Pese a que se trató del asesinato del funcionario encargado de la seguridad en uno de los siete municipios, en el Poder Ejecutivo no causó mayor preocupación. De hecho, no generó el mínimo escozor o estrés por parte de la figura más importante del Estado, la gobernadora Marina del Pilar Ávila Olmeda. Esa noche, la mandataria estatal estuvo presente en la inauguración de la temporada en el estadio de Águilas de Mexicali, para posteriormente acudir al palenque de las Fiestas del Sol y aparecer en la presentación de Banda MS. Los festejos de fin de semana no se vieron afectados para la gobernadora, quien no se inmutó ante un ataque directo hacia uno de los principales en la Mesa de Seguridad para la Construcción de la Paz. No, la fiesta no se detuvo durante esa noche y no hubo siquiera palabras de aliento, de respaldo a las corporaciones o de condenación hacia un acto que representa un ataque directo hacia las instituciones de Baja California. Ávila Olmeda volvió a pecar de indolencia y siguió con su vida normal ante una situación de crisis, intentando demostrar que todo estaba bien -quizá sí lo sentía- cuando la vida del director de la Policía de San Quintín, había sido arrebatada por un grupo de sicarios. No se trata de un asunto menor, y menos cuando los últimos dos ataques armados hacia funcionarios de primer nivel en materia de seguridad han sido en los municipios nacientes (San Quintín y San Felipe), que todavía no tienen un gobierno electo conformado, pero se supone, fueron creados para tener mayor capacidad para resolver sus problemas directamente. No es la primera vez que la gobernadora envía mensajes prosaicos ante realidades densas. Al menos ya sabemos cuáles son sus prioridades.
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