No me imagino quién fue el primero o los primeros pistoleros que tuvieron la ocurrencia de envolver en una cobija a sus ejecutados. Tampoco tengo antecedentes si fue una orden que recibieron o se les ocurrió luego de consumar sus fechorías. No se me hace muy lógico que esto de encobijar ejecutados empezó cuando a uno de ellos lo sorprendieron en su cama. Tiene más sentido común que las víctimas primero fueron secuestradas, llevadas a cierto lugar y luego asesinadas. También es de suponerse que, muerta la persona, les resultó mejor envolverla en una cobija porque así se les facilitó manejar mejor el bulto humano que batallar con un cuerpo inanimado. Enrollarlo evitó ensangrentar el vehículo donde lo transportaron, para luego ir a tirarlo donde más se les antojó, aunque siempre alejado del lugar en que lo ejecutaron.
Pero sí me he dado cuenta que los policías son los primeros en tirar las cobijas. Las dejan en el lugar donde localizaron o les dijeron estaba el asesinado. Se utiliza solamente cuando el cuerpo ya está descompuesto y los del forense se la llevan para no batallar en el levantamiento. Si a veces los familiares de la víctima reclaman la ropa, no quieren la cobija. Aunque se lave y quede como nueva, preferible pasar frío que usarla. Hay ocasiones en que ni limpiándola. El penetrante olor de la descomposición no se esfuma. Recuerdo a los primeros ejecutados envueltos en una cobija. Les ataban un cordel arriba de la cabeza, otro a la altura del cuello, uno más o menos en la cintura y el final en los tobillos. Luego los asesinos dejaron a un lado el cordel. Me imagino que por más segura y funcional prefirieron la cinta plateada y ancha, de esa que usan para cerrar una pesada caja de cartón, aislar un alambre conductor de electricidad o cubrir un cable telefónico o de computadora cuando provisionalmente se tiende sobre el piso de un lugar concurrido.
El de los encobijados es un sistema que se ha popularizado nacionalmente. Casi nacional. Antes se utilizaban alfombras, pero era más caro y delataba. Según mis antecedentes esto de utilizar las cobijas empezó en la frontera norte donde hay un mayor movimiento de narcotráfico, y luego se fue extendiendo a casi todo el país. No es realmente lo acostumbrado por las grandes mafias que cuando deciden asesinar, siempre lo hacen esperando a su víctima para dispararle entrando o saliendo de su hogar. También cuando van en su auto. Normalmente abandonan el cadáver y desaparecen.
Este procedimiento de los encobijados sucede normalmente y con sus excepciones muy escasas, entre los mafiosos de poca o regular categoría. A veces por los secuestradores. Aparte, estos crímenes tienen otra característica especial: Normalmente las víctimas son personas no muy conocidas. A pesar de eso, la prensa resalta en sus páginas el hecho a grandes titulares y con fotos espectaculares. Es triste decirlo y decepciona, pero la policía casi nunca investiga a fondo estos asesinatos. Unas veces porque nadie reclama el cadáver al tratarse de personas no residentes del lugar y transportadoras de droga que su parentela ni siquiera sabe de su fin. O si la familia lo identifica, prefieren darle sepultura y no reclamar la captura del o los asesinos, para ya no tener problemas.
Hace algunos días un agente de la Policía Municipal de Tijuana me comentó que con toda seguridad “estos malandrines –así les dicen a los delincuentes– compran cobijas al mayoreo”. Cuando le respondí que sonaba a exageración, me quedé pasmado con su explicación. Siendo patrullero de una zona conflictiva, le ha tocado acudir a los lugares donde descubren encobijados. Aunque por razones jurídicas a él no le corresponde seguir las investigaciones, sí me dijo haberse fijado que, en la mayoría de las veces, las cobijas eran nuevas. La explicación del patrullero me llevó entonces a pensar que la policía está desperdiciando un verdadero motivo de investigación.
No se trata de que en estas líneas se quiera hacerle al detective chino ni de escribir fantasías, pero si los detectives hicieran una comparación de las cobijas en las ciudades donde más se frecuenta esta clase de crímenes, posiblemente encontrarían una pista, una probabilidad de convertir en posibilidad algo que aparentemente no tiene ni caso ni chiste. Las cobijas me recordaron otros asesinatos.
El Lector puede fijarse en las fotos de los diarios o la televisión cuando los policías llegan a donde mataron una o más personas. Toman fotos, medidas entre la víctima y el punto desde donde supuestamente le dispararon, rayan con gis el suelo para anotar donde cayeron los casquillos, inspeccionan si otras balas perforaron paredes o autos. Y es tal el movimiento que cualquiera al verlos se queda impresionado. Pero esa actividad normalmente no pasa de ser un simple ejercicio. De allí no pasa la investigación.
En 1998 un hombre iba con su esposa por un bulevar de Tijuana a bordo de una Suburban. Dos que según los testigos aparentaban ser policías, les cerraron el paso con su auto. El que no iba manejando se bajó acercándose a la ventanilla del interceptado y le disparó a la cabeza para luego huir. A los pocos días un joven salía de su casa por la noche. Agazapado bajo un árbol cercano salió un individuo y lo tiroteó. En cuanto lo hizo ya estaba un vehículo a tres pasos exactos del asesino para transportarlo y huir.
Un caso fue atendido por el fuero común y otro por el federal. Testigos de ambos crímenes coincidieron en las señas del victimario, el auto y el calibre, en tanto un perito me comentó su franca sospecha de que se había utilizado la misma arma. El problema fue que jamás los investigadores estatales se pusieron de acuerdo con los federales. Ni unos ni otros se prestaron las ojivas para compararlas. Ambos asesinatos se hundieron en ese siempre poderoso y efectivo remolino del olvido controlado por las mafias.
En nuestro país los crímenes se resuelven más por corazonadas o por soplos, pero casi nunca por una verdadera investigación científica. Armas utilizadas un día en la frontera aparecen de repente en Chiapas, Acapulco, Guadalajara o Sinaloa, mientras la policía no pasa más allá de la simple referencia que los matones utilizaron un “cuerno de chivo”. Y si no hay forma de comparar proyectiles rescatados en diferentes crímenes de la localidad con una misma pistola o ametralladora, menos existe comunicación con policías de otros estados para verificar si hay coincidencia o no.
La realidad es que en materia de investigación policíaca andamos en pañales y nos sobran los encobijados.
Escrito tomado de la colección Dobleplana de JesúsBlancornelas,
publicada por última vez en septiembre de 2018.