La Semana Santa, ya sea por creencia, convicción o conveniencia, es una fecha muy arraigada en la cultura mexicana. A pesar de que su sentido dista mucho de la simple recreación, la mayoría de las personas la dedican al descanso, a la diversión y a la convivencia social. Sin embargo, no pocos se mantienen fieles a sus tradiciones. Así, recordé aquello de “sepulcros blanqueados y raza de víboras”.
Un pasaje ofrece una lección que no se limita a la religiosidad, sino que tiene vastas aplicaciones. Tal fue el caso de las rebatiñas entre el expresidente Felipe Calderón y el actual Presidente de México, quienes mutuamente se han dedicado el término de “sepulcro blanqueado”; aunque, en honor a la verdad, el primero en utilizarlo fue el panista. La frase también ha sido utilizada en los círculos políticos de Sudamérica, como en la confrontación entre las colombianas Karen Abudinen y Katherine Miranda, apenas en febrero pasado.
Y a todo esto, ¿a qué se refiere la expresión “sepulcro blanqueado”? De acuerdo con una antigua costumbre, las sepulturas eran pintadas o cubiertas con cal, dando una apariencia color blanca para procurar que las lápidas se mantuvieran intactas. Es decir, daban más atención al exterior que a lo interior. De ahí surge esta alegoría que sirve para definir a quienes se preocupan por parecer “justos”, aunque internamente estén “repletos de hipocresía e iniquidad”. La metáfora referida asegura que existen personas que por fuera “se muestran hermosos”, mientras por dentro están “llenos de inmundicia”.
¿Por qué hablar de sepulcro(s) blanqueado(s)? Quienes simpatizan con el Presidente López y su camarilla se rasgan las vestiduras ante la negativa de los legisladores de oposición para seguirle el juego en el tema de la arcaica y retrógrada Reforma Eléctrica; no en vano fue llamada Ley Bartlett.
La mayoría de los mexicanos hemos sido notablemente beneficiados con la apertura de nuestra economía al mundo. Los números no mienten; la competencia, la accesibilidad a productos y servicios que mejoran nuestra calidad de vida, tampoco. Aquellos que no coinciden con estas oportunidades, se inventan “otros datos”, o deciden (de manera unilateral e inmodesta) “crear” nuevos “indicadores”, reconocidos solo por quien los inventó, sin tener más sustento que su creatividad y capacidad de engaño.
Si bien la (muy cuestionable) intención de Andrés Manuel por renunciar a la Presidencia si el resultado de la revocación de mandato no le favorecía, aunque no alcanzara el 40 por ciento necesario, carecía de fundamento legal (y sensatez), la traición a la patria sí es un motivo suficiente para separarse del cargo. El reto es definir quién traicionó, por qué y a quién.
Hace un par de días, una amiga (a quien admiro y estimo mucho), me preguntó cuáles eran mis motivos para asegurar que el actual régimen no dista mucho del previo. Por ello, compartiré tan solo tres de mis argumentos:
1.- Al igual que Cárdenas con Elías Calles (quien lo designó su sucesor), López Obrador mordió la mano que le dio de comer; basta recordar que emigró del PRI al PRD y luego fundó Morena, cada que las tendencias no le favorecieron.
2.- Su designación como candidato presidencial fue mediante el antidemocrático dedazo.
3.- Al igual que muchos de sus antecesores, Andrés Manuel disfruta de las delicias del presidencialismo y ejerce facultades metaconstitucionales. ¡Ay nomás!, como diría Clavillazo.
Post scriptum: “Unidos para progresar”, Carlos Salinas de Gortari.
Atentamente,
Francisco Ruiz, candidato a doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).
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