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sábado, abril 6, 2024
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El Holocausto escondido: 5 a 7 millones muertos de hambre

“Diez pasos en otro lugar y nuestras voces no serían escuchadas. El único que oye es el montaraz Kremlin, el destructor de vida y asesino de campesinos”.

-Mandelstam, poeta ruso.


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Adam Ulam, del Centro de Investigación sobre Rusia de la Universidad de Harvard revela que cuando a Mandelstam las autoridades rusas le descubrieron el poema, le costó la vida.

Por desastres naturales han muerto millones de personas a consecuencia de hambrunas o famines, en Irlanda, India, China, Bangladesh, etc.; pero el caso ucraniano es considerado un genocidio planeado desde la burocracia del Kremlin. Un asunto político incluso perturbador hoy a 90 años de distancia, porque se repite el mismo nacionalismo ruso, no ya comunista, sino imperialista. Algo que estuvo oculto por casi cincuenta años (de 1932 a 1982).


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Miron Dolo, fue un testigo personal en mi pueblo  de esa hambruna en la Rusia staliniana.; vivió perturbado porque en Estados Unidos no se sabía hasta los 1980’s de aquella experiencia, que a fuerza de negar o soslayar los rusos por medio siglo ocultaron al mundo. Por la colectivización, creen unos; otros que no fue cierto; y finalmente otros sienten que fue una carestía genocida, un plan premeditado para destruir a la gente ucraniana como nación. Dolot no duda que fue un evento político y nacionalista; o si se quiere, antinacionalista en todo sentido. Creo que hay una conexión directa entre la hambruna y las políticas nacionalistas, especialmente en la República Ucraniana.

Para Stalin los campesinos o farmers ucranianos constituían un movimiento poderoso movimiento nacional. Enfatizando que los campesinos eran en esa actualidad (1929) la cuestión nacionalista rusa. Como en tiempos del nazismo (1938), cuando Hitler se negó a entregarle la medalla de oro al norteamericano de raza negra Jesse Owens al ganar en atletismo en las Olimpiadas alemanas de Múnich. Dolot lamenta que influenciados por los “expertos” en la URSS o sovietólogos, muchos norteamericanos en USA persistentemente se adhirieron al argumento soviético de negar la existencia de aquella hambruna de 1932-33 en la que perdieron la vida más de siete millones de ucranianos.

Las primeras noticias de los crímenes de Auschwitz en Polonia, fueron conocidas gracias al San Francisco Examiner, cuya redacción llegaron algunas cartas de presos políticos en Europa del Este.

Se asemeja a la nube radioactiva de 1986, aparecida en algún lugar del mundo, en donde los científicos cuestionaban el origen hasta dar con el desastre nuclear de Chernobyl, en la República Soviética de Ucrania; hasta entonces los rusos dieron a conocer “su verdad”. Se sabe que al derrumbarse la URSS en 1989, fue Estados Unidos quien donó a Ucrania, independiente de la ex Unión Soviética, los gastos en millones de dólares para frenar la radioactividad del sarcófago aún contaminante, sustituido por algo más decente y menos riesgoso.

Sistemáticamente hay  que mentir y ocultar. Otro caso: la hambruna de 1932; o los crímenes de Katyn  en 1940’s, cuando los rusos ejecutaron a miles de soldados polacos, culpando a los nazis, hasta que los alemanes presentaron las pruebas contra los soviéticos. En 1986 el desastre nuclear, el más grave en la historia. Sin olvidar el crimen con las bombas atómicas contra la población civil de Hiroshima y Nagasaki.

El pueblo judío le llama Holodomor, hambruna o famine, para rusos y ucranianos. Una de las frustraciones de Miron Dolot, testigo en su aldea de aquel genocidio de Rusia contra Ucrania, es la falta de evidencias documentales, además de su propia historia oral y la de otros sobrevivientes de la colectivización y del nacionalismo ruso, que a noventa años de distancia (1932-2022) vuelve a resurgir como una maldición, ahora contra parte de la humanidad que espera alimento en granos provenientes de las llanuras ucranianas.

 

Desde la era staliniana se exporta o importa granos; por ejemplo, en 1930, con la cosecha de 83.5 millones de toneladas, el régimen soviético extrajo de los campesinos ucranios 22 millones y exportó 5.5 millones. Y ya en 1931, el desastre agrícola comunista solo permitió producir 14 millones de toneladas menos, pero el régimen, aterrorizando a los pobres campesinos, les quitó 22.8 millones y exportó 4.5; las cuotas impuestas por el régimen fueron subiendo o aumentando compulsivamente los envíos. En 1932 fueron portentosamente serias las fallas en las cosechas en grandes áreas, incluyendo Ucrania; pese a ello, Rusia extrajo 29.5 millones de toneladas de granos; y aunque al final del año la gente moría de hambre, la URSS exportó 1.5 millones de toneladas de grano, cantidad de alimento suficiente para que no hubieran muerto de 6 a 8 millones –estimado- de personas en el curso de 1932-1933.

Adam Ulam escribe que para estar seguros, alrededor de 1930 Joseph Stalin había pedido hacer del Nacionalismo ruso el principal baluarte psicológico del régimen soviético y de su poder personal, reprimir cualquier autonomía como el caso del pueblo ucraniano. Al morir Stalin, vendrían las purgas o crímenes de Nikita Krushev contra oficiales o intelectuales sospechosos simpatizantes con Ucrania; todo sería reprimido.

No es una cuestión de anticomunismo o maniqueísmo; Rusia y los rusos tienen muchas virtudes. En los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores están los nombres de todas las familias rusas que arribaron al Valle de Guadalupe, Baja California, México; los cristianos molocanes hace más de un siglo: los Kashirinsky, Rudametkyn, Vivayovf, Samaryn, y muchos más.

El Error de Occidente  es uno de los libros (Emece, Argentina) del Nobel de Literatura ruso Solyenitzyn, en el que lamenta ya desde la década de los 70’s, el equívoco del comercio de armas letales sin restricciones ética o legales. Quién sabe cuántas toneladas de TNT per cápita nos corresponden en la actualidad, así como para no dormir en paz en medio de la cultura de la muerte que vivimos y en la que participamos todos con nuestras ironías e indiferencias. Será que tenía razón el “filósofo” que decía que el hombre es un ser para la muerte. O será que no le tenemos miedo a la huesuda. O mejor, como decía Soren Kierkegaard, Desesperarse o Creer.

 

Germán Orozco Mora reside en Mexicali.

Correo: saeta87@gmail.com

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