En memoria de la inteligencia rebelde de Jorge Conde Z.
Las dictaduras golpistas y los conflictos armados no son la fuente o único caldo de cultivo para la creciente ola desapariciones de personas en América Latina. Desde principio de la década del 2000, con el aumento de la corrupción pública y privada, convertida en miseria social, laboral, sanitaria y violencia brutal de la delincuencia internacional y el narcotráfico de Estado y por tanto de la explosión los flujos de migración en el continente americano, el escenario y las derivaciones han empeorado. Y así como se gestan cada determinado tiempo caravanas migrantes en Centroamérica, y de otras partes del mundo así también empezaron a seguirles las caravanas de madres desesperadas que buscan a sus hijos e hijas, esposos o familiares que pusieron rumbo a otros países del norte con el falso “sueño americano” buscando una mejor vida y desaparecieron.
Como si las violaciones a los elementales derechos humanos y desaparecer fuera una posibilidad natural de viaje, una forma de cotidianidad.
Las madres centroamericanas son quizá el ejemplo más visible de una tragedia que encadena varios dramas sociales y familiares atrás. Desde 2004, vienen cada año a Ciudad de México desde El Salvador, Honduras, Guatemala, Colombia, Venezuela, Cuba, etcétera, organizadas a través del Movimiento Migrante Mesoamericano, siguiendo a pie una ruta parecida a la que imaginan que hicieron sus seres amados. Se organizan, exigen y gritan. Traen la tristeza como cruz a cuestas. Jamás se cansan y no olvidan. Son madres extranjeras en un país que les ha arrebatado lo que más quieren en la vida. Y con eso, también le quitan el miedo a cualquier costo de adversidades.
Desde el desierto de Atacama, en Chile, hasta Sonora, México, estas increíbles mujeres tienen todo en común. Son víctimas de gobiernos ausentes, ineficaces, de sociedades indiferentes, insensibles, apáticas y de vacíos. Ellas, que están removiendo todo en sus búsquedas para encontrar lo que este mundo les ha quitado, en su camino nos aleccionan directamente a todos.
En 2021, Cecilia Flores, la líder de las Madres Buscadoras de Sonora, explicaba todo lo que había aprendido en los seis años que llevaba buscando a sus dos hijos desaparecidos: cómo diferenciaba los huesos, cómo sabía cuándo la tierra había sido removida. A las buscadoras como ella sólo les falta conocimiento en identificación de ADN para poder completar las labores que las autoridades no hacen por falta de presupuesto, personal profesional especializados o de voluntad política.
“A ellos (cárteles y funcionarios a su servicio) les estorba lo que hacemos. Nosotras hemos encontrado los cuerpos que ellos no han podido encontrar. Que no lo hacen porque no quieren. Somos ya casi 900 madres en todo el Estado de Sonora. Hemos encontrado casi 300 cuerpos, y localizado a más de 50 personas vivas”.
En una conversación con Socorro Gil, cuyo hijo desapareció en Acapulco, Guerrero, después de ser detenido por policías municipales, en 2020, explicó que en el norte de México le habían enseñado a identificar las características de la tierra para escarbar. Estaba apurada y con la agenda saturada. Tenía un par de viajes planeados a Tijuana Baja California y a Monterrey Nuevo León a “unas búsquedas”.
Ante las razones por las que iba al otro extremo del país y lejos de donde había desaparecido su hijo, argumentó: “Nosotros tenemos la idea de que sabemos el lugar en dónde levantan (secuestran) a nuestros hijos, pero no sabemos dónde los van a explotar, dejar sin vida o enterrar. Entonces, si podemos recorrer la República Mexicana completa, lo vamos a hacer. Y si yo no encuentro a mi hijo, tal vez sí encuentro al hijo de otras madres angustiadas con el mismo dolor que cargo en el alma”. (Con información y datos del diario El País y Erika Rosete)
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana.
Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com