“Ya tengo una pugna muy fuerte cada vez que agarro un micrófono para tratar de combatir el centralismo, que uno no ve y no entiende hasta que se sale de Ciudad de México”, expresó la ZETA autora bajacaliforniana, ganadora del Premio “Dolores Castro” 2019
En la literatura bajacaliforniana de autores nacidos en la década de los 80, Ana Fuente Montes de Oca es referente indiscutible con una obra sólida como cuentista. Nacida en Ciudad de México en 1984, pero radicada en San Antonio de las Minas, municipio de Ensenada desde 2011, Fuente ganó el Premio “Dolores Castro” 2019 en la categoría de Narrativa, con el libro de cuento “La ley Campoamor”.
De hecho, en la octava versión del certamen literario que organiza el Ayuntamiento de Aguascalientes, a través del Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura, en 2019 por primera vez una autora mexicana ganó con un libro de Cuento, ya que anteriormente había sido el género de Novela la pieza ganadora.
“En esta octava edición del Premio, por primera vez en la historia del mismo, se hace justicia al cuento; a su necesaria presencia en este vértigo del lenguaje contemporáneo y sus muchos referentes”, emitió en ese entonces el Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura.
Integrado por Hilario Peña, Evangelina Terán Fuentes e Irlanda Vanessa Godina Machado, el Jurado asentó en el acta de deliberación sobre “La ley Campoamor” de la bajacaliforniana Ana Fuente: “Es un polifónico conjunto de relatos acerca del fracaso, escritos con un humor negro y fino y enriquecidos por un lenguaje en algunos momentos crudo y visceral, y en otros, lleno de símiles y metáforas acertadas que ilustran favorablemente la narración”.
Aunque en 2019 el Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura publicó una primera edición, afortunadamente la editorial Nitro Press que dirige Mauricio Bares reeditó el libro en 2023, logrando una mayor difusión y distribución a nivel nacional de la propuesta de la narradora bajacaliforniana.
TALLEREANDO CON SAMPERIO
Ana Fuente estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En esa etapa tallerea en Ciudad de México con el narrador Guillermo Samperio (Ciudad de México, 22 de octubre de 1948-14 de diciembre de 2017).
“Estuve en los talleres de Guillermo Samperio mientras estudiaba yo Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía. Estuve primero en un centro de creación literaria que tenía en la (colonia) Del Valle, entre 2004 y 2006; después en la Casa Universitaria en Coyoacán, por ahí de 2007 a 2009”, refiere la narradora al iniciar la entrevista para ZETA.
— ¿Qué fue lo más importante que aprendiste, o qué recuerdas del taller literario con Guillermo Samperio?
“Yo creo que lo más importante fue -no quiero decirlo como si ya lo dominara, porque yo creo que uno nunca domina eso-, editar los textos, borrar lo que no sirve, hacer ese ejercicio de reconocer que a lo mejor había por ahí oraciones o expresiones que nos gustaban mucho, pero no necesariamente la forma en el texto. Creo que justamente por la brevedad con la que trabajaba Guillermo era una gran aportación, y en términos de estilo me ayudó muchísimo a evitar ciertas repeticiones de estructuras, a mover la mirada un poco o el foco del objeto en que estaba la acción para tratar de decir las cosas de otra manera. Creo que fue realmente como esclarecedor en términos de cómo se construye el oficio narrativo, cómo no era nada más contar una historia, sino saber contarla y saber qué tanto dar de esa historia”.
ENTRE DOS VERSIONES
En 2011, Ana Fuente se traslada a vivir a San Antonio de las Minas en Ensenada, Baja California. En 2018 publica su primer libro, “Chicharrón de oso y algunos cuentos del fracaso”, editado por el Fondo Editorial Tierra Adentro. En 2021 también publica “Mosaico de lo insólito”, en la colección La Rumorosa de la Secretaría de Cultura de Baja California. Previamente, con “La ley Campoamor”, obtiene el Premio “Dolores Castro” 2019, en la categoría de Narrativa.
“La ley Campoamor” se divide en dos partes: la primera se titula Cóncavo, y la segunda, Convexo; cada sección consta de diez cuentos, cada uno encuentra una versión o contraparte de una misma situación en la otra parte.
“La escritura de ‘La ley Campoamor’ fue un proceso muy curioso porque originalmente yo estaba tratando de escribir un libro, todavía no tenía mucho la idea, pero me puse a escribir historias breves para un premio nacional, para el Julio Torri, donde uno de los requisitos era que los textos fueran de máximo tres páginas y el mínimo era 60, entonces yo sabía que tenía que hacer 20 cuentos. Empecé, hice los primeros ocho, más o menos, y empecé a quedarme corta de historias y de tiempo, o sea, yo sabía que me faltaban 10, 12 cuentos más y tenía un poco el tiempo del cierre de la convocatoria encima. Entonces, por ahí me topé con este verso de Ramón de Campoamor que está en el epígrafe, que dice: ‘No hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira’, y en ese momento se me ocurrió hacer este juego de espejos, esta versión cóncava y convexa de la misma historia, lo cual realmente es un poco un artificio porque me permitía no construir otros diez universos distintos, sino que podía ya tener como esos personajes y esos contextos y nada más tratar de abordarlo ya fuera desde otra perspectiva, a lo mejor desde otro tiempo de la narración; no cuento forzosamente la misma anécdota, sino lo que antecedió o lo que sucedió después. Así surgió y así se fue armando el libro”.
— ¿Cuál fue el principal desafío al contar estas dos versiones de una historia, que tuvieran una conexión?
“Para mí el mayor desafío fue que quería que funcionaran, si bien como textos complementarios, que también pudieran existir como unidades, o sea que a lo mejor uno leyera nada más medio libro y los cuentos estuvieran terminados, no quedarnos con la sensación de que había algo no contado o que estaba como manco el cuento. Lo mismo con la segunda parte, que funcionara per se la parte convexa sin necesidad de haber leído la anterior. En ese sentido lo más difícil fue escribir la segunda parte a sabiendas que yo ya tenía cierta información que ya aparecía en el libro, pero tratar de escribirlo como si yo le exigiera al lector que no conociera esa información. Creo que la gran dificultad estuvo en pensar que pudieran funcionar como unidades. A lo mejor, una influencia literaria, que no es tan literaria y tan refinada, es estos libros que leíamos cuando éramos niños de ‘Elige tu propia aventura’ y cómo podíamos ir saltando páginas hacia un lugar y se formaban historias completamente distintas en función de las decisiones que íbamos tomando. Yo quería que funcionara un poco así, que pudieran ser como estos libros, podían ser varios cuentos en uno; yo quería que en este caso pudieran ser historias separadas o que sí se complementaran”.
DESDE DÓNDE ESCRIBIR
Ana Fuente es una de las narradoras bajacalifornianas más sólidas de su generación. Al abordar un mismo tema o situación, propone dos versiones distintas desde el punto de vista de personajes diferentes, adoptando en ocasiones una voz femenina y en otra masculina, o hasta desde la perspectiva de un gato, por ejemplo.
— ¿Por qué es importante para ti establecer en un cuento quién y desde dónde narra? Es decir, todo depende de quién lo diga…
“Justo el meollo del libro es eso: me gusta pensar que en la vida en general todos somos muy mentirosos, no lo digo desde un sentido peyorativo, sino que cada quien construye su propia verdad y la narra desde donde lo recuerda, desde donde nos atraviesa, desde donde nos importa o nos impacta. Entonces, cuando digo que somos muy mentirosos no me refiero que lo hagamos con dolo, sino que forzosamente nuestra propia sensibilidad y nuestra propia subjetividad nos obliga a narrar las historias y a entender la realidad desde donde estamos”.
En cualquier caso, Fuente reconoce un juego de espejos donde nunca es predecible quién será la contraparte que narrará:
“Este juego de darle voz a distintos personajes en la misma historia me permitió un poco jugar con eso y un poco entretenerme en pensar cómo se percibía, por ejemplo, una cena navideña desde la perspectiva de la tía que acaba drogada y desde la perspectiva de quienes asistían a la cena. Creo que el texto en el que más me arriesgué, no sé si lo volvería hacer así, es cuando le doy voz a un gato en este contrapunto con la voz del dueño, cómo se percibe esa adopción desde las antípodas. Para mí la parte interesante era pensar en que la realidad es eso que está fuera y que realmente ninguno estaba contando, como que cada quién está pintando lo que considera, pero no es necesariamente una verdad”.
— ¿Cómo concibes la literatura al dar voz lo mismo a un hombre que a una mujer, incluso a un gato? Y no necesariamente nada más desde la voz femenina como autora; especialmente en la época actual con los diversos feminismos, donde algunas escritoras escriben sobre todo desde la voz femenina…
“Ésa es una decisión muy personal. Yo no me opongo a quienes toman esa decisión. A mí me cuesta mucho trabajo porque siento que en mi caso personal los cuentos se me empiezan a volver un poco monótonos, me cuesta mucho trabajo hacer como personajes femeninos muy diversos porque en todos aparece por ahí mi voz; y como en la vida, yo sé que tengo como una voz interna que a lo mejor puede ser incluso un poco masculina, me permite como jugar con esta ambivalencia. Yo de niña fui la machorra del libro; o sea, hice esas cosas antes de que estuvieran de moda como jugar futbol, como que nunca me interesó mucho la delicadeza y esas cosas que eran clásicas e impuestamente femeninas. Entonces, me siento cómoda manejando los dos registros”, reconoce Ana Fuente.
“El futbol fue para mí como una influencia muy grande en la vida en general, justo porque tuve esta convivencia con hombres como de tú a tú; entonces, creo que a mí esto me da mucha comodidad en ir por la vida escribiendo de un lado o del otro sin que me estorbe, pero quienes escriben y sólo buscan escribir desde la voz femenina y la experiencia femenina como una postura ideológica, me parece muy interesante en ese sentido en el que los hombres siempre han tenido esa voz, siempre han tenido esos espacios. Entonces, como una postura ideológica y política en la que se busca la recuperación de espacios, creo que es muy interesante y no la juzgo, aunque no sea mi forma de trabajar”.
Sobre el papel como narradora, advierte: “Nuestra labor es hacer personajes. Siento que estoy como en una parte muy ambivalente de la vida en la que siempre he tenido mucha convivencia con los hombres. Crecí con un hermano mayor, la mayoría de mis amigos durante muchísimos años fueron hombres; entonces, las voces masculinas son muy cómodas porque también me permiten un poco salirme de mí y hacer un personaje completamente ajeno. Y las voces femeninas sí siento que tocan temáticas y fibras que están un poco más relacionadas conmigo, con mi experiencia personal, con mi forma de entender el mundo. Entonces, son como formas distintas de trabajar. Yo no siento ninguna incomodidad en usar voces masculinas en mis personajes”.
EN LA FRONTERA
Diversos escenarios y atmósferas en “La ley Campoamor” son propios de la frontera norte de México, incluso en sus cuentos se aprecia el vocabulario propio del norte.
— Siendo originaria del centro del país, pero luego de radicar en el municipio de Ensenada desde 2011, tras 13 años, ¿qué tanto ha influido la frontera norte de México en tu obra?
“Yo llegué a Baja California en 2011 y ‘La ley Campoamor’ debe ser más o menos de 2014, entonces yo tenía tres años aquí y todo era novedad. Yo llegué de Ciudad de México a vivir a San Antonio de las Minas, yo nunca viví en Ensenada, nunca viví en la ciudad de Ensenada, llegué directamente a la vida rural cuando el Valle de Guadalupe todavía tenía un espíritu mucho más rural del que tiene actualmente y todo era novedad para mí, desde el paisaje, las formas del habla, las historias de la gente que yo iba conociendo. Trabajar en el vino, ese año fue lo primero que hice cuando llegué aquí, empecé a jugar futbol en la liga llanera de El Porvenir, todo era novedad para mí, había mucha materia”, rememora Ana Fuente.
“Ahora es curioso, porque 13 años después, cuando escribo sobre la Ciudad de México me parece que escribo sobre una ciudad que ya no existe, una ciudad que yo dejé y a la que ahora voy, pero ya es completamente distinta. Entonces, mis textos sobre Ciudad de México son muy nostálgicos en muchos sentidos. Cada vez escribo más sobre este cruce transfronterizo entre Tijuana y San Diego, entre Mexicali y Calexico, empieza a ser un panorama más cotidiano para mí, que verdaderamente siento que me adoptó”.
— ¿Ya te sientes bajacaliforniana?, ¿ya eres norteña?
“Ya me siento bajacaliforniana. Es curioso, pero ya tengo una pugna muy fuerte cada vez que agarro un micrófono para tratar de combatir el centralismo que uno no ve y no entiende hasta que se sale de Ciudad de México, no entendemos cuál es el peso específico de la Ciudad de México literariamente cuando estamos allá adentro y decimos: ‘Ah, pero todo está aquí’; claro, pero cuando estás fuera y estás lejos, se ve esa enorme distancia y la enorme diferencia que hace la creación desde adentro y desde afuera”.