Después de casi dos años de ausencia, de no acudir a clases a ocupar un pupitre en el salón de clases a causa del COVID-19, este 28 de febrero se cumplió mi ansia y ganas de estar en la escuela. Las clases en línea son cansadas, estresantes, irritantes y poco entendibles; además de que no se logra comprender lo aprendido; aunque las ventajas eran estar en casa, pararte de la computadora cuando querías, ir al baño, disfrutar una botana, un refresco, platicar con los compañeros por Facebook, Messenger, WhatsApp, etc.
Hoy llegó el día de acudir como se debe a la escuela, al salón, al mesabanco escolar; volvió el jolgorio estudiantil de platicar antes de entrar a clases, conocer a los compañeros que veía en línea y por fin conocer el salón de clases, así como ver a la máxima autoridad: el profesor.
Saludar al maestro, a mis conocidos de clases en línea, verlos a partir de este 28 de febrero. Hubo dudas sobre cómo serían, hasta que llegó el día que recibí el mandato del profesor y la orden de “pongan atención”; arribó el día de ir a la cafetería en secundarias, preparatorias y universidades, o bien en primarias al puestecito escolar; llegó el día de adquirir un chuchuluco o antojo, y eso me dio mucha alegría. Por fin llegó ese tiempo.
Renació el tránsito estudiantil, el abarrotar entradas en la escuela, hacer fila; tener inquietud, nerviosismo, escuchar el timbre, ver al prefecto, maestro y nuevamente la vida estudiantil, segundo pilar de aprendizaje (pues el primero es el hogar familiar). Por ello, los cinco meses restantes que nos esperan de ciclo escolar no debemos bajar la guardia, protegernos contra la pandemia.
Gracias a los vacunados, a los que usamos tapabocas, y después de la abstención de diversión, escuela y labores, también hoy se hizo ver que podemos ir a clases presenciales.
Con autorización de los alumnos de cuarto semestre de la preparatoria Conalep II-Tijuana, y de Esmeralda Durán Peña, redacté esta carta, pues son sus pensamientos después de acudir a clases este lunes 28 de febrero de 2022.
Atentamente,
Leopoldo Durán Ramírez.
Tijuana, B.C.