Zacatecas se desangra
por la muerte de sus hijos;
lleva en el pecho una herida
por todos los que se han ido.
Presurosos se van yendo
con boleto sin retorno;
de su tierra se despiden
y se humedecen sus ojos.
Su gente es trabajadora
solidaria y respetuosa;
de verdad aman su tierra
y al irse lejos la añoran.
Como cinta de colores,
en su mente van pasando
los recuerdos de su infancia,
sus padres y sus hermanos.
En esa tierra bendita
donde crecía el maíz,
el frijol y calabaza,
un día feliz viví.
Con la música muy alta
regresaba el hijo ausente
para que todos supieran
que vino a ver a su gente.
Hoy, mejor que nadie sepa
que llegó alguien de visita,
porque lo ven con recelo
y también a la familia.
Ya nada es como en antaño
que estaba la puerta abierta,
pues no había desconfianza
entre gente de esa tierra.
Se han quedado pueblos solos
pues las familias se marchan,
aterrados y en zozobra,
con gran tristeza en el alma.
Las madres no quieren irse,
bajo tierra están sus hijos;
no podrán llevarles flores
y alejarse es cruel suplicio.
Un éxodo doloroso
en aquel lugar ocurre;
no hay nadie que lo detenga,
muy negras se ven las nubes.
Zacatecas se desangra
por el dolor de sus hijos;
la inseguridad es grave,
no se ve claro el destino.
Al Dios del Cielo le pido
que descienda en Zacatecas,
y ayude a toda la gente
que es trabajadora y buena.
Que haya paz en esa tierra
y que llueva agua bendita,
que mejore el temporal
para todas las familias.
Lourdes P. Cabral.
San Diego, California.