México se encuentra de luto ante el fallecimiento de Rosario Ibarra de Piedra, luchadora social incansable y símbolo de tenacidad para los miles de mujeres que buscan a sus seres desaparecidos.
Rosario Ibarra se convirtió en paradigma de la activista contestataria y en una de las figuras más reconocidas de la izquierda del continente; ella no buscó este rol: fue natural, pues en 1974, cuando su hijo Jesús Piedra Ibarra fue detenido de manera ilegal en Monterrey por agentes policiales que lo entregaron al Ejército, ahí desapareció en manos militares y de su jefe nato, Luis Echeverría, y su secretario de Gobernación Luis Moya Palencia. Desde entonces ha sido imposible ubicarlo, pese a la interminable labor de búsqueda y recopilación de pruebas.
Este fracaso personal, doloroso, que solo los familiares de víctimas de desaparición pueden dimensionar, contrasta con el enorme legado social que construyó; al punto de que puede considerarse una de las forjadoras de ciudadanía mexicana moderna y corresponsable de introducir los derechos humanos en la agenda pública.
Poco se sabía en esa época de la operación de la Brigada Blanca, grupo ilegal que actuaba como escuadrón de la muerte bajo las órdenes del director de la DFS, Miguel Nazar Haro. Y aquí se quedó, dispuesta a llegar hasta la verdad sobre el paradero de Jesús, con ese rostro de muchacho que se hizo familiar, porque Rosario lo llevaba en el pecho, en grandes medallones que ella elaboraba, sobre sus vestidos negros, expresión de luto que nunca cerró.
Un día, cuando esperaba informes frente al portón del Campo Militar Número Uno, encontró a otra mujer, morenita y amable, que preguntaba por su esposo. Se llamaba Celia Piedra: “Compartimos apellido y dolor, pero no somos parientes”. Sin embargo, se hicieron hermanas. Luego hallaron a otra mujer, y a muchas más, de Chihuahua, Sinaloa, Guerrero, Jalisco, Sonora, Oaxaca… otras familiares de personas detenidas-desaparecidas. En esa época no estaban acuñados los derechos humanos o desaparición forzada.
La desaparición de Jesús Piedra Ibarra y de 500 ciudadanos, de acuerdo con el Comité ¡Eureka!, la primera organización de familiares de personas desaparecidas, fundada por Rosario Ibarra, se produjo en el contexto de la guerra sucia; brutal estrategia de Luis Echeverría y José López Portillo para aniquilar a los guerrilleros, pero que se ensañó con opositores que nada tenían que ver. ¿Por qué este ahínco de combate nunca tocó a los carteles criminales dentro y fuera del Estado?
Elena Poniatowska, reporteó la huelga de hambre que convocó Rosario al frente del Comité Eureka de madres de desaparecidos de la guerra sucia en la Catedral Metropolitana en 1983. Este movimiento, hostigado por elementos de la policía y la DFS, fue ignorado por los medios de comunicación, por lo que Elena decidió invitar un día a José Pagés Llergo, director de la revista Siempre, al plantón.
“Me dijo textualmente: ‘pinche vieja loca’. Nunca supe si se refería a mí o a ella, más bien creo que a ambas. Rosario rompía los cánones, estaba en la oposición, se salía del huacal”. Eran los años álgidos del terrorismo de Estado.
La de doña Rosario fue una militancia universal, a la cual no le era ajena ninguna causa justa: en sus cinco décadas de vida política (en el original y más noble sentido de este término), militó a favor de los presos políticos, los perseguidos, los exilados; las mujeres, de la diversidad, de indígenas, de obreros, de la democracia y del medio ambiente.
Esta continua ampliación de los horizontes, a los que había de llevar la lucha por la justicia, hizo que quien comenzó como una ama de casa, se convirtiese en la primera mujer candidata a la Presidencia de la República (1982), aspiración que repitió en 1988. Sin abandonar su causa central, fue diputada federal y senadora. Sus genuinos esfuerzos fueron méritos para postularla al Premio Nobel de la Paz y recibir distinciones nacionales e internacionales, así como la Medalla Belisario Domínguez, máxima condecoración que otorga el Senado de la República (2019). Sin embargo, para ella la mayor satisfacción fueron los 150 desaparecidos localizados con vida por la organización que fundó.
Cuando el Senado le otorgó la Medalla Belisario Domínguez, Rosario Ibarra de Piedra dejó la medalla en custodia del Presidente López Obrador, con el encargo de que “junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos hijos y familiares, y con la certeza de que la justicia anhelada, por fin los cubrirá con su halo protector”. El homenaje que el Estado mexicano puede rendir a una de sus ciudadanas más ilustres, reside en localizar a 96 mil personas desaparecidas y erradicar este mal.
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana.
Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com