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miércoles, marzo 27, 2024
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Antonio Medina de Anda

Colaboración invitada

 


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“Lo malo de la realidad y también de la poesía es su punto final”.

-Mario Benedetti


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Óscar Loza Ochoa  – Aún recuerdo a Medina en aquella febril mañana de primavera de 1971, avanzando al frente de la masa de estudiantes que querían rescatar el Edificio Central de la Universidad Autónoma de Sinaloa:

Días atrás, los porros del rector y agentes de policías nos habían despojado de esas instalaciones. Ahora volvíamos a la carga y la vanguardia forzó la vieja puerta rosalina que daba a la Escuela de Derecho. Los porros que estaban en posesión del edificio, retrocedieron hacia la puerta oriente, pero mantenían el orden. Con una pistola en la mano, José Luis Rico, a la cabeza de los porros, te exigía que no avanzaras, pero en esos momentos no había poder humano que detuviera tu seguro caminar. Llegaste hasta donde estaba Rico con su aguerrido grupo, lo desarmaste y ante tu acción, la masa empujó hacia la calle a quienes pretendieron detener la legítima lucha de los universitarios por una Ley Orgánica que diera a estudiantes y maestros la facultad de nombrar democráticamente a sus autoridades.

El activismo nunca impidió las interminables lecturas y el ejercicio frecuente de deslizar la pluma. La terca memoria me regresa a los juegos florales del Día del Estudiante de aquel 1971, en los cuales tú ganaste el galardón al cuento corto, acompañado de otros laureados, como Hernán Cortés Grijalva “el Chuco Cortés” y César Velázquez Robles “el Coruco”. Quien se descolgó desde la Ciudad de México para entregar los premios fue nada menos que el inquieto escritor y dramaturgo Emanuel Carballo.

Tú venías de dos experiencias muy importantes para tu formación académica e ideológica: algunos años en la Escuela Normal Rural de Xalisco, Nayarit, y otros más en la Universidad de Guadalajara, UdeG (“Piensa y Trabaja”). Con la exitosa revolución de Fidel Castro, Ernesto “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos, el socialismo democrático se asomó por todos los poros del internado de Xalisco y en bocanadas por los pasillos, aulas y bibliotecas de la universidad tapatía. Con ese bagaje llegaste a Culiacán. Atrás quedaron los reaccionarios que no pudieron vencerte: Liberato Montenegro, en Nayarit, y el abominable Carlos Morales “el Pelacuas”, en Jalisco.

Vertiginosa experiencia la primera estancia en Culiacán, donde combinaste el activismo, las clases de Ética en la Preparatoria Popular Emiliano Zapata y la formación de un compacto núcleo de luchadores por el socialismo, esfuerzo desplegado junto a Alfonso “el Viejo” Barraza. De ese círculo saldrían varios cuadros que encabezaron la experiencia guerrillera de lo que fue la Liga Comunista 23 de septiembre. ¿Cómo olvidar a Eleazar Salinas Olea, a Antonio García “el Negro” Mendívil, a Guillermo Juangorena Tamayo, a Camilo Valenzuela Fierro? Ellos fueron tus alumnos más adelantados.

¿Cómo sepultar en el olvido aquel 20 de noviembre de 1969? Las protestas ciudadanas contra el alto cobro del impuesto predial desembocaron en la formación del Frente de Defensa Popular. Y ese día el movimiento ciudadano determinó romper el desfile oficial y marchar frente a Palacio de Gobierno en son de reclamo por las tarifas del predial. Camilo Valenzuela y Jorge Medina Viedas eran dirigentes formales del Frente, y tú, Toño Medina, el garbanzo de a libra del movimiento. Mandaron a la policía a desintegrar el intento de meternos al desfile. Se salieron con la suya, pero la protesta organizada no pasó desapercibida.

Te perdimos de vista algún tiempo y luego reapareces como secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores del Infonavit. Fuiste fundador de esa organización sindical y tus compromisos con el movimiento radical no pararon.

“Las miradas son muy significativas en todos los actos de la vida”, nos comentaste no pocas veces. “En la mirada se sabe cuándo eres capaz de jugarte la vida”.

Años después nos confiarías esta anécdota: “Subimos al Metro Salvador Corral y yo, él por el extremo de uno de los carros y yo por el otro, como lo ordenaban nuestras medidas de seguridad. Atrás de Salvador entró un tipo con toda la pinta de ser agente de gobierno y al acercarse se llevó la mano derecha a la parte posterior de la cintura. Al tiempo que me preparaba para ganarle el jalón, le eché una mirada, que sintió al instante. Volteó hacia mí. Debió haber medido mi decisión de dispararle si se atrevía a tocar su arma. Por unos segundos quedó paralizado. Las puertas del carro del Metro seguían abiertas y aquel presunto policía se apresuró a salir antes que se cerraran”.

Somos pioneros en materia de derechos humanos, Medina, y tú marchaste en la vanguardia del movimiento por la amnistía para los presos, perseguidos, exiliados y desaparecidos políticos en los adversos años setenta. Te comisionamos para que nos representaras junto con doña Rosario Ibarra de Piedra en las interminables y difíciles negociaciones ante la Secretaría de Gobernación. Conquistamos la Ley de Amnistía en 1978, pero siguió un complicado y traumático período en el que buscamos vencer todo intento del Estado de limitar los alcances de la amnistía.

El pasado 19 de abril, como un homenaje a la recién fallecida Rosario Ibarra, recordaste en Facebook aquellos momentos:

“Ay, Rosario, ay… nunca olvidaré aquel medio día donde un pequeño grupo de compañeros acudimos a la Secretaría de Gobernación esperando que su titular, Jesús Reyes Heroles, cumpliera su palabra respecto a los compañeros ex guerrilleros presos y otros exiliados. Más cantinflesco que Cantinflas, Reyes Heroles terminó por enredar y negar todo, obligando a un compañero del Comité a interpelarlo lo que enfureció al perro guardián, el subsecretario (Fernando) Gutiérrez Barrios, quien, con ojos desorbitados por la ira, se nos lanzó fuera de sí; que incluso obligó a su jefe a gritarle, en aras de controlar al nazi asesino. En tales circunstancias, un servidor se puso de pie, encaminando pasos hacia ti, pero para mi sorpresa, Rosario te miré tranquila, serena, ecuánime, dibujando (de menos así me pareció), que tu serenidad transmitía un reto al cobarde y psicópata Gutiérrez Barrios y, en pareja cosa, un aliento de valor a quienes junto a tu figura allí nos encontrábamos. Has muerto, Rosario, en el umbral de la lucha… Para ti un fuerte aplauso”.
Mil cosas más puedo seguir anotando aquí, pero me parece importante destacar una que te pinta de cuerpo entero: Cuauhtémoc Caro Silva estaba preso en la ciudad de Mexicali y fue trasladado a la cárcel de El Hongo sin permitirle recoger sus pertenencias. Originario de los rescoldos de la tierra sinaloense, donde el termómetro llega hasta los 48 grados centígrados, sufría el clima gélido sin disponer de la ropa mínima adecuada. Su familia me solicitó apoyo. No pensé dos veces en tocar a las puertas de tu conciencia, Medina de Anda. Solidario como pocos, al siguiente día le llevaste la ropa de invierno que tanto necesitaba.

Quiero cerrar mis atropellados recuerdos con una anécdota que brotó entre espontánea y adrede en aquellas históricas negociaciones del contrato colectivo de los épicos días del Sindicato del Infonavit. Es una historia que guarda con mucho cariño la maestra Patricia González, compañera tuya en el Comité Ejecutivo del Sindicato:

Después de muchos días de cansadas propuestas y contrapropuestas, el acuerdo no llegaba. Entrampadas las negociaciones, con cierto desgano de la parte patronal y sindical, se preparaban las pláticas de un nuevo día. Toño Medina, pusiste tu portafolio sobre el escritorio mientras Rodolfo Pataki Stark (“Licenciado Patachueca” para Medina), representante de la Institución en la revisión del contrato colectivo, por alguna inexplicable razón se agachó y se quedó algunos segundos buscando en el piso lo que no se le había perdido. Luego volvió a su postura vertical para encontrar sobre el escritorio una pavorosa Magnum .357 que Medina había sacado de su portafolio.

Al tiempo que sentía una descarga eléctrica por toda su humanidad, el color habitual de su piel se perdió. Sin despegar la vista de aquella recién pavoneada arma, con un manifiesto temblor de manos y de voz, solo atinó a balbucear: “Medina, no es necesario llegar a estos extremos para acordar un incremento a los salarios”. Como si nada importante hubiera pasado, tú le dijiste: “Como dices que no habrá incremento de salarios y la vida está muy cara, quería venderte la pistola para completar mis ingresos”. Haya cosa, como decían nuestros mayores. Y ese día se concertó un sustancial incremento al salario y las prestaciones a los trabajadores del Infonavit.

Tus historias son muchas, Medina; espero que los buenos biógrafos ya le estén sacando punta al lápiz, para que muy pronto pongan en nuestras manos esa hermosa saga de la que solo conocemos retazos.

 

Óscar Loza Ochoa es defensor de los derechos humanos en Sinaloa.

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Redacción Zeta
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