Después de algunas compras en Walmart, salí y fui caminando al estacionamiento. Busqué las llaves de mi auto. No estaban en las bolsas de mi pantalón. Una búsqueda rápida en la tienda, y nadie las había visto o encontrado.
De repente pensé que tal vez las había dejado puestas en el auto. Mi esposa había peleado muchas veces de que no dejara las llaves pegadas dentro del auto. Su teoría es que el auto podría ser robado si se dejan las llaves puestas.
Cuando fui al estacionamiento llegué a una terrible conclusión… la teoría de mi esposa era correcta.
Busqué y busqué y el auto no estaba en el estacionamiento. Inmediatamente llamé a la Policía, les di mi ubicación, la descripción del auto, dónde lo había estacionado, etcétera. También confesé́ que había dejado las llaves en el auto puestas y que había sido robado.
Empecé a caminar a mi casa, entonces hice la llamada más difícil de todas: a mi esposa.
¡Amooor! (tartamudeé; siempre la llamo “Amor” en momentos como este) Dejé las llaves en el auto … y me lo robaron.
Se hizo un gran silencio.
Pensé́ que la llamada estaba distorsionada, pero luego escuché su voz. Ella gritó:
“Te llevé yo, menso, ¡y te dejé en Walmart!”.
Era mi momento de guardar silencio. Avergonzado y feliz, dije:
Bueno, entonces ven por mí.
Y ella gritó de nuevo:
“Lo haré, tan pronto como convenza a este maldito policía ¡de que no robé tu auto!”.
Autor: Un lector que se ríe solo.
El gallo
Un hombre entra a un bar azotando las puertas. En tono grave y fuerte, pregunta:
“¿Dónde está el gallo?”.
Nadie responde.
Y en tono más fuerte, replica:
“¿Dónde está el gallo?”.
Terminando la frase, un hombrón fornido se levanta y responde:
“¡Aquí estoy!”.
Temblando de miedo, el preguntón dice:
“¡Despiértame a las cinco de la mañana, por favor!”.
Autora: Una gallina.
Caballo en el bar
Un cantinero esperaba al primer cliente cuando, al cabo de varias horas, entra un caballo, se sienta y pide un trago. El equino toma el trago y pregunta cuánto debe.
Asombrado al ver al caballo hablando, el cantinero responde:
“Son 20 dólares”.
El caballo saca un billete, paga y se levanta para irse. Sorprendido, el cantinero dice:
“No se vaya, es la primera vez que un caballo me pide un trago”.
Y el caballo le contesta:
“Y será la última, señor mío, ¡con esos precios…!”.
Autor: Un vaquero.
Dos gallegas y un espejo
Dos gallegas pasean en un parque y encuentran un espejo tirado en el suelo. Una de ellas lo levanta, lo ve y exclama:
“¡A esta muchacha yo la conozco!”.
La otra toma el espejo, lo ve y dice:
“Claro que la conoces, ¡soy yo!”.
Autor: Un gallego.
Cariño o amnesia
Un matrimonio estaba cenando con un amigo de ambos. Cada vez que se dirigía a su esposa, el marido le decía cosas tan bonitas como “Amor mío, pásame el pan” o “Mi vida, ¿me pasas el agua?”. Durante unos minutos la señora tuvo que ausentarse, y en esos momentos, el amigo le dice al marido:
“Realmente estoy impresionado de la forma tan dulce en que tratas a tu esposa”.
Y el marido le responde en tono bajo:
“¡Es que hace seis años que olvidé su nombre!”.
Autor: Un olvidadizo.
Confidencia
Dos amigos conversan:
— ¡Me voy a divorciar!
“Por casualidad, ¿tu mujer es infiel?”.
— No, ¡por costumbre!
Autor: Un divorciado.
El pollo de cada día
Representantes de Kentucky Fried Chicken llegan al Vaticano para entrevistarse con el Papa y le dicen:
“Le ofrecemos diez mil millones de dólares si firma un contrato para cambiar el Padre Nuestro, para que en lugar de decir ‘… danos hoy el pan nuestro cada día…’, sea ‘… danos hoy el pollo nuestro de cada día…’”.
Indignado, el Papa les responde que eso no es posible. Los de KFC le ofrecen el doble, veinte mil millones de dólares, pero el Papa insiste que eso no es posible. Los de KFC siguen incrementando la oferta hasta llegar a CIEN MIL millones de dólares:
“Es una gran oportunidad, imagínese las obras buenas que podrán hacer con ese dinero, lo único que tiene que hacer es cambiar el Padre Nuestro para que diga ‘… danos hoy el pollo nuestro de cada día’”.
Un poco turbado, el Papa abandona la sala de la entrevista para dirigirse a su despacho privado, ahí toma el teléfono rojo que le comunica al Cielo:
— Hola, San Pedro. ¿Me puedes pasar al jefe?
“El Señor está ocupado. ¿Que necesitas?”.
— ¿Me podrías corroborar cuándo nos vence el contrato con Bimbo?
Autor: Anónimo de Marinela.