Por Marcela Turati, Efraín Tzuc y Thelma Gómez Durán*
México acaba de rebasar la deshonrosa cifra de 100 mil personas desaparecidas.
Cien mil personas faltan en sus propias vidas, le faltan a sus familias, le faltan a su comunidad, le faltan a la sociedad.
Los números otorgan una dimensión a esta epidemia de violencia: de cada 100 personas que han sido desaparecidas, 75 son hombres y 25 son mujeres.
Los números le dan dimensión al desastre humano en que el país se ha sumido: de cada 100 personas desaparecidas, 17 son menores de edad; y de éstos, cuatro aún no han cumplido 12 años.
Toda desaparición es una catástrofe. Es una mamá que deja su propia vida para dedicarse a buscar a la hija o hijo ausentes. Es un maestro que no vuelve a dar clases. Son varios hermanos que abandonan los estudios porque les arrebataron al papá. Es una casa con un cuarto vacío, intacto, transformado en memorial. Es una milpa sin arar. Es una familia condenada a la tortura de buscar, y acosada por las enfermedades que se alimentan de la incertidumbre y la impunidad.
Las desapariciones son el miedo que se cuela como niebla y carcome el tejido social.
En México, el crimen de la desaparición no es nuevo, pero se aceleró y se convirtió en una crisis humanitaria a partir de diciembre de 2006, cuando Felipe Calderón Hinojosa lanzó su “guerra contra las drogas”. Desde ese año y hasta mayo de 2022, las cifras de personas desaparecidas tuvieron un incremento de 4,086%.
Estos casos son sólo de los que se tienen registro. Hay un número incalculable de personas desaparecidas que nunca llegaron a las estadísticas.
Las cifras han cambiado y el ritmo en que se producen también. Cada uno de los días en que Felipe Calderón gobernó al país, un promedio diario de ocho personas fueron desaparecidas. Con Enrique Peña Nieto, el número se duplicó y saltó a 16. La vorágine no ha parado. En los tres años y medio de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, la cifra escaló a 25.
Y no se detiene.
La maquinaria de las desapariciones mantiene un ritmo imparable: cada día entre el 1 de diciembre de 2006 y el 3 de mayo de 2022, cada uno de esos días, un promedio de 15 personas han desaparecido de manera inevitable.
La huella de las ausencias se ha extendido por todas partes. En la lista total de 100 mil personas desaparecidas, el 63% de los municipios del país han sido alcanzados por la mancha de la desaparición: en 1 mil 574 municipios, al menos una persona fue reportada como desaparecida y sigue sin ser localizada.
Cinco son los municipios más golpeados al tener más de dos mil registros: Guadalajara y Zapopan, en Jalisco, así como Reynosa, Matamoros y Nuevo Laredo, en Tamaulipas.
De la “guerra sucia” a la llamada “guerra contra las drogas”
En México, la acción violenta de desaparecer gente tiene una larga historia.
Si miramos al pasado, el registro oficial arrancó con el caso de un joven, de entre 15 y 19 años, desaparecido en marzo de 1964, en el municipio de General Bravo, en Nuevo León.
Desde entonces y hasta 1990, Guerrero fue el epicentro de las desapariciones. De esa entidad era la mitad de las 920 víctimas que están registradas en ese periodo conocido como “guerra sucia”, cuando el Estado mexicano usó la desaparición como método represivo para combatir a quienes consideraba opositores y “corregir” a la población.
En el país nunca han dejado de desaparecer personas. En la década de los 90 se reportó la ausencia de 250. La transición política vivida en el año 2000 no llevó a que cesara esta práctica y tampoco terminó con la impunidad de la que goza este delito. En el sexenio de Vicente Fox se sumaron 819 más.
Así que antes del 2006 se acumularon, al menos, mil 989 personas de las que, hasta ahora, no se sabe dónde están.
La desaparición se instaló como una práctica cotidiana, masiva y sistemática de violencia a partir de la militarización de la seguridad pública. Durante los 15 años que lleva instalada la llamada “guerra contra las drogas”, México se convirtió en un hoyo negro. Un mapa marcado por ausencias. Una vergüenza que lesiona a toda la humanidad.
¿Qué sabemos sobre las personas ausentes y los territorios que habitaban?
En Quinto Elemento Lab nos propusimos buscar las pocas pistas que arroja el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), a cargo de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas (CNB).
Con apoyo de la iniciativa MORLAN, se realizaron miles de descargas automatizadas de la plataforma de consulta de ese registro para intentar reconstruir con diversos fragmentos una parte de la base de datos, ya que ésta no es pública. Así pudimos descubrir los días y semanas en que ocurrieron más desapariciones y cómo esta crisis se ha extendido en cada municipio a lo largo del tiempo.
También exploramos la última base de datos disponible que realizó el Centro Nacional de Planeación, Análisis e Información para el Combate a la Delincuencia (Cenapi), de la entonces Procuraduría General de la República (PGR), que integra registros de personas desaparecidas que van de 1964 a junio de 2018 e incluye información sobre personas localizadas con vida o fallecidas.
La información compilada es un caleidoscopio que muestra distintos fragmentos de la desaparición en México. Para este análisis, decidimos enfocarnos en el periodo de enero del 2006 a mayo de 2022. En ese lapso de poco más de 15 años ocurrieron ocho de cada 10 desapariciones que ha registrado México.
Geografía de la desaparición
Hay estados y municipios del país que sobresalen por ser tierra de ausencias.
Hay lugares en donde la desaparición ya forma parte del paisaje.
En algunos es más abrumador: cinco estados concentran casi el 50% de las desapariciones.
En el 2006 sólo un municipio, Guadalajara, registró 20 personas desaparecidas, el número más alto en todo el país en ese momento. A partir de ese año, este crimen comenzó a propagarse en el norte, en especial en Chihuahua, Tamaulipas y Coahuila.
Para 2007, en Ciudad Juárez el número de personas desaparecidas saltó de 13 a 68 casos. Lo ocurrido en esa frontera se replicó en otras regiones. Ese año, Culiacán y Torreón se asomaron en el mapa de personas desaparecidas con 41 y 34 registros, respectivamente.
A partir de ese momento, Torreón se instaló como lugar de peligro. Durante cinco años, ese municipio de La Laguna permaneció entre los diez con más casos. Para 2009, con sus 182 registros alcanzó niveles alarmantes.
En ese 2009, el noreste del país —Nuevo Laredo, Monterrey, Matamoros, Reynosa y Piedras Negras— comenzó a concentrar los números más altos de desapariciones. Ciudad Juárez, entonces la ciudad más mortífera del continente, mantuvo también esa tendencia.
En otras geografías, ese mismo año, Guadalajara —metrópoli que entonces tenía poco más de millón y medio de habitantes— sumó 60 personas desaparecidas, sólo un caso más que los contabilizados en Matamoros, ciudad fronteriza con la tercera parte de la población que tenía la capital de Jalisco.
En el mapa del 2009, también destacó el poco habitado municipio de Ciudad Cuauhtémoc, en Chihuahua, con 39 registros, el mismo número que presentó el municipio de Puebla, en el centro del país.
El año de la pesadilla: 2010
El 2010 marcó el parteaguas de la violencia en México. Ese año se rompieron los límites de lo imaginable. Su estela de muerte y destrucción dejó una herida difícil de remontar.
La ruptura entre antiguos aliados, los cárteles de los Zetas y del Golfo, y la disputa por territorio, rutas y control de la población, tuvo un alto costo social: poblaciones enteras pagaron por ello.
Si un año antes ningún municipio registró más de 200 desapariciones, para 2010 hubo lugares en los que se documentaron cifras récord: esa saña se notó en Matamoros (con 397 personas que faltan) o Monterrey (con 372).
En el fragmento de 2010, entre los diez municipios con más casos apareció, por primera vez, el municipio de Durango, que registró 145.
La dinámica de la desaparición no observa siempre patrones predecibles. Los años siguientes el número de personas desaparecidas se estacionó, especialmente en el noreste del país. En otras regiones se empezaron a prender las alertas poco a poco. Así, se desplazó desde el norte, cruzó por el centro y se dirigió al occidente del país.
Hoy sabemos que no sólo había disputas territoriales entre organizaciones criminales; la estrategia de militarización de la seguridad pública fragmentó a los grupos armados, pulverizó equilibrios estatales y municipales, y, muchas veces, abrió camino y empoderó a nuevos grupos. Hoy se siguen pagando esas consecuencias.
La espiral de violencia adquiriría nuevas formas en 2011: las fosas clandestinas comenzaron a plagar todo el país, de manera explosiva y violenta se libró una de las disputas más sangrientas entre grupos armados en Reynosa, Nuevo Laredo y Tampico, en Tamaulipas; además de Monterrey, Nuevo León; Saltillo, Torreón y Piedras Negras, Coahuila. El efecto se resintió casi de inmediato en esas ciudades: las atrocidades se reflejaron también en los números de desapariciones, con niveles que no se habían visto antes.
La lista de diez municipios con más ausencias incluyó también a Guadalajara (113 casos) y Ciudad Cuauhtémoc (con 89).
El cierre del sexenio de Felipe Calderón mostraba las consecuencias de la política de seguridad a cargo de militares: 16 mil personas desaparecidas al concluir 2012. Ese año un municipio ocupó el primer lugar con 214 víctimas: Nuevo Laredo. Anclado en uno de los epicentros de la violencia, el calderonismo significó para este municipio una tragedia: 989 personas que, hasta ahora, no han vuelto a casa.
La crisis de desapariciones ya no se puede ocultar
Enrique Peña Nieto llegó al poder, pero la desaparición no se alejó del noreste, y si bien se mantuvo en altas cuotas, ya no lo hizo con la misma fuerza que en años previos.
En cambio, este crimen de arrebatar personas de sus propias vidas se comenzó a generalizar en el centro y sur del país. En el Estado de México, por ejemplo, se contabilizaron un total de 332 desapariciones en 2013, aunque en 253 los datos no permiten conocer en qué municipios ocurrieron. Ese estado sobresalió a nivel nacional por su opacidad: del total de sus reportes, el 42% no especifica siquiera la fecha de los hechos.
Como si fuera un anuncio de lo que sucedió un año después, en 2013, el municipio de Iguala, en Guerrero, apareció entre los 10 con más casos reconocidos, se registraron 79 personas ausentes. Ese año también destacó Chilpancingo, con 61. Así como lo fue en las décadas de los 60 y 70.
Guerrero revivió con dolor su historia, la de las décadas de la “guerra sucia” de los años 60 y 70, cuando se convirtió en un territorio marcado por las vidas arrebatadas.
En 2014, la tormenta de ausencias ya fue imposible de contener y ocultar. La noche del 26 de septiembre de ese año 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa les fueron arrebatados al país, cuando un grupo de criminales y miembros de todas las corporaciones y fuerzas armadas se los llevaron y aún no regresan a casa.
A los estudiantes se sumaron mujeres y hombres que se sumieron en la oscuridad de Iguala: el año concluyó con 124 víctimas de desaparición en ese municipio. Pero no fue el único que resintió la ola de violencia. En Acapulco se registraron 107 desapariciones, una señal de que la disputa territorial entre diferentes grupos armados, entre ellos el Ejército, se trasladó a ese estado del Pacífico.
La violencia encuentra una lógica siniestra: cuando la desaparición de personas toca a un sitio, no lo suelta. Las pérdidas se repiten.
Las instantáneas de las desapariciones permanecieron casi intactas de 2015 a 2016: las tres ciudades fronterizas de Tamaulipas mantuvieron números altos. Y la metástasis en Jalisco era evidente: Guadalajara, Lagos de Moreno, Zapopan, Tlaquepaque y Tlajomulco de Zúñiga registraron anualmente entre 69 y 108 nuevos casos. Además, lugares como el municipio de Puebla; Ahome, Sinaloa; Ciudad Juárez, Chihuahua, y Hermosillo, Sonora, registraron más de 90.
- Del noreste al centro
El país registró 23 mil 79 homicidios en 2017. Una cifra que rebasó en 31% a los que se contabilizaron un año antes. Ese incremento en la violencia también se notó en las desapariciones. Ese año terminó al menos con 7 mil 900 personas ausentes, casi 2 mil más que las contabilizadas en 2016.
El 2017 se vivió un pico de violencia. Municipios tamaulipecos —como Reynosa, Nuevo Laredo y Matamoros— registraron entre 152 y 362 desapariciones. También destacó Hermosillo con 263; y la capital de Puebla con 242.
Y aunque este crimen siguió arrebatando a personas en el norte del país, en lugares como el puerto de Veracruz, donde la dinámica también se hizo inocultable: ahí 143 personas fueron desaparecidas en 2018.
Veracruz es uno de los casos que resulta complejo abordar. Sus dinámicas violentas aparecen poco en este análisis porque uno de cada tres de los registros de desapariciones carecen de la fecha en que sucedieron. De ese tamaño era el desdén oficial.
La crisis en Jalisco se potencializó. La entidad vivió los efectos ya conocidos en el noreste. La disputa de grupos criminales por el territorio se intensificó y durante 2019 y 2020 los municipios del Área Metropolitana de Guadalajara se ubicaron entre los diez con más desapariciones en todo el país. Las más de 280 personas desaparecidas cada año en Guadalajara, Zapopan, Tlajomulco —este último con menos de 200 mil habitantes— lo entronizaron como un estado-problema.
Nuevos sitios golpeados por la desaparición
Terminó el 2018 y el acumulado histórico de personas desaparecidas en el país era de 54 mil 500; esta cifra no incluye aquellas denuncias en las que las autoridades no registraron las fechas de la desaparición.
A finales de ese 2018, la presidencia del país cambió de partido con Andrés Manuel López Obrador. Las desapariciones continuaron: en el 2019 se sumaron, por lo menos, 9 mil 200 personas más.
En 2020, la lista de 10 municipios con más desapariciones incluyó otra vez lugares del Área Metropolitana de Guadalajara, pero también tocó a municipios con ciudades capitales: Hermosillo, Culiacán, y Monterrey. Cada uno aportó más de 120 personas. En esa estadística de terror aparecieron dos alcaldías de la Ciudad de México: Gustavo A. Madero e Iztapalapa, cada una con poco más de un centenar de registros de desapariciones recién perpetradas.
En el caleidoscopio de fragmentos se observa que hubo lugares en los que, de un año a otro, la desaparición dejó de ser un delito aislado para transformarse en un terremoto con distintos epicentros. Eso sucedió en el estado de Zacatecas durante 2021. Ese año, Fresnillo registró 163 casos; y eso que desde un año antes, con 46 personas ausentes, las cifras ya eran preocupantes.
Zacatecas es hoy la nueva meca de la desgracia.
Entre los municipios que han tenido ese tipo de repuntes en casos de personas sin localizar destaca Ecatepec, en el Estado de México. En 2019 tuvo seis desapariciones. En 2020 el número se elevó a 69 y en 2021 alcanzó las 137; de éstas 51 son mujeres.
El fragmento de los dos primeros meses de 2022 recuerda, una vez más, que la Ciudad de México no es territorio aislado de lo que pasa en el resto del país: Iztapalapa y la Gustavo A. Madero son las alcaldías que más casos registraron en ese lapso, con 29 y 27 casos, respectivamente.
Otras geografías destacan en lo que va de 2022. Cuernavaca, Morelos, en donde este delito ya era un problema (como se reflejó en 2016 con el descubrimiento de las fosas de Tetelcingo, cavadas por el propio gobierno), otra vez comenzó a tomar vuelo: hasta el corte acumuló 29 desapariciones.
Lo mismo sucede con el municipio de Benito Juárez, donde está Cancún, en los dos primeros meses del 2022, al menos 33 personas ingresaron a las listas de la vergüenza nacional.
Un delito que toma fuerza
El caleidoscopio del registro oficial permite conocer otros municipios donde, de un año a otro, las denuncias llegaban como por goteo hasta convertirse en un tsunami. Entre esos casos están Mazatlán (2009-2010); Tijuana (2015-2016); Lagos de Moreno (2014-2015); y las alcaldías Gustavo A. Madero, Miguel Hidalgo e Iztapalapa (2018–2019).
Tepic es un caso que muestra el oscuro panorama que deja la unión entre las estructuras políticas y criminales. De seis desapariciones que ese municipio registró en 2016 aumentó casi a 100 en 2017, lo que representa casi mil 533% en un año.
El repunte en la capital de Nayarit ocurrió en este contexto: en febrero de 2017, Juan Francisco Patrón Sánchez, conocido como el H2 y vinculado al Cártel de Los Beltrán Leyva, fue asesinado durante un enfrentamiento con la Marina. Un mes después, el Fiscal del Estado, Édgar Veytia fue detenido en San Diego, Estados Unidos, acusado de pertenecer a una red de tráfico de drogas. Y en junio, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), al que pertenecía el gobernador Roberto Sandoval —detenido en julio de 2021 por operaciones con recursos de procedencia ilícita—, perdió las elecciones a la gubernatura del estado.
¿Dónde se concentró la desolación?
Pobladores de lugares como Matamoros están entre los que han padecido por más largas e intensas temporadas las desapariciones: durante 13 años consecutivos el municipio que habitan se ubicó dentro los diez primeros con más víctimas. En 2010, por ejemplo, 70 personas desaparecieron por cada 100 mil personas. Y cada año llegó con su propia intensidad.
Fue justo en ese 2010 cuando este crimen se ensañó con la población de varias regiones tamaulipecas que no figuran en el gran mapa nacional porque tienen menor población, pero que sobresalen cuando se hace un acercamiento. Ciudad Mier, por ejemplo, rompió un récord hasta ahora no superado de 413 habitantes desaparecidos por cada 100 mil. De igual manera otros rincones de México han quedado invisibilizados en la estadística nacional aunque padecieron mucho.
La primera desaparición registrada de una mujer ocurrió en agosto de 1968, en el municipio de Texcalyacac, Estado de México. Tenía 60 años. En las cinco décadas transcurridas desde entonces, 24 mil 750 mujeres más engrosaron la lista de desaparecidas.
Desde los años 70 hasta la actualidad, el panorama para las mujeres ha empeorado y se ha acentuado en las jóvenes: una cuarta parte de las desaparecidas entre 2006 y 2022 tienen entre 15 y 19 años.
El Estado de México es la entidad más peligrosa para las mujeres; con sus más de 2 mil 600 casos concentra el 14% del total de las que son buscadas a nivel nacional. A diferencia del resto del país, las desapariciones de mujeres ahí casi se equiparan a las de los hombres: de cada 10 víctimas, cuatro son mujeres.
En Tamaulipas, Nuevo León y Jalisco, respectivamente, hay más de mil 500 mujeres reportadas con paradero desconocido.
Los datos y el mapa muestran que son más los hombres desaparecidos, pero si se mira cómo ha evolucionado el fenómeno criminal es evidente que para ellas se ha incrementado el peligro: en 2006 la lista de víctimas contaba con 71, para febrero de 2022 llegó a 19 mil 813.
El 2017 destacó por su violencia con 2 mil mujeres desaparecidas.
A partir del año de la pandemia, 2020, la desaparición de mujeres no ha dado tregua.
En 2021, en promedio, siete mujeres desaparecieron por día.
En la geografía de la desaparición femenina destacan municipios como Puebla, Hermosillo y Zapopan.
Algunos de los lugares donde la cifra de víctimas tuvo un abrupto incremento de un año a otro —lo cual tendría que prender todas las alarmas— son: el municipio de Puebla (se reflejó en 2016); Ecatepec (en 2017); Hermosillo (en 2017); Iztapalapa (en 2020) Zacatecas y Tepic (en 2021).
¿Cuántas probabilidades hay de que una persona sea localizada?
No toda persona reportada como desaparecida está condenada a nunca volver a casa: por cada 100 reportes, 60 personas son localizadas y 40 siguen sin ser localizadas. Con los fragmentos del registro nacional que hasta hoy están disponibles no es posible conocer si las autoridades las buscaron, las rescataron o las personas regresaron solas, o bajo qué circunstancias se dieron las localizaciones.
Lo que sí podemos conocer es que de esas 59 personas localizadas, a 55 se les encuentra vivas y a cuatro sin vida.
En cuanto a las probabilidades de que una persona sea localizada cuenta mucho la edad, el género, la región y los años en los que ocurre la desaparición.
Los datos obtenidos para esta investigación permiten sacar algunas conclusiones:
En la pintura más general, Campeche, Aguascalientes, Yucatán y Oaxaca se distinguen porque el 90% de las personas reportadas como desaparecidas son localizadas. En el extremo contrario está Coahuila, donde sólo aparecen 17 de cada 100.
Tlaxcala se destaca por ser el estado con menos reportes: sólo tiene 227 desde 2006; pero tiene el porcentaje más alto de localizaciones sin vida: 11% (25 personas). Le sigue Sinaloa, donde mil 132 personas que estaban como desaparecidas fueron encontradas sin vida, esto es el 10.5% de todos sus reportes.
Las mujeres tienen más probabilidad de regresar que los hombres, pero esto también cambia según el estado: en Coahuila, Nayarit, Veracruz y Zacatecas más de la mitad de las mujeres sigue sin aparecer.
Territorios peligrosos para hombres
En el caso de los hombres, la desaparición afecta de manera más implacable a quienes tienen entre 25 a 29 años. Ese grupo representa el 14% del total de 74 mil 478 hombres que nunca volvieron.
En la geografía nacional, en algunos territorios sólo hay hombres desaparecidos; lugares en los que, hasta ahora, no se reportaron a mujeres, o bien, ellas ya fueron localizadas y salieron de las estadísticas.
Hasta febrero de 2022, los municipios donde sólo hay hombres desaparecidos son:
Un delito que también toca a niñas, niños y adolescentes
A partir de 2006, cada año en promedio 194 niñas y niños menores de 12 años desaparecieron en el país.
Brandon Esteban Acosta Herrera tenía ocho años cuando, en la carretera Saltillo-Monterrey, un comando armado lo desapareció a él, a su papá y a dos de sus tíos. Eso sucedió en agosto de 2009, desde entonces su madre no ha dejado de buscarlo. Ese año, por lo menos 63 niños y niñas en el país se sumaron a la lista de desaparecidos.
Y vendrían tiempos peores. A partir de 2020, en las gráficas comenzó a dibujarse un marcado aumento en la desaparición de niñas y niños con menos de 12 años: si el 2019 cerró con alrededor de 284 casos, un año después el número llegó a poco más de 448.
La cifra anual más alta corresponde al 2021. Poco más de 550 infantes desaparecieron ese año y continúan sin ser localizados.
No se sabe cuántas son sustracciones parentales o cuántos fueron arrebatados de sus hogares por personas desconocidas. El registro no permite saberlo y tampoco las causas de estos hechos.
Aunque las víctimas pueden ser desde recién nacidas, uno de los grupos de edad con más riesgo son los de entre 13 y 17 años. Poco más de 10 mil 400 adolescentes de ese rango de edad desaparecieron, lo que representa el 12.5% de todas las personas desaparecidas en México a partir del 2006.
En la adolescencia, el género marca diferencias notables:
Mientras que a la edad de 11 años, las niñas y los niños desaparecen casi por igual; entre los 13 y hasta los 16 años a hombres y a mujeres los separa un abismo. Las adolescentes superan en desapariciones a sus pares masculinos, en algunos casos incluso la cifra es casi dos veces mayor.
En el Estado de México, por ejemplo, mientras hay poco más de 377 hombres de entre 12 y 17 años desaparecidos, el número de mujeres de la misma edad rebasa los 985.
Después de los 17 años esa tendencia se interrumpe, la lógica se invierte de manera marcada y se comienza a dibujar el paisaje de un país en el que una mayoría de hombres, principalmente jóvenes entre 25 y 29 años, son desaparecidos.
¿Por qué desaparecen más hombres en estas edades? No hay respuestas claras. La impunidad que prevalece y la falta de investigaciones no ayuda a tenerlas. Algunas de esas explicaciones podrían encontrarse en los reclutamientos forzados o voluntarios con distintos fines, o el exterminio a los considerados potenciales enemigos, el control de territorios o el instalar el miedo entre la población. También habrá algunos que se vayan de casa y desean no ser localizados.
Circunstancias de la desaparición
¿Cómo desaparece la gente en México? ¿Qué se explica en el registro oficial sobre el contexto de su desaparición? ¿Cómo se clasifican las ausencias de las personas que faltan en los hogares en este país? ¿Cómo llenan los registros los funcionarios que atienden las denuncias?
En los datos que analizamos para esta investigación hay un fragmento de 17 mil 95 registros de personas desaparecidas —de enero de 2006 a febrero de 2022— en los que se escribieron algunas pistas de las circunstancias en las que se dan estos delitos. Las narrativas mencionan los últimos lugares en donde se miró a la persona, son escuetos contextos que enmarcan esas ausencias.
Por ejemplo, se mencionan frases como: “se trasladaba” a su domicilio, a su trabajo o estaba en el trayecto entre una comunidad y otra, o viajaba por carretera o rumbo a Estados Unidos. A esa circunstancia corresponden el 15% de los casos.
La mayoría de estos sucesos quedan envueltos en una nebulosa y las referencias de cómo ocurrió son escuetas: “Se le vio en su domicilio”, “salió de casa y ya no regresó” o, simplemente, “último contacto vía telefónica o mensaje de texto”. Estos casos suman 10 mil 567, que representan el 62% de las endebles explicaciones.
Hubo quienes antes de perder contacto mencionaron que tenían problemas familiares y, de pronto, sin más, no volvieron a ser vistos. Es la situación del 3.2%.
En la minoría de los registros (2 mil 546), los datos son más precisos. En esos hubo testigos que vieron la acción directa en la que, por la fuerza, se privó a la gente de su libertad. En ese grupo están aquellos sobre quienes se señala que personas armadas las sacaron de su casa o interceptaron en la calle, fueron secuestrados, llevados por una corporación policiaca o militar, o que nunca salieron de una agencia del Ministerio Público.
Las últimas dos circunstancias, en las que se menciona la participación de funcionarios públicos, enmarcan desapariciones forzadas: el estado convertido en criminal. Esos 295 registros representan el 1.7%.
Estos relatos fragmentados de las circunstancias en las que desaparecen las personas en México son también zonas grises en donde se diluyen responsabilidades. El territorio común es la incertidumbre que impide saber por dónde comenzar a buscar.
Y las autoridades tampoco ayudan.
Desapariciones masivas
México es un país en donde no es extraordinario que grupos completos de diez o más personas sean capturadas. Desde 2006, se han registrado 26 eventos masivos: el último fue el 2 de diciembre de 2021 en Tepic. Ese día desaparecieron 14 personas que siguen sin ser encontradas.
De lo que sabemos sobre estas desapariciones masivas —gracias a información de los colectivos de familias buscadoras— es que muchas veces las víctimas son personas que estaban en tránsito por el país o pasaban por regiones controladas por grupos armados, sino es que habitaban lugares en disputa. También se dan casos en los que eran profesionistas que dominaban una actividad —ingenieros en telecomunicaciones, por ejemplo— que muchas veces es mano de obra codiciable en la disputa por el control del territorio. O simplemente eran hombres, jóvenes, en edad de ser reclutables.
Estos han sido hasta ahora los cinco eventos con la mayor cantidad de personas desaparecidas:
- Iguala, Guerrero 26 de septiembre de 2014
Los registros oficiales dan cuenta de 47 personas de las que no se sabe nada desde ese día, incluidos los 43 estudiantes de Ayotzinapa que fueron desaparecidos en un suceso que aún sigue siendo investigado por las autoridades federales.
- Reynosa, Tamaulipas 7 de marzo de 2019
31 personas desaparecieron en esa jornada, según la contabilidad oficial. Ese día comandos secuestraron a decenas de migrantes que viajaban en un autobús que había partido de Tampico.
- Zacatecas capital 26 de febrero de 2021
Un total de 28 personas desaparecidas fueron registradas ese día; la prensa local no registró un evento particular ese día, pero en las jornadas previas desapareció gente en los municipios de Fresnillo, Guadalupe y Monte Escobedo.
- San Luis Potosí capital 17 de marzo de 2010
20 personas desaparecidas ese día de acuerdo a cifras oficiales; un autobús de la empresa Pirasol salió del municipio Xilitla con más de 30 personas que presuntamente fueron interceptadas por policías en Valadeces, Tamaulipas.
- Sabinas, Coahuila 13 de marzo de 2011
Desaparecieron 16 personas ese día según el reporte oficial aunque no hay registros de sucesos en la prensa local. Cinco días después, en la cercana población de Allende sicarios de Los Zetas masacraron a cientos de personas.
Las semanas del terror
La desaparición de personas no siempre es a cuentagotas.
Los datos del registro oficial muestran que en México hay lapsos en los que la desaparición pareció ser una epidemia que se presentó en forma repentina y generalizada en ciertas regiones; semanas en este delito se desató como tormenta y tuvo varios polos al mismo tiempo.
La información oficial permite identificar “temporadas de terror” en las que pudieron haber ocurrido prácticas criminales de leva o venganzas masivas contra personas de grupos “enemigos”. Las semanas con oleadas de desapariciones se localizaron en corredores de violencia que abarcan varios municipios o tuvieron reflejos en diversos estados. En todo caso, las víctimas siguen sin ser encontradas.
Territorios silenciados
Así como sucedieron semanas de terror, también ocurrieron lapsos de silencio, periodos en los que no se pudo denunciar (y quizás aún no se puede) ante las autoridades los hechos recién ocurridos. En ciertas zonas dominadas por el silencio la gente tuvo que callar el dolor de que le arrebataran a algún ser querido, y esperar meses, incluso años, para poder reportarlo.
El registro oficial de desapariciones actual no permite identificar cuándo y dónde se produjeron esos silencios, pero sí es posible hacerlo si se analiza la base de datos del Centro Nacional de Planeación, Análisis e Información para el Combate a la Delincuencia (Cenapi), de la entonces Procuraduría General de la República (PGR), cuyos registros llegaron hasta junio de 2018.
De ahí se desprende que de 2010 a 2012 el silencio fue la regla en sitios del noreste del país, especialmente en Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León.
El temor marcó a 447 municipios azotados por la violencia, en donde las familias denunciaron la desaparición sólo hasta que transcurrieron uno, dos o tres años.
No es posible saber en cuáles y cuántos casos las autoridades impidieron que se hicieran las denuncias, no las registraron o las víctimas no las realizaron pues desconfiaban de las propias autoridades; sabían que eran partícipes o perpetradores directos de la desaparición.
Las leyes del silencio no son estáticas, cambian según el tiempo, o de las estrategias de control poblacional de los distintos perpetradores de la violencia. La censura opera todavía. Las autoridades no han hecho nada para proteger a quienes denuncian y garantizar su derecho a notificar la ausencia de sus seres queridos y a pedir que sean buscados. Al menos 16 familiares han sido asesinados por buscar.
En este momento alguien está siendo desaparecido
México lleva más de medio siglo sumando a sus estadísticas personas desaparecidas.
Mientras un joven, de entre 15 y 19 años, desaparecido en Nuevo León, en 1964, fue el primero en ese infame registro; esta vergonzosa lista no ha dejado de crecer, de acumular nombres e historias de ausencias que no son normales, que no deberían de serlo.
El lunes 16 de mayo de 2022 México rebasó las 100 mil personas desaparecidas.
Estos no son sólo números, son historias de vidas humanas cuyas ausencias generan un dolor que no puede ser sanado con el tiempo. Que afectarán no sólo a ésta, también a las siguientes generaciones.
Llegamos a las 100 mil desapariciones cuando fueron sumadas al registro tres personas: dos hombres y una mujer. Un adolescente de 17 años a quien se le dejó de ver en Saltillo, Coahuila; otro muchacho de 22 años que estaba en Ayapango, Estado de México; una joven de 29 años a quien no localizan en la Ciudad de México, la buscan en la alcaldía Venustiano Carranza. Sus familias seguramente recorren ahora mismo los laberintos de la burocracia creados para cansar o enloquecer a quien busca, esos sinuosos caminos llenos de puertas falsas y engañosas promesas que otras ya transitaron
Las tragedias agregadas a ese doloroso recuento de ausencias no cesarán hasta que termine la impunidad que cobija a estos crímenes. Hasta que en México se respete el derecho a nunca ser desaparecido. Y quienes faltan regresen a casa.
“Fragmentos de la Desaparición” es una investigación periodística que permite explorar la información sobre cómo México llegó a las 100 mil personas desaparecidas, quiénes faltan, desde cuándo y en qué territorios se resiente su ausencia. Esta es una serie de Quinto Elemento Lab y del proyecto A dónde van los desaparecidos que puedes ver en: http://quintoelab.org/fragmentos/cien-mil-despariciones-mexico
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*Créditos: equipo coordinador: Mago Torres, Marcela Turati, Efraín Tzuc, Thelma Gómez. Desarrollo y datos (cuadernos Observable): David Eads. Equipo datos: Irving Morlán, Aldo Dector Oliver y Efraín Tzuc. Diseño y programación: Ale Saavedra, Cynthia Monterrosa y Gustavo Solís. Coordinación de fotografía: Lucía Flores. Asesoría en imagen: Mónica González Islas. Edición General: Marcela Turati, Thelma Gómez, Armando Talamantes.