En su caminar hacia la plataforma ubicada dentro de nuestra casa municipal, Hilda Araceli Brown Figueredo recibía elocuentes testimonios de afecto. Muchos le sonríen y se descubren al verle pasar; los jóvenes se congelan al mirarle su venerable estampa de luchadora social, su aire de pensadora y benévola, el brillo de sus ojos y sus facciones, que, no obstante los estragos de la última reelección, le dejaron cierta finura de libertad.
Atraía todas las miradas, parecía que la circundaba una aureola venerable: la de la grandeza pura y modesta, sólo desconocida por aquella gran mujer que la posee.
Subió en medio de aplausos adonde su Cabildo, dio su informe y se acabó el evento.
Profe Felipe Soltero.