“Los imperialistas llevan en la sangre la agresión y la guerra”. Enver Hoxha. Conferencia de los 81 partidos comunistas y obreros. Moscú. 16 de noviembre de 1950
La primera bomba atómica fue lanzada sobre la ciudad de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, matando a 60 mil personas en el acto, y causando 100 mil heridos; y la segunda, sobre el puerto de Nagasaki, que le arrebató la vida a 40 mil, tres días después, el 9 de agosto.
Aquello fue una horrorosa masacre. En sólo cuatro días el imperialismo yanqui asesinó a 100 mil seres humanos. Completamente a mansalva. Y tienen el cinismo, en Estados Unidos (EU), de dar clases de libertad, independencia y de democracia al mundo entero. Malditos caníbales.
¿Por qué Estados Unidos perpetró esta horrorosa carnicería, si Japón ya estaba de rodillas? Para antes de mediados de 1945, todo el “Eje Berlín-Roma-Tokio” ya agonizaba. La Italia fascista del Duce, Benito Mussolini, había capitulado en 1943. Y la Alemania hitleriana se había rendido al Ejército rojo soviético, el 8 de mayo de 1945. Tres meses antes del espantoso bombardeo atómico al archipiélago japonés.
El bombardeo no fue ningún frente de guerra o sobre los cuarteles militares japoneses. El ataque se perpetró sobre la población civil, sobre dos ciudades inermes y densamente pobladas. ¿Fue esta barbarie un extravío de Roosevelt y de Truman? Por supuesto que no. Fue un cálculo político aprobado de forma unánime por los gerifaltes de la Casa Blanca.
Con esa macabra acción, Estados Unidos mostraba a todo el mundo su diabólico poderío bélico, y les advertía a todos los pueblos de lo que es capaz de hacer. Con esa amenaza, ¿qué pueblo del mundo se atrevería a levantarse contra esas desalmadas fieras?
Hasta la fecha existen reaccionarios politicastros que aconsejan arrodillarse al imperialismo para que estos chacales no nos muerdan, ni nos asesinen, “para que nos traten bien”.
Con mucha frecuencia, López Obrador aconseja: “No hay que ponerse con Sansón (es decir, con EU) a las patadas”. He allí a un cobarde y desvergonzado vendepatrias y fiel lacayo de Washington. Para López Obrador es mejor lamerle las patas a “Sansón” que enfrentársele.
No es verdad que el imperialismo yanqui sea un “Sansón”, como lo cree el déspota del partido Morena. Es, en verdad, un tigre de papel, como acertadamente lo calificaba Mao Tse-Tung, cuando era un firme revolucionario y patriota.
Al imperialismo norteamericano hay que ponerlo en su justa dimensión. Ni exagerar, ni menospreciar su poderío económico y militar. Pero asegurar que es imbatible y que su poderío va a ser eterno, es condenar al proletariado y a los pueblos del mundo a permanecer de rodillas a Washington. Por los siglos de los siglos.
López Obrador es un cobarde, un maldito vendepatrias. Sus “desacuerdos” con EU en algunos temas, es poner en práctica la política carrancista (“Te lo digo a ti para que lo escuche la galería”), con el fin de granjearse a las masas inocentes. Pura demagogia.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en leadership del “mundo libre” (mejor decir, del mundo capitalista donde reina la esclavitud de la clase obrera, el desempleo; la miseria y el hambre). Sin embargo, el chantaje nuclear de los capitostes norteamericanos no ha acobardado (ni acobardará nunca) a los auténticos revolucionarios.
Que los imperialistas tengan bombas atómicas, cohetes, bases militares alrededor del mundo, aviones bombarderos, napalm, fósforo blanco y miles y miles de poderosos rifles de asalto que disparan centenares de balas por segundo, y millones de municiones, no significa que los ogros de Wall Street sean invencibles. Ellos no pasan de ser pigmeos frente a un pueblo insurreccionado.
Un proletariado bien unido, acertadamente organizado, decidido a liberarse a todo trance del yugo imperialista y de sus lacayos, y que cuente con un valeroso partido marxista-leninista que lo encabece, es capaz de combatir con ánimo y derrotar a una súper potencia como Estados Unidos. Vietnam, Cuba y Nicaragua sandinista han sido vivos ejemplos de cómo un pueblo pequeño y débil puede vencer a un desalmado gorila, si se levanta masivamente y con resolución para aplastar a sus explotadores y opresores.
Los revolucionarios no olvidan, ni un instante, todas las masacres y saqueos que el imperialismo norteamericano ha perpetrado a través de la historia. Quien “olvida” todas las atrocidades de EU, no es un revolucionario, sino un despreciable gusano.
Todo revolucionario de la clase obrera debe siempre mantener vivo el deseo de venganza.
Aquellos que predican (como el dictadorzuelo López Obrador y compañía) que Estados Unidos “ya cambió” y ahora se ha convertido en la más grande y pura democracia -y ejemplo para todo el mundo-, merece que se le meta en una jaula y se le exhiba como animal raro. Como a un repugnante cancerbero del imperialismo.
El imperialismo norteamericano no ha cambiado en nada en lo absoluto. Ha sido y es un sanguinario asesino. Y lo será siempre, hasta que los pueblos revolucionarios lo ajusticien y lo entierren en profundo foso.
Nosotros siempre le recordaremos al proletariado y a los pueblos del mundo la carnicería que los chacales de Wall Street perpetraron el 6 y 9 de agosto de 1945 sobre los habitantes, civiles e indefensos, de Hiroshima y Nagasaki. Prueba irrefutable de que los halcones de la Casa Blanca han superado a los nazi-fascistas hitlerianos.
Atentamente,
Javier Antuna
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