Aquella niña de trenzas
coge estrellas con las manos
y persigue mariposas,
mete los pies en los charcos.
Toma una pequeña rana,
verduzca y con manchas negras;
al ver que irradia ternura
la pone sobre la yerba.
La rana al mirarse libre
brinca presta hasta el barbecho;
la milpa ya tiene espigas
y se mueven con el viento.
La niña recuerda entonces
cuando detrás de su padre,
tira el maíz en el surco
y luego el fertilizante.
El olor a yerba fresca
alborota los sentidos;
es una fiesta sonora
con trinar de pajaritos.
Sus pies se alejan ligeros,
las trenzas sobre sus hombros;
el mundo parece grande
ante sus pequeños ojos.
Sale humo de la cocina
y olor a té de canela;
le ha llegado el apetito,
entra con cara risueña.
Su madre ha cocido elotes
y en la mesa hay queso fresco;
junto a su padre se sienta,
no quiere que pase el tiempo.
Lourdes P. Cabral
San Diego, California