruiz, Adelaida, Carmen Campuzano, Rocío Galván, Roberto Farías, Ana Luisa, Betty Lelevier, Patricia Scully, Chayito Curiel, entre otros (perdón alguna omisión), además de quienes con regularidad ya la visitaban. El grupo amigos de Julieta conspiró para intensificar presencia y debate porque, imagínense, visitar a mi madre en plena época electoral. Así le fue a uno que otro que defendía al “viejo guango” (Julieta dixit).
La tercera conspiración la hicimos el mismo día del jueves 6 de junio cuando se puso grave. Esa mañana, en su permanente deseo de ir a pasar tiempo con su única hermana, Elsa Cecilia alias la “Tía Nina” a Cuernavaca, me pidió que revisara alguna celeridad en su proceso de terapia física para mejorar condición y posibilidades. Ese día, tocaba visita a su terapeuta y ángel en la emergencia, Briseida López, y tuvimos en la tarde una llamada telefónica estando ellas juntas y yo esperando a mi hija menor en el aeropuerto de San Diego. La conspiración consistió en convocar a una reunión con médico que ocurriría el martes, para ver opciones de un programa de fortalecimiento catalizador de sus piernas, que le permitiera mejorar condiciones para viajar a Cuernavaca. Fijamos hora y nombre de los participantes… hasta ahí nos quedamos.
A la media hora de aquella llamada, fue “Bris” quien me avisó que mi madre se sintió repentinamente mal al extremo, y me apoyó llevándola al hospital junto con mi asistente Santiago, que se encontraba en la casa.
Luego vino la decisión de Dios de llamarla, seguramente ante su circunstancia. En esa fe me quedo, convencido de que Dios nuestro Señor, quiso fortalecer su área de poetas y críticos incansables. Por lo demás hay decir, aunque suene chusco, que al saber del resultado del domingo 2 de junio, mi madre me espetó: “nunca creí vivir para ver a estos ganar dos veces, no sé si los aguante”. Y no les dio el gusto. Se fue dándoles la pelea. Descansa en paz Yuyi.
Otros si digo: el apodo Yuyi fue cortesía de mi hija mayor Marinthia, quien no podía en sus primeros años pronunciar “Juli, como la llamaban muchos amigos a mediados de los 90s. Se le quedó Yuyi.
El autor es maestro en Derecho y fue diputado federal de la 57 Legislatura (1997-2000), ex cónsul de México en Estados Unidos, sub Secretario de Gobernación y ex Magistrado del Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa.
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