Porque los extremadamente ricos nunca pierden, pero cuando llega el caso arrebatan con golpes de Estado, como Paraguay, Bolivia, Perú o Chile. Hay desinformación y contra información detrás de los impuestos a las grandes fortunas en México. A pesar de los avances en políticas sociales y laborales de AMLO, y en medio de crisis coyunturales por los efectos de la devastadora pandemia COVID-19 (generadora de inflación, alto costo de vida, fallecimientos, sanitaria, económica, social y de cuidados ambientales), los súper ricos en México han visto crecer sus fortunas un tercio desde la pandemia.
Por cada 100 pesos de riqueza que se crearon entre 2019 y 2021, 21 pesos se fueron a menos del 1 por ciento más rico; y apenas 40 centavos al 50 por ciento más pobre. Carlos Slim, el hombre más rico de México y de América Latina y el Caribe, concentra más riqueza que la mitad de la población mexicana y ha visto crecer su riqueza en un 42 por ciento desde la pandemia, un monto equivalente a un millón de dólares por hora.
Estos números no se reflejan en la parte de la cuenta que los súper ricos pagan. Las personas contribuyentes con ingresos arriba de 500 millones de pesos anuales apenas representaron el 0.03 por ciento de la recaudación total de impuestos. Además, las grandes empresas pagaban hasta 2021 unas tasas efectivas de ISR de entre el 1 y 8 por ciento de sus ingresos, muy por debajo del 30 por ciento establecido, que el fisco le exige a cualquier mexicano.
Cuando los súper ricos no pagan impuestos, pagamos nosotros, trabajadores y clase media asalariada. Es decir, la inmensa mayoría; porque absurdamente, la clase media para INEGI es ganar al menos $14,000 mensuales. Menos de $500 pesos diarios.
En el 2023, el Estado tiene un menor margen de maniobra para responder ante las crisis debido a sus crecientes obligaciones y a los magros recursos públicos disponibles. Aún sin corrupción, que subsiste, el dinero público no alcanza: por cada 100 pesos que produce la economía mexicana, el gobierno a todos los niveles apenas logró recaudar de impuestos 17.8 pesos, muy por debajo del promedio latinoamericano; en Europa el promedio es 35 por ciento y Dinamarca captura 53 por ciento.
La mayor parte de los pocos impuestos que se pagan hoy en México son sobre el consumo, los ingresos personales, la seguridad social y la nómina. Las empresas transnacionales burlan al fisco y a la sociedad, por eso se explica la “creciente inversión extranjera”. Y, consecuentemente, eso explica el retraso, en educación, salud e infraestructura, ejes de productividad y competencia.
Destaca la mediocridad de un Estado diseñado para defender al gran capital (no al trabajo que genera y sus masas de ganancias). El Estado recauda de impuestos -enanos- a los grandes empresarios en México, que ocupa la última posición entre las grandes economías de por recaudación de impuestos a la riqueza, con un monto que apenas alcanza el equivalente al 0.34 por ciento del PIB, frente al promedio latinoamericano de 2.57 por ciento.
Un ligero rasguño de impuesto federal a las grandes fortunas permitiría recaudar hasta 270,000 millones de pesos anuales. Esto sería suficiente para incrementar presupuestos de salud pública federal en 40 por ciento o multiplicar en 17 veces el gasto federal en protección ambiental.
Los reclamos de reformas fiscales progresivas no son nuevos, sino que han formado parte de los últimos 100 años de historia mexicana. Pero la mayor oposición y resistencia a estas transformaciones viene de un puñado: Consejo Coordinador Empresarial, Coparmex, Banqueros y su cemento electoral: PRIAN y MC.
Hay evidencias para desmentir tres mentiras alrededor de los impuestos a las grandes fortunas en México:
1.- Que los súper ricos ganaron su fortuna con eficiencia, creatividad e inteligencia empresarial;
2.- Que ya pagan lo que les toca de impuestos; y
3.- Que México no es Europa.
Así que los impuestos a la riqueza, aquí con las “corcholatas” y el PRIAN, que no se comprometen, son inviables. La riqueza del 1 por ciento nace de monopolios, concesiones del gobierno y privilegios fiscales por donaciones para comprar votos, explotando el hambre popular que aseguraba ganar elecciones.
Para transformar el sistema fiscal, el Presidente, congreso y magistrados nos deben impuestos progresivos a las oligarquías. Modificaciones fiscales profundas, progresivas y transparentes. Eliminar privilegios fiscales del 1 por ciento más rico. Priorizar la inversión pública en infraestructura social: salud, educación, medio ambiente y atenciones sociales. Discusiones fiscales a la sociedad y una democracia donde el Congreso dignifique a los asalariados.
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana.
Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com