Un profesor está almorzando en el comedor de la universidad. Un alumno viene con su lonchera y se sienta al lado de él.
Altanero, el profesor dice:
“Un puerco y un pájaro no se sientan a comer juntos”.
De inmediato el alumno le contestó:
“Pues me voy volando”.
El joven cambia de mesa y, verde de rabia, el profesor planea arruinarlo en el próximo examen, pero el alumno responde con brillantez a todas las preguntas.
Entonces lo cuestiona así:
“Usted está caminando por la calle y se encuentra una bolsa, dentro de ella está la sabiduría y mucho dinero. ¿Cuál de los dos se lleva?”.
Sin titubear, el estudiante contesta:
“¡El dinero!”.
El maestro replica:
— Yo, en su lugar, hubiera agarrado la sabiduría, ¿no le parece?
“Cada uno toma lo que no tiene, profesor”.
Llegado el momento del examen, histérico, el catedrático escribe “¡Imbécil!” en la hoja y la devuelve al joven.
El alumno toma la hoja y se sienta. Al cabo de unos minutos se dirige al profesor:
“Usted me firmó el examen, pero no me lo calificó”.
Autor: Un pedagogo.
Perro busca paz
Un perro viejo y de aspecto cansado merodeaba por mi patio.
Me di cuenta por su barriga bien alimentada y collar de que ya tenía un hogar.
Me siguió a la casa, cuando abrí la puerta ingresó conmigo, se fue al final del pasillo y se durmió en un sofá.
Una hora más tarde, se dirigió a la puerta y lo dejé salir.
Al día siguiente regresó e hizo lo mismo: fue al final del pasillo, recuperó su posición en el sofá y durmió durante una hora. Esto continuó por varias semanas.
Curioso, le puse una nota en el collar:
“Todas las tardes tu perro viene a mi casa, ingresa por el pasillo y echa una siesta por una hora”.
Al día siguiente el perro llegó con una nota diferente en el cuello:
“Vive en un hogar con cuatro niños insoportables, maleducados y echados a perder por una madre solapadora que no entiende razones, así que sólo está intentando recuperar el sueño. ¿Puedo acompañarlo mañana?”.
Autor: Un psicólogo infantil.
Los últimos tres deseos de Cenicienta
Cenicienta tiene 75 años, después de toda una vida completamente feliz con el ahora fallecido Príncipe, se sienta en su mecedora, viendo pasar el mundo desde su terraza, con su gato Pancho como compañía. Una tarde lluviosa, aparece Hada Madrina. Al verla, Cenicienta exclama:
—¡Hada Madrina! ¿Qué estás haciendo aquí después de tantos años?
“Como has vivido una vida buena y sana desde que nos conocimos, he decidido concederte tres deseos. ¿Hay algo que tu corazón todavía anhela?”.
Cenicienta estaba encantada y, después unos minutos, casi en voz baja, pronuncia su primer deseo:
“Desearía ser rica y tener más posesiones”.
Al instante, su mecedora se convierte en oro sólido lleno de diamantes.
Cenicienta está aturdida. Pancho, su viejo gato fiel, salta de su regazo y corre al borde del porche, temblando de miedo. Entonces cenicienta agradece al Hada Madrina, quien responde:
“Es lo menos que puedo hacer por ti. ¿Qué desea tu corazón como segundo deseo?”.
Cenicienta observa su frágil cuerpo y pide:
“Me gustaría ser joven y llena de la belleza juvenil otra vez”.
Al instante, su deseo se hace realidad y su hermoso rostro juvenil regresa. Siente movimientos dentro de ella que habían estado latentes durante años, y el vigor y vitalidad largamente olvidados comienzan a recorrer su alma.
El Hada Madrina insiste:
“Tienes un deseo más, ¿Qué va a ser?”.
Cenicienta contempla a su gato aterrorizado en una esquina y dice:
“Quiero que transformes a Pancho, mi viejo gato, en un hermoso y apuesto joven”.
Repentinamente, Pancho experimenta un cambio fundamental en su composición biológica y se convierte en el chico más hermoso que Cenicienta jamás hubiese visto.
El Hada Madrina se despide entre un resplandor de luz brillante:
“Felicidades, Cenicienta, ¡disfruta tu nueva vida!”.
Durante unos instantes, Pancho y Cenicienta se miran a los ojos.
Sin aliento, Cenicienta se sienta mirando al chico más increíblemente perfecto que había visto. Pancho se acerca a Cenicienta sentada en su mecedora y la rodea con sus brazos fuertes y jóvenes. Soplando su pelo dorado con su cálido aliento, se apoya en su oído y susurra:
“Qué mal cuento que me esterilizaste, ¿verdad?”.
Autor: Un veterinario machista.
Un par de reflexiones
No estoy seguro si en la mañana me dijeron abrígate o embriágate… por las dudas me voy a abrigar muy bien y me voy a emborrachar como se debe.
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Cuando estés triste, ponte a cantar… te darás cuenta de que tu voz es peor que tus problemas.
Autor: Estudiante de Filosofía.