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viernes, noviembre 22, 2024
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Discurso de Paz, economía de guerra

El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Por lo anterior, resulta un ejercicio doloroso, pero necesario, recordar el trágico evento acontecido en esta frontera el 18 de julio de 1984.  Era un día parecido al resto cuando James Oliver Huberty, exsoldado de la Guerra de Vietnam de 41 años de edad, le dice a su esposa que iría a cazar humanos y de su domicilio va al borde de la frontera mexicana.

Huberty utilizó una 9 milímetros Uzi-semiautomática, una escopeta Winchester calibre 12 y una 9 milímetros Browning-HP para asesinar a 21 personas y herir a 19 personas en un McDonald ‘s en San Isidro California. De sus víctimas, la mayoría eran mexicanas o méxico-americanas. La matanza comenzó a las 3:40 pm y duró 77 minutos. Usó 257 cartuchos antes de que él recibiera un disparo letal de un policía del SWAT.

Relatos como este son la punta del gran iceberg de repercusiones sociales que han dejado los conflictos armados en América del Norte. Sin embargo, no acaba ahí. El mar de armas no mata únicamente al pueblo norteamericano. La necropolítica mueve drogas y personas de sur a norte. De norte a sur fluye el río de acero que alimenta de poder y balas al narco. ¿Quién es tan ciego para no ver la conexión entre los asesinatos diarios y el tráfico de armas?

De acuerdo a datos de la NSSF y Banco Mundial, la industria armamentista produce anualmente $63,486,494,000 dólares. Mientras que Estados Unidos ejerció $778,232,200,000.00 dólares de Gasto Militar. El aumento va en proporción directa a la utilización de las Fuerzas Armadas contra los cárteles de drogas.

Peña Nieto en 2015, gastó en armamento 7 mil 700 millones de dólares, por encima de Calderón y Fox, 5 mil 613 millones, en 2012, y tres mil 229 millones de dólares, en 2001. México concentró el 73% de las importaciones de armas en Centroamérica y El Caribe (2014-2018.) Sumemos las 800 mil armas ilegales que entran cada año por la porosa frontera y las corrompidas aduanas.

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La matanza de 1984 en San Isidro representó una cicatriz aleccionadora, una de las violencias más crudas que se vivió en la frontera durante la década de los 80. Nunca imaginaríamos que 38 años después, Tijuana encabezaría la lista de una de las ciudades más violentas del mundo. Las cicatrices de la violencia se cuentan por miles. La opinión pública va perdiendo capacidad de asombro; las violencias de las periferias se normalizan y de manera automática se culpa a las víctimas, pero las economías de guerra se alimentan de las juventudes empobrecidas y de contextos y valores culturales, familiares, sociales y económicos fracturados.

Diario en la nota roja local, vemos con normalidad las juventudes de barrios empobrecidos, y otras que aún nos escandalizan. Pocas voces hablan sobre los factores de riesgo que implica nacer en la Tijuana profunda. ¿Ahí, en los barrios donde los cárteles encuentran a jóvenes con hambre de ser, de poder, de construir autoestima a través de qué? No del valor del trabajo y la cultura. Si, utilizando una 9 milímetros.

Si cometemos el error de personificar las problemáticas, caemos en simplificaciones que no alcanzan a percibir y reconstruir lo complejo de incidir sobre una realidad cargada de variables y de actores. Ir a la raíz implica señalar estructuras más que personas; implica cuestionar el andamiaje de las decisiones colectivas. Poco sirve ponerle nombre y apellido de los verdugos, como en el caso del ex soldado Huberty, cuando el sistema está diseñado para producir criminales y torturadores reemplazables. El problema no son las personas, sino las estructuras que diseñan y reproducen lógicas de dominación injustas.  Habrá que crear estructuras sustentadas en el cuidado a la vida.

Parafraseando a Paulo Freire, cuando el único marco que se conoce del mundo es la violencia bajo una dinámica oprimido-opresor, el oprimido soñará con convertirse en opresor, porque el oprimido ha aprendido a reproducir dinámicas de poder propias del opresor. Trasladado al terreno sociopolítico: dar discursos de paz a través de acciones de guerra es una lógica esquizofrénica. Tanto las ciencias del comportamiento como la sabiduría popular conocen los efectos traumáticos en la psique y la exposición a la guerra.

Estados Unidos alienta el genocidio y sus fabricantes exportan principalmente rifles de asalto, instrumentos propios del ejército, las fuerzas públicas; empodera a la delincuencia organizada y a sectores de la sociedad más inconsciente, irracional y violenta. Este arsenal es una de las causas centrales de pérdidas humanas, inestabilidad e ingobernabilidad.

 

M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana.

Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com

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Héctor Ramón González Cuéllar
Héctor Ramón González Cuéllar
Héctor Ortiz Ramírez Héctor Ortiz Ramírez Hector O 37 cygnus9304@hotmail.com
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