Me enteré de lo que sucedió entre el 26 y el 28 de noviembre de 1993.
El Doctor Ernesto Zedillo Ponce de León era secretario de Educación Pública y por alguna razón tenía en su portafolio el discurso del Presidente Carlos Salinas de Gortari. Se lo entregaría cuando llegaran a Guadalajara, antes de inaugurar la Feria Internacional del Libro. A la ceremonia los acompañaría otro secretario: Luis Donaldo Colosio, del Desarrollo Social.
La presencia de Zedillo se justificaba. Sus funciones y el acontecimiento empataban. Era como si a Salinas lo acompañara el secretario de Salubridad si fueran a estrenar una clínica. Por eso llamó la atención que estuviera programado el jefe de Sedesol. No le correspondía.
Entonces los lectores de la simbología política, interpretaron la presencia de los dos secretarios como una forma de Salinas para medir aceptación o rechazo de los presidenciales.
Un mes antes tuve la suerte de coincidir en la Ciudad de México con algo sorprendente: El Presidente de la República fue a la Secretaría de Educación para reinaugurar los hermosos murales tras una excelente restauración. Entonces -y como anfitrión- era obligada la presencia de Zedillo. Y si el regente y Licenciado Manuel Camacho Solís acompañó a Salinas, su asistencia fue interpretada porque era el jefe de la ciudad… Pero Colosio también estaba allí. Nada tenía que ver.
Seguramente el Estado Mayor Presidencial ya lo sabía pero los colaboradores del Presidente no. Ni los periodistas. Al terminar la inauguración, intencional y maquiavélico, Salinas no trepó a su autobús. Hizo una seña a Zedillo, Camacho y Colosio para que lo acompañaran a pie. Y se fueron hasta Palacio Nacional como toreros partiendo plaza.
Naturalmente, los defeños que andaban por allí se sorprendieron. No todos los días se veía caminar al Presidente en el Centro Histórico del Distrito Federal. Por eso se arremolinaron. Muchos quisieron -y pocos lograron- acercarse a saludar a Salinas, sin saber que sus manos y expresiones eran observadas por los celosos y desconfiados oficiales del Estado Mayor. No faltó una y otra vez el grito “¡Arriba Camacho!”. O las “vivas” a Colosio, incluido el apretón de manos.
Cuando vi aquello pensé que Salinas estaba actuando con premeditación, alevosía y ventaja. Quería tomarle personalmente el pulso al ánimo popular de la sucesión, exponiendo a los presuntos.
Por eso muchos pensaron igual cuando se anunció que Salinas inauguraría la Feria del Libro en Guadalajara. Que no era una simple causalidad hacerse acompañar por los jefes de Educación y Desarrollo Social.
El Licenciado Antonio Meza, secretario particular de Zedillo, viajó el día 26 a Jalisco. Su patrón lo comisionó para estar en los preparativos del escenario. Se trataba de ver que todo quedara muy bien arreglado.
Supe que el 27 de noviembre, cuando Meza iba camino al aeropuerto de Zapopan para recibir al secretario de Educación, le timbró el celular. Era su patrón avisándole que se retrasaría un poco debido a un pequeño problema en el jet. Le dijo que estaba en el hangar presidencial y que el Estado Mayor arreglaba lo inesperado.
De todas formas, Meza siguió rumbo a la base aérea militar de Zapopan, a donde acostumbraba llegar Zedillo. Allí sonó otra vez su teléfono. Era la misma voz advirtiéndole la cancelación definitiva de su viaje. Pero le dio una instrucción muy precisa: Tenía en sus manos el discurso del Presidente y necesitaba transmitírselo por fax para hacérselo llegar a Salinas. Meza era acompañado por el Licenciado Eugenio Ruiz Orozco, entonces secretario de Educación del Estado. Este hombre llamó inmediatamente a su oficina para recibir el documento, y se fueron por él.
En esas andaban cuando Andrés Ruiz Massieu, el secretario Particular del Presidente, preguntó telefónicamente a Meza por el discurso. Al confirmarle que ya lo tenía, recibió instrucciones de irse nuevamente al aeropuerto para entregarlo personalmente al Licenciado Salinas. Y les dio una información adicional, sin explicaciones. No iría ningún Secretario.
Expertos en esta clase de imprevistos, Meza y Ruiz Orozco tenían todo listo cuando llegó el jet presidencial. Sin preguntar ni explicar, Andrés Ruiz Massieu les indicó subir al mismo vehículo con el Licenciado Salinas para ir hasta la Feria del Libro. Ya sentados, el Presidente pidió el discurso. Lo vio como si fuera un maestro en lectura rápida. Secamente lo aprobó. Preguntó si traían suficientes copias para repartirlas a los periodistas y escuchó un inmediato “si”.
La ceremonia se inició sin problemas, envuelta seguramente en el misterio por las ausencias de Zedillo y Colosio.
A esas alturas, el Licenciado Manlio Fabio Beltrones, gobernador de Sonora ya sabía que Luis Donaldo era el candidato. No se lo dijo Salinas, pero, zorro al fin, se dio cuenta muy bien durante la visita del Presidente a Ciudad Obregón acompañado de Colosio. Simultáneamente, en Cuernavaca, lo ignoraba el otro importante aspirante, Manuel Camacho Solís.
Aparte, nadie imaginó lo que sucedía mientras el Presidente estaba en la Feria del Libro: Al sur del Distrito Federal, en una torre de Cuicuilco, numerosas personas preparaban con rapidez y efectividad las oficinas del que sería coordinador de la campaña presidencial, Ernesto Zedillo. Por eso no fue a Guadalajara. Otro grupo arreglaba un despacho en el segundo piso del monumental edificio del PRI. Sería para Colosio. Por eso no viajó Jalisco y se fue a la Ciudad de México.
Cuando aquel 27 de noviembre terminó el acto oficial de apertura en la Feria del Libro, Antonio Meza se reportó con su jefe. Le informó al detalle de lo sucedido y recibió la autorización para quedarse en Guadalajara. Así, el secretario particular de Zedillo podría festejar con tranquilidad su cumpleaños, sin apresuramiento por regresar.
Al día siguiente, Meza y Ruiz Orozco quedaron virtualmente electrizados cuando supieron de un corte informativo en Televisa: El PRI haría un importante anuncio más tarde. No necesitaban decirse nada. Era el último indicio para el “destape”.
Entonces los papeles se invirtieron: Zedillo recibió la llamada de su secretario particular. No tuvo oportunidad para preguntar. Su jefe simplemente le dijo que se regresara inmediatamente al Distrito Federal.
Tomó el primer avión. Llegando a la Ciudad de México se reportó nuevamente con el secretario de Educación.
Me imagino el diálogo:
— ¿Dónde estás?— preguntó Zedillo.
— “Aquí en el aeropuerto”.
— Vente para la casa. Nilda y yo tenemos que ir a saludar a Colosio.
No había más que decir.
Eso fue hace seis años.
Ahora, el Presidente no fue a la Feria de Libro. Meza sí. Y lo curioso: Esteban Moctezuma vuelve al mismo despacho que ocupó en el edificio del PRI cuando Colosio era candidato en 1993. Y Labastida está en la oficina que fue de Luis Donaldo.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas,
publicado por última vez en noviembre de 1999.