Conzultoría matrimonial y familiar
Del amor al odio hay una línea muy delgada, de la que no siempre somos conscientes. De hecho, a todos sorprende cuando observamos a esas parejas que se amaban apasionadamente… y de pronto no se pueden ver ni en pintura; ayer se amaban y hoy se odian. Es entonces cuando nos preguntamos: ¿será verdad aquello de que del amor al odio no hay más que un paso?
Odiamos un poco al otro porque a veces no está cuando lo necesitamos. O porque no agradeció como queríamos algún esfuerzo que hicimos para él o para ella. También sentimos el rumor del odio cuando no nos comprenden suficientemente o cuando no son capaces de decirnos las palabras que queremos escuchar.
Son pequeños odios que usualmente no trascienden. Se desvanecen tan rápidamente como aparecieron y apenas si dejan alguna huella, solo en las personas más sensibles. Odiar a quien amamos es posible y hasta lógico dentro de ese escenario cerebral; aunque luego en la vida cotidiana nos parezca una auténtica contradicción eso de pasar del amor al odio de un día para el otro o incluso en un instante puntual.
El paso del amor al odio generalmente se da de dos maneras. Por ejemplo, que una persona despierte, que abra los ojos después de un letargo en el que estuvo soportando lo que no quería soportar. O alguien que sufra una ofensa por parte de su pareja, y que sus sentimientos de amor den paso a la rabia, la contradicción y el desprecio. Suponen que su pareja debe vivir en función de ellos y cualquier acto de despegue lo entienden como una amenaza personal. Por eso pueden reaccionar violentamente incluso.
Diversos estudios neurológicos han demostrado que del amor al odio hay un solo paso, ya que existen zonas del cerebro que se activan si la persona siente alguno de estos. Pilar Casado, profesora de Psicobiología de la Universidad Complutense de Madrid, detalla que la ínsula (proceso cerebral de múltiples funciones como el amor, tristeza, felicidad, odio, etc.) se activa cuando una persona ama u odia a alguien.
A medida que el amor se enfría puede llegar a convertirse en odio, y con frecuencia el odio es resultado de una frustración en la vida, por lo que cuando el corazón se siente herido, traicionado, o rechazado en su amor activa su mecanismo de defensa, haciendo que surja el orgullo, desencadenando en odio.
No hay que pensar este último como si fuera la contraparte del amor; hay un odio que va acompañándole, una mezcla de amor-odio. El odio es el sucesor del amor. A primera vista, tanto uno como el otro son dos sentimientos fundamentales, hasta podríamos llamarlos complementarios.
En la consulta que he tenido con parejas he comprobado constantemente la aparición del odio hacia el otro, que puede provenir de diferentes circunstancias, como los celos, desaprobar el uno al otro, infidelidad, ataque a la autoestima, dominación del uno al otro o control desmedido.
Uno de los tantos males del amor romántico que prevalece en gran parte de las parejas, es hacer creer que se puede convivir en un constante clima de armonía, donde fluya la relación amorosa de manera ininterrumpida, creando una expectativa falsa que luego se traduce en frustraciones y decepción, al no poder cumplir con ese ideal. Lo común es que se llega a sentir no solo odio, sino también dolor.
El odio tal vez está más cerca del deseo que el amor. Cuando se desea y el objeto de deseo se rehúsa, sobreviene el odio. Pero también la distancia que genera el odio con el objeto amado favorece la necesidad del deseo. Parece paradoja, pero en bastantes ocasiones resulta necesario que se produzca ese intervalo. Del desencuentro al encuentro hay un resurgimiento del deseo. Por eso muchas parejas incrementan más su deseo en la reconciliación de una pelea cotidiana. Otras usan la pelea como pretexto constante para luego producir encuentros sexuales.
Cuando se van a divorciar anteponen cualquier causal para convencer al juez y que éste lo decrete, pero en el fondo es odio lo que sienten por su pareja.
El Lic. Roberto Bautista es terapeuta de parejas con maestría en Mediación.