Al irse cierra la puerta
y en el rostro se dibuja la pena
[sin voltear se aleja llorando],
no quiere ver la marea
que cubre el alma de su amada.
Le brinda sus besos,
con el corazón en la mano,
como piedras preciosas:
de las más brillantes y finas
que salen de una mina antigua.
La convierte en una reina
y la viste con flores silvestres;
le regala serenatas
cual trinar de ruiseñores
y acaricia su rostro con una rosa.
El agua corre por el río
arrastrando amor y sentimiento,
nacido un lejano septiembre:
aquella tarde lluviosa
vestida de inocencia.
Hoy se aleja sin desearlo
para evitarle sufrimiento,
sin darse cuenta que la hiere;
porque antes de irse lo extraña,
deseando estar en sus brazos.
Cierra la puerta tras de sí
[mientras de ambos rostros]
llueve una gran tormenta
que deja el alma empapada
y el corazón con gélido frío.
Lourdes P. Cabral.
San Diego, California.