El reconocido fotógrafo Alfonso Lorenzana (San Luis Río Colorado, 1950) inauguró su exposición “Portrato”, en el Pasillo de la Fotografía “Vidal Pinto”, en el Centro Cultural Tijuana (CECUT), el viernes 26 de agosto por la noche.
“Desde aquí yo veo un bellísimo paisaje colectivo que hacen todos ustedes, y lo disfruto mucho. Y espero que la exposición la disfruten igual que yo. Muchas gracias por venir”, fueron las palabras que expresó Alfonso Lorenzana frente a más de cien asistentes, entre escritores, fotógrafos, artistas plásticos, promotores, funcionarios públicos, amigos y público en general que respondieron a la convocatoria de inauguración de “Portrato”.
Encargado de escribir el texto de sala de la exposición, el poeta Víctor Soto reconoció ante la concurrencia:
“De pronto sí me entró el pánico escénico de decirle a Alfonso: ‘¿Y qué voy a decir?’, si ha sido tanto lo que pudiera uno decir de cada una de las imágenes tuyas, porque son momentos que nos hablan de la historia de la ciudad y de la historia personal, no sólo de una persona, sino de un grupo o de grupos, de generaciones de actores, pintores, actores, músicos, artistas plásticos, bailarines”.
En “Portrato”, Alfonso Lorenzana expone una selección de 16 placas fotográficas de mediano formato, en su mayoría en blanco y negro, creadas desde la década de los 80 hasta la pandemia, colocadas en la pared del Pasillo de la Fotografía “Vidal Pinto” del CECUT.
En sus imágenes, Alfonso Lorenza presenta a la Tijuana diversa, a través de sus personajes urbanos, conocidos o desconocidos, y algunas escenas de la vida cultural o cotidiana de la ciudad fronteriza.
Entre las 16 fotografías, destacan emblemáticas imágenes captadas por Lorenzana, por ejemplo, a Astrid Hadad en alguna presentación en el Café de la Casa de la Cultura de Tijuana, a principios de los 90; Carlos Valencia escenificando el espectáculo unipersonal de teatro y cabaret “Sirenas del corazón” de Edward Coward; o “El Muertho de Tijuana” en una presentación de alguna Feria del Libro de Tijuana. Por cierto, “El Muertho” fue el invitado especial en la apertura de la muestra fotográfica, quien al final del recorrido inaugural presentó un breve show de rock.
Alfonso Lorenzana ha registrado la actividad cultural de Tijuana como ningún fotógrafo en las últimas cuatro décadas, y “Portrato” es sólo una pequeña pero emblemática muestra de su invaluable trayectoria.
La entrada a la exposición “Portrato” es libre y puede visitarse todos los días.
“ALFONSO LORENZANA Y SU COMUNICACIÓN DE ESENCIAS”
El poeta Víctor Soto Ferrel es el autor del texto de sala de la exposición “Portrato” de Alfonso Lorenza, que se exhibe en el Pasillo de la Fotografía “Vidal Pinto” del CECUT.
Aunque en la muestra fotográfica sólo se presentan algunos fragmentos del texto del maestro Víctor Soto, en un folleto sobre la exposición sus palabras pueden leerse íntegras.
A continuación, el texto completo del poeta Víctor Soto en ocasión a la exposición “Portrato” de Alfonso Lorenzana, titulado “Alfonso Lorenzana y su comunicación de esencia”:
“Entre la aridez y el fértil descenso de una nube, Alfonso Lorenzana capta la fragilidad de una serena trashumancia en los extremos de una mirada, uniéndolos en la corriente áspera de un rasguño. Como en el principio de la fuga, su creación ancla entre el viento luminoso y la plena dicha, fusionando luz y sombra sobre la piedra despiadada y su prodigio. En lucha siempre, su continua danza, abre la sequedad al perfecto juego de equilibrio que fluye de unos ojos a otros, de un hueco cristal al pleno fondo de esmerado vigor. Concentra, en un puño de polvo, el abismo de un trazo”.
“A través del diálogo con personas y paisajes, el artista recrea una cosmogonía. Telúrica y sensual, su invocación arranca al espectáculo la máscara sagrada de la locura. Dejándonos solo el silencio, con su rictus de posesión en el enfático blanco de las órbitas y en la rigidez de los huesos. Pausadamente va revelando en la ubicuidad del espejo retrovisor, la turbia huella de una historia en la piel que envejece. Su reto es la mirada inocente, pura como su propio credo en la labor perpetua del taller del orfebre o del músico. Tranquilo, a bordo de la nave, observa el reposo de una mano sosteniendo el escudo de la diaria batalla. La luz de la piel deslumbra suavemente a la mirada oculta. Se ve la oscuridad de la cámara que guarda con lucidez la firmeza alrededor del cuello, la fuerza del esqueleto y la certeza de los abalorios dentro del cubo del quebranto. Ya en el nuevo registro para la memoria de Alfonso y de sus receptores, no es uno de tantos ángulos. La calle se petrifica por la segura presencia del azar, mirando de frente, retando al observador y oscureciéndolo con el avance hasta desposeerlo”.
“Persigue, atisba, va con el ascenso paso a paso a lo desconocido entre los escalones de los cotidiano desgastado. Atiende al parpadeo frente a la certeza de la blancura calcárea. Sabe que puede ser el encuentro definitivo y no teme. Porque el investigador ya es parte de la noche y su misterio. Es la desnudez de la luz y está en el constante proceso del siguiente paso. Y en estado de alerta por el sujeto que lo precede. Porque es el punto de vista del voyeur, y del ángel protector presto desde el pie de la escala a ver la esencia en la cadena de los encuentros, descubriendo al lado lo que hace ver y produciendo efectos que configuran historias deshechas y reconfiguradas frente a nosotros. A pesar de la carga, no hay escapatoria a los trabajos ni ante los muros. Sin embargo, la sombra es voluntariosa. Solidaria con los afanes de la recolección entre el ir y venir del oleaje. ¿A dónde llegar con el ensimismamiento del recorrido? Se cierra el dictado de los pensamientos, pero nada falta entre tanta carencia. El presagio de la plenitud soporta el reflejo en la humedad de la arena. Alguien ha llegado de improviso, Alfonso avanza con certeza. Pero no se oye”.
“Mirada sombría y desafiante sonrisa frente al asombro de la plaza pública. El artista se propone transitar a la lividez ostensible que miran los curiosos tras las gafas negras, hurgando el secreto a su manera, queriendo ver y no ser vistos. Ante el desafío omnipresente de la exhibición a plena luz, Lorenzana abre la caja y muestra las costuras. El objeto expuesto se decanta. Con aspavientos va derramando el vaso de su presencia. Solo hay ausencia en el ojo transparente. Vacío del cansancio que la llama no ilumina. Tedio florido que se duplica, pero que un botón soporta. Es el derecho a la falta, a la niebla del rayo. ¿Qué ver? ¿A quién suplicar? Bastaría un instante para derramar el llanto que la escritura en la piel declara. Pero el escenario está a punto de caer como rechazo al sujeto que interroga. Dunas de algodón embozan a la piel obligada a su suerte. La eclipsada tristeza de la tinta se despliega en la medialuna de una noche sin estrellas. Desespera la frente serena y zozobran los finos oídos empeñados en borrar la súplica. El orbe concreto de las nubes dispone un discurso que se disloca reverberado en la garganta y amplificado en la pupila”.
“Lorenzana fija la mirada en la distante visión que cruza la orilla. Yo es otra, y florece una esperanza. El ojo que ve, duda ante la representación. Lo distraen el ámbar y el brillo del oro entre rojos y rosas, y blancos que emergen de la tierra. Segura de sí misma la imagen deja margen generoso al sigilo de la diversidad. Oye los pasos medidos por los durmientes sobre la vía. Escucha la voz de la graba conversando con las nubes y con el plástico de las bolsas. Vigila la respiración de la prisa. Ve los ensimismados rieles rumbo al caos que aguarda por su provisión. Percibimos así la disposición del narrador y su poder de unificación mediante pausas que van juntando los fragmentos de una ciudad. Profanamos con él la cotidianidad que comunica el lenguaje de una identidad siempre dispersa”.
“Alejamiento de un país ya olvidado. Melancólica disciplina de hoja de sauce blanco que vibra con el aire. Laja de hielo reflejando la apacible noche. La opresión de la mano comparte con otra mano la velocidad de un disparo en universos diferentes. Añadiendo al tiempo de otros personajes acontecimientos comunes al espacio, pues sus puntos de vista se comunican sin fisuras. Aunque son heridas que se ahondan hasta la locura, en los ojos desbordados por la profundad inquisitiva y aterradora de la vista, su inocencia descubre las posibilidades nebulosas de una sirena. Podemos imaginar la voz ronca y seductora como signo abierto del delirio en la interpretación de una profecía. El narrador no puede distanciarse de esa ira, de la demencia que provoca una noble ternura. Un poder vegetal y anárquico se burla exhibiendo su multiplicidad dentro de las paredes del escenario. En él intentamos asociar las imágenes construidas a partir de esencias con las que su descubridor sigue avanzando, junto a otros creadores, en la misma región”.