“¿Pondrás tu zapato junto a la puerta esta noche?”, pregunta mi amiga. Tan solo tengo cinco años. “¿Para qué?”, le preguntó. “Por si vienen los Santos Reyes te dejen tu regalo. Si no ven tu zapato, se irán a otra casa y dejarán tu regalo allá”, dice mi prima que está presente. Ella señala que a los niños y niñas que se portaron bien durante todo el año les dejan regalo Los Santos Reyes. “Yo me he portado bien”, les digo muy seria, “pondré mi zapato junto a la puerta para que esos Reyes dejen mi regalo”. Seguimos jugando, pero pienso en ese asunto de poner mi zapato junto a la puerta esa noche. Es 5 de enero y según mi amiga y mi prima los Santos Reyes o Reyes Magos reparten los regalos a medianoche para que el día 6, al despertar, los encontremos.
El día 6 de enero se acostumbra comer Rosca de Reyes con chocolate caliente y espumoso. La rosca tiene pequeños muñequitos escondidos que representan al niño Dios. Según la tradición en varias partes de México, aquella persona que encuentre el muñequito en su rebanada deberá hacer tamales para el 2 de febrero, el día de la Candelaria. Es muy divertido el momento de comer la rosca. Y es que nadie quiere tener el muñequito; y en el momento que una o más personas lo encuentran, todos gritan y aplauden. La próxima fiesta será el 2 de febrero y entre otras cosas habrá tamales.
“¿Qué haces?”, pregunta mi madre. “Pongo mi zapato junto a la puerta para que los Reyes Magos dejen mi regalo”. Ella voltea hacia mi padre. Su cara se ve seria. Mi padre me dice que no me haga muchas ilusiones, pues quizás los Reyes Magos sean pobres y no tengan suficientes regalos para dejar en todas las casas. “Aquí sí vendrán porque yo me he portado muy bien todo el año. Ellos lo saben y seguro que vienen”. Mi padre cierra los ojos y mi madre mira a mi hermanito mientras le acaricia la cabeza. Pongo mi zapato y el de mi hermanito, que tiene tres años. El bebé no tiene un zapato y pongo un calcetín. Los Reyes Magos entenderán que él es tan pequeñito que no tiene zapatos como los niños mayores.
“¿Por qué no me dejaron regalo los Reyes Magos?”, les pregunto a mis padres a la mañana siguiente. Mi madre no sabe qué decir, pero su expresión es triste. Mi padre dice que quizás los Santos Reyes no tenían nuestra dirección; que no me preocupe, pues quizás el próximo año sí se detengan a nuestra puerta y dejarán regalos para todos. Yo apenas había aprendido acerca de esos Reyes el día anterior, pero me desilusionaron pronto.
Salgo a la calle y mi amiga y mi prima están ahí. Las dos recibieron regalos y vienen a mostrármelo. Mi amiga me presta su muñeca para que la tome en brazos. Es tan bonita. Espero que los Santos Reyes me traigan una muñeca igual el próximo año.
Mi padre va a la tienda a comprar el mandado y al regresar me da un pequeño juego de té. “Los Santos Reyes te dejaron este regalo en la tienda, pues no sabían nuestra dirección”. Al ver esas tacitas y platitos tan pequeños me siento feliz. No es la muñeca que hubiera querido, pero no me importa; después de todo, los Santos Reyes no se olvidaron de mí. Mi padre trajo de la tienda naranjas, cacahuates, cañas de azúcar y colaciones. También trajo cobijas para cubrirnos por la noche, pues el clima es muy frío en enero. Por muchos días sigo pensando en los Santos Reyes. Seguramente son muy pobres, pues el juego de té que me dejaron es muy pequeño.
Hoy, después de tantos años, vuelve a mí el recuerdo de aquel juego de té pequeñito. Los Santos Reyes me mostraron un amor muy grande, más valioso que oro, mirra, e incienso; ofrendas que le llevaron al Niño Dios al nacer. Regalos dignos de un Rey. Aquel juego de té ya no existe, pero si lo tuviese, no lo cambiaría por nada.
Atentamente,
Lourdes P. Cabral.
San Diego, California.